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Hasta que el precio de la vivienda nos separe

La carestía de vivienda asequible obliga a muchas personas a vivir casi obligatoriamente con sus exparejas ante la imposibilidad de abonar un alquiler por sí mismas

Alberto García Cebrián habla con unos clientes que han ido al despacho a informarse después de una separación en Leganés, Madrid.
Alberto García Cebrián habla con unos clientes que han ido al despacho a informarse después de una separación en Leganés, Madrid.Andrea Comas
Lucía Franco

Acabar una relación se ha convertido en los últimos años en Madrid en un asunto inmobiliario, en el que el precio de la vivienda juega un papel. Lo ha comprobado Luis Álvarez, de 47 años, que se encuentra “en un callejón sin salida”. Hace 23 años compró una casa en Móstoles con su mujer. Aún no se habían casado. En esa ciudad madrileña fundaron el hogar en el que ha crecido su hijo de 12 años. Aunque solo les queda un año para terminar de pagarla, el final de la hipoteca llega también con el declive de la pareja. Álvarez y María, su mujer, de 42 años, van a separarse. Tomaron la decisión el verano pasado. ”Ha sido ella la que ha querido dejarlo”, matiza Álvarez con resignación. Ocho meses después siguen viviendo juntos. “El matrimonio está roto”, afirma Álvarez, “pero no podemos permitirnos vivir de otra manera”.

María, que prefiere que no aparezca su verdadero nombre, carece de trabajo fijo; solo gana dinero algunos meses del año con un trabajo para Amazon. “Soy yo el que mantiene la casa”, dice Álvarez. “Pago los gastos y la hipoteca la mayor parte del tiempo”. Por mucho que ambos quieran empezar ya una nueva vida en casas separadas, les resulta económicamente imposible hacerlo. “Hemos tomado la que creemos es la decisión más razonable: vamos a seguir viviendo juntos, pero separados”, cuenta él.

Desde hace meses, Álvarez duerme en la habitación de su hijo: “María y yo intentamos cruzarnos lo menos posible en los espacios compartidos del piso. Y la mayoría de las conversaciones las tenemos a través de nuestros abogados”. Ante esta situación, la otra alternativa que se abre para él sería volver a vivir con sus padres: “La hipoteca hay que acabar de pagarla. Pero mis padres ya son mayores y allí, cuando me tocase el cuidado de mi hijo, los dos no tendríamos hueco para dormir”, describe, preocupado.

El caso de Luis y María no es una rareza. Como ellos, al despacho de Abogados Cebrián llegan todos los días decenas de parejas en una situación similar. “No pueden pagar dos viviendas. Y a ese problema se añade que en el convenio de divorcio no se puede poner que van a convivir; toca dar otra dirección, aunque en la vida real se vean obligados a hacerlo así”, explica el letrado Alberto García Cebrián. “El 30% de los matrimonios que han tomado la firme decisión de divorciarse no están materializando su divorcio por no poder afrontar los gastos que supone hacer vidas por separado y se ven obligados a seguir viviendo juntos”. Cebrián aclara que antes esta situación solo se producía en, como mucho, un 10% de las parejas.

En la misma dirección apunta la abogada Emilia Zaballos, del despacho Zaballos Abogados. Ella cree que el confinamiento por la covid es la culpable de estas situaciones. En su caso, calcula que el 20% de las parejas que recibe le confiesan que no quieren firmar el divorcio porque no se pueden permitir dejar de vivir juntos. La solución que les ofrece es la de establecer un convenio regulador para que queden claras las condiciones de la convivencia y el dinero.

Lo cierto es el fenómeno de las parejas divorciadas, pero arrejuntadas, tiene su origen en diversas causas. La primera: en España, en un comportamiento similar al de las bodas, la gente cada vez se separa menos. Así, la tasa de divorcios, nulidades y separaciones por cada 1.000 habitantes no ha hecho más que descender: si en 2006 era de 3,6 por cada 1.000, ahora la media nacional está en 1,91, algo más de la mitad. Las demandas de disolución matrimonial —nulidades, separaciones y divorcios― registradas en el tercer trimestre de 2022 fueron 19.501, un 3,1% menos con respecto al mismo lapso de tiempo de 2021.

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En Madrid la dinámica se ha visto especialmente subrayada. Si en 2021 clavó la media nacional, en 2018 se divorciaron 2,2 personas por cada mil, y un año más tarde lo hicieron 2,02. Y la cifra sigue bajando, según el informe elaborado por el Servicio de Estadística del Consejo General del Poder Judicial. La socia directora de Vestalia Abogados, Delia Rodríguez, insiste en que uno de los motivos, sencillamente, es que la gente no se puede permitir separarse. Rodríguez explica que en el despacho se empieza a notar cada vez más que hay una crisis económica en España, que las parejas se quieren divorciar pero no pueden dejar de convivir.

