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Alcorcón contra el huerto de Serafín en un descampado para combatir su depresión

Tras sufrir un derrame cerebral, el vecino cultivaba en un terreno abandonado en la entrada de la ciudad

Serafín Bonilla descansa debajo de la parra, junto a la carretera A-5 de Extremadura, en Alcorcón, donde tiene su pequeño huerto.
Serafín Bonilla descansa debajo de la parra, junto a la carretera A-5 de Extremadura, en Alcorcón, donde tiene su pequeño huerto.DAVID EXPÓSITO

El Ayuntamiento de Alcorcón impide a un octogenario del municipio, Serafín Bonilla, de 86 años, cultivar el huerto que tiene en un descampado abandonado en la entrada de la ciudad, junto a la carretera A-5. El 12 de julio de 2001, con 64 años y a falta de tres meses para jubilarse, el vecino sufrió un derrame cerebral. Un golpe inesperado cuando contaba los días para disfrutar en condiciones de su mujer, sus hijos y sus nietos. Tras varias semanas en el hospital regresó a casa, donde le esperaba una depresión severa que casi se lo lleva por delante.

En una de sus visitas al psiquiatra de la avenida de Lisboa de Alcorcón, este le preguntó:

—Serafín, ¿tiene usted algún cachito de terreno?

—La verdad es que no. Y es lo que más envidia me da.

Entonces se acordó de una pequeña parra que resistía agarrada a una valla frente a la autovía del Suroeste (A-5). Estaba en un descampado a la entrada de Alcorcón, entre la carretera y las vías del cercanías, que además no quedaba muy lejos de su casa. Tras darle unas cuantas vueltas al asunto, una mañana de primavera le robó a su mujer una cabeza de ajo y salió de casa sin dar explicaciones. Picó el ajo y plantó los dientes al lado de la parra. Ese día regresó a su hogar con otros aires y se lo contó orgulloso a los amigos del barrio. Era su primera semilla.

La parra creció por toda la valla gracias a los cuidados de Serafín. El descampado, que había sido una antigua vaquería y en esos momentos se encontraba abandonado, se convirtió en un vergel donde el octogenario cultivaría todo tipo de hortalizas. “Encontré mi lugar en el mundo. El psiquiatra me dijo que más de la mitad de la enfermedad estaba curada”, confiesa. “Los 550 metros que hay desde el número 34 de la calle Iglesia hasta aquí son mi vida entera”.

El terreno está ubicado en una zona completamente anodina para entablar una relación profunda con la naturaleza. Los troncos de los árboles ennegrecen por el CO₂ de los coches, que producen además un estruendo incesante. Sin embargo, Serafín, que no tiene problemas de sordera, cuando llega a “la Finca”, no escucha nada. Se sienta en un cubo metálico junto a la tomatera y acaricia con ternura la mata para llevarse el olor a la nariz. “Me abre los pulmones”, explica con los ojos cerrados.

Serafín Bonilla llena las garrafas de agua con las que luego riega la pequeña parcela de cultivo en Alcorcón.
Serafín Bonilla llena las garrafas de agua con las que luego riega la pequeña parcela de cultivo en Alcorcón. DAVID EXPÓSITO

Durante años se afanó en su universo diminuto hasta la extenuación. Echaba jornadas de ocho horas, mañana y tarde, arreglando los desperfectos del lugar. Acondicionó la entrada con una barandilla para la gente mayor, y construyó una rampa para una mujer que paseaba con el carro del niño. Escondía sus herramientas entre matorrales o se fabricaba una pequeña cabaña donde guardar cosas. Muchas veces le robaron o le destrozaron todo.

—¿Cómo reaccionaba cuando veía todo destruido?

—Al principio era una decepción muy grande. Pero una vez volvía a empezar se me olvidaba. No soy ambicioso de nada, no vengo aquí para tener más. Vengo para distraerme, para no estar solo. Por si viene algún amigo, abrir un tomate y comérnoslo a la sombra del árbol. Las uvas se las llevan todas, yo no las cato.

La felicidad se truncó hace cinco años cuando empezaron a visitarle miembros de la Concejalía de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Alcorcón, entonces dirigido por el Partido Popular. El terreno es propiedad del concejo y se consideró que Serafín realizaba una actividad ilegal. Actualmente, el municipio lo gobierna una coalición de PSOE y Unidas Podemos. Desde el equipo de Medio Ambiente, una portavoz explica que mantienen la decisión del anterior equipo de gobierno. “Se le pidió a Serafín que retirase todos sus enseres y lo que tenía plantado, ya que no es una parcela de su propiedad”, explica. Llegaron a ofrecerle instalarse en algún huerto urbano, pero él lo rechazó porque le quedan tan lejos de casa que no podría llegar.

Ya no queda nada de aquel vergel al que Serafín dedicó sus días y sus noches. La parcela es un secarral lleno de conejos, de arbustos sin podar y árboles que se habrían partido de no ser por los contrapesos manuales que Serafín instaló. Apenas conserva una pequeña porción de tierra de un metro cuadrado donde planta tomates y pepinos, junto a la parra, que ya no ocupa más de tres metros. “Los amigos me dicen que lo deje, que me vaya a la calle Mayor que allí hay mucha gente por las tardes”, explica. “Pero yo soy un chavalín, allí no hay más que viejos. Me quedo en mi huerto, que es honesto. Te da lo que tú le das. Las personas, no”, explica.

De repente, suena el teléfono móvil que Serafín guarda en su camisa. Se quita el sombrero y lo coge al instante. Es su mujer. Le recuerda que debe volver a casa, son las siete y media y se le acabará haciendo de noche. Debido al abuso del tabaco sufre una claudicación arterial que, sumado a una operación de cadera y otra de rodilla, le impide caminar más de 30 metros seguidos. Ayudado por dos bastones, con pasos cortos e inestables, recorrerá el camino de vuelta por la calle de Retablo, que está llena de bancos donde descansar. Una hora y media después, estará en casa para tranquilidad de su mujer y sus hijos.

A pesar de las dificultades, Serafín no renuncia al motivo de su existencia. “Mañana volveré. Aunque me lo quiten todo”, sentencia. “Con un tomate, unas aceitunas y un cacho de pan, hago la vida”.

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