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La gran chapuza del concejal Ramírez en Ponzano, el epicentro de las terrazas de Madrid: “No he visto una obra igual”

Las aceras de esta calle, convertidas en un símbolo hostelero durante la pandemia, viven un caos interminable en Chamberí, uno de los distritos más ricos de la capital, por una decisión personal del edil del distrito

Calle Ponzano Madrid
Varios vecinos pasean por la calle de Ponzano, en obras.Álvaro García
Manuel Viejo

En teoría, esta calle volverá a ser una calle. En la práctica, hay pocas vías en Madrid que ejemplifiquen tan bien una chapuza. Todo está patas arriba desde finales de septiembre por unas obras. Hay vallas amarillas, azules, rojas, blancas, por el medio. Máquinas, cementeras, adoquines, cilindros rojos y gigantescos, por el medio. Terrones, montículos, escombros. Albañiles con chalecos amarillos de un lado para otro. Más vallas. Peatones que tropiezan cada dos por tres. Repartidores de Glovo serpenteando baches. Clientes de restaurantes que hacen cola sobre un lodazal. Repartidores de cerveza que, como no pueden acceder, aparcan los camiones en los aledaños más cercanos y cortan el tráfico, y se bajan de la cabina muy rápido, murmurando, hartos. Inmediatamente, aparece una pareja de policías locales en moto para avisarles de que se muevan ya o serán multados. Otro conductor de un turismo decide aparcar en la vía porque… qué más da ya todo. Un comerciante dice que se generan barrizales cuando diluvia. Un vecino que camina a paso lento con un bastón contempla la escena. Un padre treintañero sonríe con el carrito de su bebé zigzagueando obstáculos como si fuera una prueba del Grand Prix. Bienvenidos a una mañana en Ponzano.

Es tal la chapuza de la calle de Ponzano, que hasta una larga acera de un tramo de la vía se ha levantado, se ha puesto nueva, se ha hecho mal, se ha vuelto a levantar entera y, en teoría, ya está bien puesta. “Ahora tienen problemas con el paso de peatones”, explica una conserje sobre su puerta. “No saben si moverlo cinco metros a la derecha o no, por eso está parado aquí”. Hay pasos de cebra en Madrid que son verdaderos jeroglíficos. En la reforma de Ponzano están metidas en el tajo cuatro empresas. Realizan una obra de 873.677,95 euros que afecta a poco más de 70 números de una calle. Una de las sociedades denuncia en EL PAÍS un impago de otra. Y todo sucede en el epicentro de la manida libertad madrileña, en una vía de poco más de 1.000 metros que alberga más de 70 bares, donde hubo un tiempo en que los vecinos de la calle colgaban banderas de España en los balcones y que ahora, poco a poco, van mutando en carteles contra el ruido que generan los clientes de las terrazas que tienen los restaurantes de abajo. No son buenos tiempos para los vecinos de Ponzano.

Nadie dijo que fuera fácil vivir en el paraíso de la libertad. Ponzano se ubica en el distrito de Chamberí, una de las zonas más ricas de la capital de España. Aquí conviven seis barrios que suman 150.000 vecinos. No se encuentran pisos de alquiler por menos de 1.000 euros. Un simple bajo de 17 metros —el piso más barato que se podía encontrar en Idealista este miércoles y que, en teoría, se ofrece para vivir— se vende por 160.000. La renta más común supera los 26.000 euros, según el INE. Chamberí es un auténtico feudo conservador. Tanto, que su vecina más ilustre es la presidenta Isabel Díaz Ayuso. Ayuso cosechó en estos rincones más del 65% de los votos en las últimas elecciones de hace poco más de un año.

Las obras de la calle de Ponzano.
Las obras de la calle de Ponzano. Álvaro García

Pero —siempre hay peros en el PP―, todos los focos apuntan ahora hacia un hombre moreno, de rizos blancos y engominado, de americanas, vaqueros y zapatos clásicos: Javier Ramírez, concejal popular y presidente del distrito desde 2019. Del ala más conservadora del partido, ejerce con puño de hierro en los plenos en el barrio. Famoso por gastarse más de 90.000 euros de dinero público en banderas de España, Ramírez visita a menudo un par de bares de Ponzano, según relatan varios hosteleros y vecinos de la zona. Nadie olvida que es el concejal que más permisos de nuevas terrazas concedió durante la pandemia, tal y como contó eldiario.es en marzo.

Tirar una caña en Madrid se convirtió en aquellos días en una cuestión política. La hostelería es uno de los sectores que más empleos ha generado en España en los últimos años. En la capital son cerca de 270.000 familias las que viven gracias a este negocio, que aporta el 4,6% del PIB a la ciudad. Había, en definitiva, muchos votos en juego en el barrio. Un camarero de Ponzano, que viene a trabajar desde las zonas más humildes de Madrid, era un potencial voto de una familia de Vallecas o Usera. El PP abrió los bares y restaurantes cuando el resto de las comunidades aplicó el cerrojazo. La eclosión de las terrazas durante los meses de la desescalada fue de tal calibre que colocó a los bares de Ponzano en la cima capitalina del ocio, como una especie de pica en Flandes para el sector hostelero. Los bares que no tenían terrazas se dieron de pronto con la posibilidad de tener una bien grande en la plaza de aparcamiento que tenían enfrente. Adiós a gran parte de los coches de los residentes. Bienvenidas mesas, sillas, barandas, clientes. Hasta siempre descanso placentero para los vecinos.

