Un día de trabajo en los servicios sociales de los distritos de Madrid: “Todo el que puede huye”
La presión agobia a los empleados, que en tres meses han atendido a 305.431 personas y tienen 117 vacantes sin cubrir
Los departamentos de Servicios Sociales de los distritos de Madrid capital han atendido a 305.431 personas en los tres primeros meses de 2022. Esa cifra equivale al 70% de todos los atendidos en 2021. Y, sin embargo, en 16 de las 21 juntas de distrito hay menos personal que hace seis meses. Faltan 69 trabajadores sociales y 48 administrativos. Los distritos más afectados por la falta de personal son Puente y Villa de Vallecas, Ciudad Lineal, Usera y Villaverde. “Todo el que puede, huye” dice Carmen Lara, de CC OO, al intentar explicar qué está ocurriendo. Actualmente, y según cálculos del sindicato, una cuarta parte de la plantilla que sí está trabajando ha pedido la adaptación de puesto, es decir, que les reduzcan horas o cantidad de trabajo porque no pueden más.
Hace un mes, todos los grupos del Ayuntamiento acordaron revisar el funcionamiento de los servicios sociales, donde un 40% del personal está destinado a actividades burocráticas. Habrá un plan con 114 medidas, que comenzará a finales de año y culminará en 2023, para incorporar, entre otros, a psicólogos y trabajadores sociales y eliminar la burocracia. Mientras tanto, la carga de trabajo sigue siendo muy pesada para los trabajadores. Este es el relato, bajo nombres supuestos, de un día de trabajo de tres de estos funcionarios:
Federico, administrativo en San Blas
“Estoy solo. Tenemos menos de la mitad de los trabajadores sociales que deberíamos tener. Entro sobre las 7.30 y abro el correo del centro. Normalmente, tengo 20 o 30 correos diarios de personas solicitando citas: desahucios, informes de Fiscalía… Respondo a lo urgente. Luego saco las agendas del centro para pasárselas a las conserjes, para cuando vengan los usuarios tener ya los listados para que sepan donde mandarlos. Luego escucho el contestador del centro, en el que tengo unas 10 o 15 llamadas diarias. Y luego el WhatsApp, que eso ya es el desquicio porque contestas, pero te hilan, y entonces no terminas nunca.
Cuando me doy cuenta, son ya las nueve y se abren las puertas del centro. Baja un auxiliar administrativo para ayudarme y hacer un poquito de filtro. Estamos dando citas en la agenda de los trabajadores sociales para dos meses, cuando debería ser para ocho días. Tenemos que hacer un poquillo de bomberos para, si es posible, derivarlos a algún sitio o ir pidiéndoles documentación y luego ya darle la cita cuando corresponda con el trabajador social. Puedo atender a unas 40 personas presenciales todos los días. Cada uno con su problemática. Pero, bueno, se lleva.
Como ya llevo 35 años en este servicio, intento ser neutro totalmente, sin sensaciones de nada. Los casos no me los llevo en la cabeza. Cuando ficho para salir intento que mi mochila se quede ahí. Cuando una trabajadora social, porque todas son mujeres en mi centro, viene a comentarme un caso intento pararle. No le dejo que me comente mucho porque claro, mi cabeza llega donde llega. En la familia ni se me ocurre hablar del trabajo”.
Begoña, trabajadora social en Ciudad Lineal
“Llego a las ocho de la mañana. Tengo el correo con un montón de temas pendientes, la agenda llena, solo disponible un hueco de urgencia, más otra cita fuera de agenda de una señora que no podía esperar (tengo lista de espera de más de mes y medio). La dirección me avisa de que una compañera se ha puesto enferma por la covid.
Llegan dos correos urgentes, uno de un hospital de personas mayores vulnerables. Hay que buscar alguna forma de atenderle… Una residencia tarda. El otro es un caso grave de una persona con problemas de salud mental, a ver cómo podemos apoyarle.
