Planes con niños en Madrid: de ruta a las cascadas del Hervidero en San Agustín de Guadalix
Se trata de un bello sendero, asequible para toda la familia, con varios saltos de agua, vacas, bosques de encinas, enebros, alisos y chopos y construcciones hidráulicas
En San Agustín de Guadalix, a 40 minutos del centro de la capital y en plena sierra de Guadarrama, las cascadas del Hervidero son memoria sentimental. “Pues claro que las conozco, si aprendí a nadar allí”, cuenta una vecina, que las considera “ideales para pasar un día en familia”. De un polígono del pueblo, El Raso, donde se puede aparcar razonablemente bien los fines de semana, parece mentira que pueda partir una preciosa ruta circular y asequible para todos los miembros de la familia y niños de cualquier edad que conduce a ellas. Siguiendo el curso de este afluente del Jarama, se atraviesa un bosque de alisos que están para comérselos de bonitos en otoño ―no en vano el nombre del río, en árabe, está compuesto de guad, agua y alix, alisos―, se escuchan petirrojos, se cruzan puentes y se divisan infraestructuras hidráulicas del Canal de Isabel II hasta llegar a la cascada doble. El camino, muy chulo, es de cinco kilómetros y medio, que se recorren en dos horas y media a buen paso, o en todo lo que quieras si te detienes en los detalles. ¿Cuánto hace que no escuchas el rugir del agua al caer desde lo alto?
“Los vecinos tienen mucho arraigo por la dehesa de Moncalvillo y por el camino, ya que en el siglo XVI se les cedió y se ha transmitido de generación en generación que es suyo. Es donde los niños van de excusión con el cole, donde se bañaban los que ahora tienen 40 y 50 años... como el parque del pueblo, el sitio de su recreo”, pone contexto Mercedes Díaz Oliver, técnico de Medio Ambiente del Ayuntamiento, que destaca su alto valor natural: “Forma parte de la Red Natura 2000 y es zona LIC europea (lugar de importancia comunitaria por sus ecosistemas y biodiversidad)”.
La ruta, donde se rodaron escenas de Águila Roja, se puede hacer en bici, pero no es buena idea ir con carrito de niño porque en algún tramo habría que cargarlo a cuestas. Para comer, pícnic o uno de los buenos restaurantes del pueblo, como La Libreta, La Kedada o el Caserón de Araceli. No hay ningún punto acondicionado a lo largo de la senda para tomar algo, salvo en el área recreativa de la Laguna de los Patos, al inicio (o final), con mesas a ambos lados del río y parque infantil, pero se puede sacar el bocata bajo cualquier árbol, con “mucho cuidado de no dejar ningún tipo de desperdicio”. Una segunda advertencia de cara a primavera y verano es este paraje que no es una de cuatro áreas donde se permite el baño en agua dulce en Madrid. Por su facilidad, cercanía y belleza, es uno de los caminos más transitados de la comunidad.
La senda, que no tiene pérdida pese a no estar señalizada, solo hay que seguir al río o a la gente, tiene apenas 200 metros de desnivel. Arranca con parada en la Laguna de los Patos, bajo el puente Avenida de Madrid de 1598, o directamente en una pasarela de madera para cruzar de la ribera izquierda a la derecha. Conviene llevar pan para los patos, que acuden raudos a hacer felices a los niños. Eso sí, siempre que no hayan emigrado a tierras cálidas. “En primavera hay colorados, cuchara y anades de distintos tipos”, puntualiza Díaz. Además, hay petirrojos, ruiseñores, jilgueros, oropéndolas... Con suerte, también se pueden ver jabalíes, lagartijas, algún anfibio ―”pero ya pocos, los vecinos sí recuerdan muchos sapos cuando eran pequeños”―, truchas y buitres. “Incluso una pareja de águila real que anida en el monte”, completa la licenciada en Ciencias Ambientales.
También hay mucho ganado suelto al ser zona de pasto. “Si se encuentran vacas, no las molesten y, sobre todo, no les den de comer, les puede provocar más daño que beneficio”, pide Díaz, que también ruega que no se vaya con música en altavoces o gritado, porque “el ruido lo sufren todas las especies”. La vereda, plagada de “encinas y algún enebro junto con la típica vegetación de ribera como chopos y sauces llorones”, así como de matorrales, rosales silvestres, escaramujos y majuelos, pasa junto a una fábrica abandonada y llena de grafitis, colmenas de abejas y un viejo horno.