En Ponzano ―sobre todo desde los últimos cuatro años―si un local se queda libre, se convierte en cuestión de días en un bar, restaurante o pub de copas. Año y medio después de la gran expansión de las terrazas, el hartazgo de los vecinos es palpable en la mayoría de los portales. La mayoría dice abiertamente que no aguanta más, que, si pueden, se marchan los fines de semana con tal de no soportar el ruido callejero de las cañas. Hasta alguno ha puesto su piso en venta. Ahora, para más inri, la calle está patas arriba por iniciativa del propio concejal Ramírez, que ha presupuestado una reforma integral de la vía en más de 800.000 euros. Suprimirá una fila de aparcamientos de residentes para ampliar un poco más las aceras. Los hosteleros consultados creen que podrán colocar ahí sus terrazas. Los vecinos confían en que se supriman todas. La realidad solo está en la cabeza de Ramírez, que ha levantado ampollas entre algunos ediles del Ayuntamiento.

Fernando Ramos, relojero, en la calle de Ponzano.
Fernando Ramos, relojero, en la calle de Ponzano. Álvaro García

Una obra que nadie pidió

La obra de Ramírez ni siquiera estaba contemplada por la concejalía de Obras, gestionada también por el PP. “En ocasiones los distritos piden hacer algunas”, explica un portavoz del área. Una concejal del equipo de Gobierno cuenta por teléfono que Ramírez les “vendió” hace meses esta obra como “muy necesaria” para el barrio durante una reunión matutina en una sala del palacio de Cibeles. “Decía que tenía que hacerse sí o sí por una cuestión de accesibilidad”, apunta esta edil. “Pero vamos, que seguro que detrás de esto va algo de favorecer a algunos amiguetes suyos”. Otras voces del PP reconocen cierta inquietud por este asunto.

“No. Nadie ha pedido esta obra”, cuenta Pilar Rodríguez, de 71 años, y presidenta de la Asociación de Vecinos de El Organillo, del propio barrio. “Es una reforma por y para los bares”. Fernando Ramos, de 58 años, es relojero de tercera generación en el portal cuatro de la calle: “Esto es mortal para los comercios”. Los trabajadores de la carnicería López tampoco se andan con historias: “Toda esta obra es mentira. En mi vida he visto una cosa igual. Dijeron que iba a durar tres semanas y ya van por cuatro meses”. E incluso un empleado de la gasolinera Repsol, ubicada en mitad de la vía, apunta: “Es desastroso con mayúsculas. ¡Si la gente se cae cada dos por tres cuando camina!”.

Las obras de la calle de Ponzano.
Las obras de la calle de Ponzano. Álvaro García

El engranaje administrativo de la contratación de la obra también tiene su miga. La reforma se ha dividido en dos tramos, que se adjudicaron a una empresa, que a su vez subcontrató a otras dos, una de las cuales volvió a subcontratar sus tareas, de tal manera que donde debió intervenir una sola empresa ahora operan cuatro y no todas bien avenidas, con acusaciones de impago entre medias. El escándalo es de tal magnitud que el martes no había nadie trabajando en el primer tramo, ante la sorpresa de los vecinos y camareros.

Íñigo García, de 70 años, y con un bigote anaranjado por el vicio de los cigarros, dialogaba en la puerta con Fide Verdugo, de 79. Fide es toda una institución de Ponzano. Propietario de dos cervecerías y marisquerías que llevan su nombre, dice que las obras siempre perjudican al principio, pero que estas, en concreto, son muy necesarias para la calle. “El problema de aquí no son los restaurantes, sino los bares de copas. Se establecen unos horarios que luego no se cumplen. La gente bebe y…”. García, el vecino del bigote anaranjado, interrumpe la conversación tras una gran calada:

―Y la gente se desmadra.

A pocos metros, un trabajador de la obra ataviado con un mono blanco repleto de manchurrones de colores de pintura deambula entre la zona acordonada, tratando de matar el tiempo de un lado para otro. Dice que el pasado sábado tenía la orden de colocar bien las vallas porque un jefe le chivó que el alcalde Almeida tenía previsto acercarse por la zona.

―¿Queda mucho para terminar la obra?

―Pues casi todo.

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Sobre la firma

Manuel Viejo
Es de la hermosa ciudad de Plasencia (Cáceres). Cubre la información política de Madrid para la sección de Local del periódico. En EL PAÍS firma reportajes y crónicas desde 2014.

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