Comienzo a atender mis citas. Una familia monoparental: mujer con dos menores. Su sueldo no le da para pagar el alquiler de 750 euros. No le corresponde ninguna prestación, ya que, con su salario mínimo interprofesional, supera ingresos... Tampoco la Tarjeta Familia del Ayuntamiento porque supera ingresos, pero no le llega para comer. Le oriento a que acuda a Cáritas.
Llega en un hueco de urgencia un señor inmigrante que está en la calle. No tiene ningún ingreso. Ha agotado todas las prestaciones. Contacto con Samur Social. No tienen plaza. Miro otros alojamientos de entidades, pero no hay plazas. Intento pedirle el Ingreso Mínimo Vital (IMV), pero no tiene ni teléfono ni cuenta. No sé cómo ayudarle, le informo sobre comedores sociales, le cito fuera de agenda en cuatro días, a ver si se puede iniciar algún trámite…
Acude el hijo de una usuaria. A su madre le reconocieron un servicio de ayuda a domicilio de 20 horas, pero no se lo puedo poner porque está en la lista de espera de la Comunidad de Madrid. Se enfada, tiene razón. Le remito a la Comunidad para una reclamación.
Atiendo a una usuaria que demanda una ayuda económica para el alquiler. Se trata de una familia monoparental con tres hijos. Tiene orden de alejamiento por ser víctima de violencia de género, pero su expareja no le pasa nada. Ella no cobra más que la Renta Activa de Inserción (451 euros). Debe el alquiler de un año: 750 euros al mes. Se valora tramitar la Tarjeta Familia del Ayuntamiento, pero tiene que esperar unas semanas. Pide vivienda pública pero tarda. Se le informa que en caso de desahucio se le puede derivar al programa de alojamiento alternativo del Ayuntamiento, que es temporal y compartido. Lo pensará.
Voy con mucho retraso, estos casos me llevan más de los 30 minutos por cita que están estipulados. Acude un mayor para solicitar teleasistencia y ayuda a domicilio. Vienen unos padres de unos menores: nos han pedido informe de Fiscalía por presuntos malos tratos. Es una cita larga e intensa, parece que vamos a poder ofrecerle apoyo a través de un educador.
A lo largo de la mañana recibo llamadas de usuarios que se presentan sin cita por una urgencia. Acude una solicitando ayuda para el comedor escolar, otra en situación irregular, va a solicitar el asilo, demanda alojamiento, trabajo… Se le informa de que en su situación no hay apenas alternativas de alojamiento, y de que las pocas que hay están saturadas. Llamo al Samur Social otra vez: no hay alojamiento. Derivo a una entidad para búsqueda de empleo y remito a oficina de información para la población inmigrante. Le oriento también a que acuda a Cáritas.
Este es un ejemplo de un día cualquiera. Hay muchas personas que demandan ser atendidas de urgencia, pero no es posible. Estamos saturados. Los recursos son muy limitados”.
Pablo, trabajador social en Villa de Vallecas
“La sensación de control es cuando lo tienes todo un poco atado: tus mayores, los informes pendientes que tienes que analizar a Fiscalía, las ayudas domicilio que tienes que activar para las personas mayores o tus proyectos de intervención con familias y demás. Yo he tenido esta sensación durante seis o siete meses. Llevo dos o tres meses en que diría que se me ha ido al traste esa sensación de control. Esos días cierras el ordenador y te vas a ir a casa sintiendo que has perdido por completo el control y que al día siguiente tienes que volver y sigues con la misma sensación.
Paso la media de ocho citas al día, meto a alguna familia entre medias que tiene una necesidad urgente, y voy con la lengua afuera.
¿Cuántos expedientes tiene cada trabajador social? Una amiga tiene ahora unos 600. Yo he llegado a tener 700. Hay centenares de expedientes a los que no llegas. Eso es duro: piensas que lo que puedas llegar a hacer no va a valer prácticamente para nada o no va a ser suficiente para sacar a una persona del hoyo. Terminas pensando: ‘Si pasa algo, ya me enteraré’. Y esa es una sensación muy compartida entre los compañeros: que no servimos para nada, que no llegamos.
De momento, pues estoy aguantándomelo, compartiendo la sensación puntualmente, pero con familia o con amigos, intento que no”.
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