“Cada semana, de todas las consultas que tenemos, un 40% de las parejas decide seguir conviviendo a pesar de estar divorciados porque no pueden permitirse los costes que implica una separación”, explica Rodríguez. En su caso, eleva el 20% de Zaballos y el 30% de Cebrián. Números arriba o abajo, los tres apuntan que esto solo lo han visto en años de incertidumbre económica como el 2020 de la pandemia. Y que ahora cada vez es más común.

A los 50 años, Susana D. decidió acabar su matrimonio tras 15 años de relación. Se separaron en agosto. “Además de compartir piso, compartíamos negocio”, cuenta la mujer. Diversas crisis, económicas y personales, además de las deudas, dieron al traste con todo. Aunque firmaron una separación de mutuo acuerdo, decidir qué hacer con la casa que compraron juntos en Seseña ha sido lo más difícil. En ella, además de ellos dos, viven la madre y la tía de Susana junto con sus dos hijos de 12 y 9 años. Tras unos meses, Susana se fue del inmueble a vivir con otra persona. Pero su familia comparte espacio con su ex porque no se pueden permitir alquilar un piso en Madrid.

Las cuentas no dan

Todo este embrollo personal tiene su origen en el mismo punto. La vivienda en Madrid está cada vez más cara. Cada vez menos personas se pueden permitir vivir solas. En 2022, los precios de la vivienda subieron un 7,5% en el acumulado, según Fotocasa, situando el valor medio del metro cuadrado en 3.418 euros. Esto pone el precio de una casa de 30 metros cuadrados por encima de los 100.000 euros.

“El precio de la vivienda vuelve a alcanzar cifras récord con la mayor aceleración de los últimos 17 años. Nunca habíamos detectado un incremento tan abultado en un periodo tan corto de tiempo. Esta subida nos devuelve a niveles de 2006, previos a la burbuja inmobiliaria, cuando el coste de la vivienda sufrió un gran calentamiento”, explica María Matos, directora de estudios y portavoz de Fotocasa.

Esa subida desorbitada es la razón por la que estas parejas, cuando estaban juntas, podían cubrir sus necesidades familiares. Al separarse, el salario se divide y los gastos se duplican; el bolsillo no alcanza. El letrado Cebrián explica que “una casa barata en Madrid con una habitación para los hijos puede rondar fácilmente los 700 o los 800 euros”. “Pongamos que tienen un sueldo de unos 1.200 euros: les quedan 400 o 500 para vivir. Es incuestionable que no salen las cuentas”.

En una búsqueda rápida de pisos de dos habitaciones, este martes, en el portal Inmobiliario Idealista, la casa más económica para alquilar en la Comunidad de Madrid, tiene un precio de 390 euros y está ubicada en la localidad de San Martín de Valdeiglesias, a 75 kilómetros de la ciudad, a más de una hora en coche. En la ciudad de Madrid este precio se va a 650 euros en la Plaza de Martínez de la Riva, en el barrio de San Diego, cerca de Puente de Vallecas.

Es más o menos lo mismo que anda haciendo estos días Oriana. Ella y su pareja, con la que lleva cuatro años, decidieron migrar juntos desde Colombia hacia Madrid. Al llegar a la capital, empezaron a tener problemas. Decidieron terminar la relación: “Es más económico vivir juntos y apoyarnos”, explica esta colombiana, que cree que el éxito depende del respeto y la tolerancia.

Sin embargo, esta convivencia casi obligada no siempre es fácil. El psicólogo Nacho Tornel, especialista en relaciones de pareja, asegura que cuando una persona decide poner fin a su relación, lo que siempre se aconseja es buscar otro lugar digno donde vivir. “Una habitación alquilada puede dar más tranquilidad que seguir conviviendo con la expareja. Aunque tengan una actitud positiva, se van a empezar a estorbar”, asegura Tornel, autor del libro Relacionarte (Planeta, 2023), un ensayo en el que explora, precisamente, las claves del éxito de la vida en pareja.

Algunos, sin embargo, llegan a hacer de la necesidad una virtud. Jorge, de 30 años, llevaba nueve con su pareja, los últimos tres viviendo juntos. Al final, la monotonía desgastó la relación. Él conoció a otra persona. Cuando lo dejaron, siguieron viviendo juntos. Hacían turnos para cuidar del gato que habían comprado. Después de unos meses, empezaron a llevarse mejor y, como ninguno de los dos se podía permitir pagar un piso solo, decidieron seguir conviviendo. Compraron otra cama y Jorge se fue a dormir a la habitación de al lado. “Estuvimos conviviendo así tres años después de separarnos”.

Al final, se volvieron muy buenos compañeros de piso. “Y en los últimos meses, incluso mi nueva pareja se vino a vivir con nosotros”, recuerda Jorge, que describe ese ejercicio de adaptación y tolerancia como “extraño”: “Aunque habíamos roto, siempre hubo mucho cariño”.

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Lucía Franco
Es periodista de la edición de El PAÍS en Colombia. Anteriormente colaboró en EL PAÍS Madrid y El Confidencial en España. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Javeriana de Bogotá y máster de periodismo UAM-EL PAÍS. Ha recibido el Premio APM al Periodista Joven del Año 2021.

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