Autoridad macarra
Las estéticas marginales y contraculturales están cada vez más aceptadas
Caminaba al anochecer por una calle del centro, cuando atisbé allí delante a un grupo de macarrillas charlando en la puerta de un local. Llevaban tupés, peinados asimétricos con partes rapadas, tatuajes sobre el bíceps musculado, eran grandes, lucían botas contundentes, vestían oscuro. Crucé la calle para evitar problemas, y al cruzar, comprobé que no se trataba de un bar de copas sino de una comisaría, y que no eran macarrillas, sino policías nacionales (no está claro que ambas cosas sean excluyentes).
Hay que ver cómo se ha neutralizado el carácter marginalizante de ciertas estéticas. Por ejemplo, el tupé, que era cosa de rockers delincuenciales y ahora han vuelto a poner de moda algunos futbolistas millonarios. La barba extensa que lucían los mendigos más longevos y ahora se dejan los hipsters que salen en los anuncios de seguros. O el tatuaje, que era propio de rudos marineros y presidiarios, y ahora no solo es de modernos, sino que lo lucen hasta las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Difícil distinguir la policía de la golfería. La semana pasada, el Consejo de Ministros aprobó un decreto-ley que, entre otras cosas, permite a los guardias civiles portar tatuajes a la vista cuando vistan el uniforme, siempre que esos tatuajes no expresen ideas contrarias a la Constitución.
En 2003 el grupo Las Niñas se quejaba en una canción (Ojú) de que les quitaran el piercing “pa’ trabajar en un banco”. El único sitio serio donde las pintas no solo eran perseguidas, sino que eran bienvenidas, era en la Fnac de Callao, cuyos dependientes podían llevar rastas, patillas, piercings y el chalequito lleno de chapas musiqueras. Aquella gente tenía abundante coolness, eran pioneros, y muchos jóvenes aspiraban a trabajar en la Fnac, rodeados de productos culturales y con libertad estética para molar.
Ahora la permisividad con los diferentes estilos es mucho mayor y cada vez es más difícil mostrar modernidad o radicalismo en el aspecto físico, porque cuando todo es pretendidamente moderno, nada lo es. Las ministras visten chupas de cuero modelo Perfecto, como los moteros, los jevis o Los Ramones, y en cualquier centro comercial se pueden encontrar prendas asociadas a las pandillas callejeras o a cualquier subcultura juvenil: la subcultura ya ha subido a primera división y se ha convertido en cultura mainstream. Quizás sea momento de entender que la modernidad no va a asociada a la ropa o el peinado, sino a las conexiones neuronales. Por otro lado, aumenta el interés por el macarrismo, como muestra el éxito de la obra del ensayista Iñaki Domínguez. Aunque el macarrismo que ahora se estila es más estético que vital.
El Consejo de Ministros, según hemos visto, ya es proclive al tatuaje: tal vez dentro de 10 años tengamos a un presidente del gobierno con la dentadura forrada de oro y la cara tatuada, que ahora se empieza a llevar mucho.
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