El siguiente hito es una explanada con un saltito de agua, “una cascada que en Internet llaman Becerra, pero que aquí todo el mundo conoce como el Brincadero”, aclara la técnico. Junto a él, hay otros pequeños saltos, de nombre charco del Aliso por la gran cantidad de estos árboles que reúne. La senda prosigue paralela al cauce hasta conectar con la carretera de servicio del Canal. Caminando un poco más se llega al viejo puente de San Antonio, con barandilla de metal. Tras cruzarlo, aparece almenara fechada en 1857. “Es un sifón, que sirve para salvar los desniveles del río, y pertenece al canal bajo, que se hizo para llevar agua del Pontón de la Oliva a Madrid”, aclara la ambientalista. Dentro, se pueden observar los tubos.
El camino se convierte de nuevo en sendero de tierra hasta llegar a una pequeña presa y a un puente de piedra. A la izquierda parte una escalera por la pared vertical del cañón del río, es el único punto con algo de peligro: los escalones, labrados en la piedra, son estrechos, empinados y altos, Debería haber una barandilla para evitar resbalones. La estampa parece sacada de un cuento de hadas, Drácula o Frodo Bolson.
Al llegar abajo, surge la cascada del Hervidero, dos bellos saltos de agua cristalina entre roca silícea con una pequeña laguna a sus pies. Se pueden ver, y fotografiar, desde abajo, pero también desde arriba: salen caminos a izquierda y derecha. No es el mayor salto de agua de la región, trono que ocupa chorrera de los Litueros, en Somosierra, con 40 metros de caída. Tampoco es único salto doble, está la Ducha de los Alemanes en Cercedilla, pero sí “el más cercano y mejor comunicado con la capital y de los poquísimos que hay”. Aunque es en primavera, con el deshielo, cuando las cascadas están en su máximo esplendor, el agua fluye todo el año y en otoño el paisaje no tiene precio.
A la vuelta, se toma una carretera abandonada a la izquierda del río que sube hasta la Almenara de los Castillejos. Desde allí, se desciende por la evocadora Vereda del Carril de las Mentiras y surgen a lo lejos dos acueductos. El primero es La Sima y tiene ocho arcos de medio punto sobre uno escarzado. El segundo, La Retuerta, de siete, también de medio punto, que se levantan sobre un gran arco inferior. Ambos datan de 1854, están hechos de sillares de piedra y forman parte del trazado primitivo del Canal. “Ya no están en uso, se hicieron para salvar el barranco”, explica la ambientalista. Y de nuevo en la Laguna de los Patos, concluye una excusión que merece mucho la pena.
'Basuraleza' contra los residuos
Todos sabemos que no hay que dejar basura en el campo, pero una vez allí, se nos olvida. "Siempre ha sido un problema en las cascadas, pero con la covid se multiplicó al llegar en masa otro tipo de público, que antes era más familiar y más sensibilizado", lamenta Mercedes Díaz. Por eso, la Concejalía de Medio Ambiente puso en marcha unas jornadas de concienciación, a las que llamó Basuraleza, que se han estado haciendo los domingos de marzo a septiembre, cuando empieza a decaer la afluencia, y que se quieren convertir en actividad permanente. Además de recoger basura, hay talleres para fabricar casas nido y de pintura de mochilas ecológicas y prometen, si la covid lo permite, ofrecer un pícnic a los participantes.
La última se hizo el 25 de septiembre y entre 60 "abuelos, hijos y nietos" y voluntarios de la Cruz Roja lograron retirar 60 kilos de basura, sobre todo colillas, anillas de latas y pañuelos de papel, que aunque sean biodegradables "tardan muchos años en desaparecer". "Pero también retiramos tiendas de campaña, hamacas, restos de haber hecho cambios de aceite a coches...".
En la época de mayor trasiego se organiza un dispositivo de limpieza especial, que llega a recoger los lunes 300 y 400 kilos de basura entre mayo y septiembre. En otoño e invierno, basta con los cuatro contenedores dispuestos a lo largo del camino. La "locura" de público durante la pandemia, con de 1.000 a 1.500 personas cada fin de semana, generó también problemas de seguridad y movilidad. "La gente aparcaba donde les parecía, bloqueando las vías pecuarias y las salidas de bomberos, debajo del puente, en los caminos del Canal...", recuerda la técnico municipal.
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