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Salto de fe
Columna
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La tarde que fuimos libres

Me fui a la cama aliviada, con una sonrisa en la cara y pensando “ojalá no vuelvan nunca, ojalá se caiga también Twitter”

Grupo de amigas con sus teléfonos móviles.
Grupo de amigas con sus teléfonos móviles.Gema García
Margaryta Yakovenko

¿Qué hiciste en las seis horas que hubo silencio? Cuando todo se desplomó y tu móvil dejó de mostrarte notificaciones y se volvió un objeto que solo servía para llamar, lo que es lo mismo que decir que se volvió un objeto absolutamente inútil, ¿qué hiciste? Quizá calculaste tu nueva factura de la luz ahora que hemos llegado a los 300 euros. O la inviabilidad del proyecto de ayuda a la vivienda de los jóvenes del Gobierno. O, a lo mejor, te enfadaste porque sabes que estamos al borde de una nueva burbuja inmobiliaria. Y luego te diste cuenta de que al menos Twitter seguía en pie y podías seguir tecleando un poco de bilis a la gran olla de irritabilidad en la que hemos convertido esa red social que Zuckerberg aún no ha podido comprar.

A lo mejor te descargaste Telegram y escribiste a todos tus amigos un sms diciendo que era el momento de pasar de los tentáculos de Facebook que todo lo controlan y monopolizan y venden tus datos y te espían. Quizá se te olvidó que esos datos se los regalaste tú porque no quisiste leerte el contrato de consentimiento porque era engorroso y solo querías subir de una vez esa foto que te hiciste en el Caribe cuando aún no existían los carnets digitales de vacunación.

¿Te agobió el silencio o te hizo sentir liberado? ¿Cuántas llamadas hiciste? ¿Cuántos sms enviaste porque no aguantabas más sin noticias absurdas de nadie? ¿Cuántas veces pinchaste como un autómata en el icono de Instagram y la pantalla te devolvió el mensaje de “no se pueden cargar más noticias”?

Yo me fui a la cama aliviada, con una sonrisa en la cara y pensando “ojalá no vuelvan nunca, ojalá se caiga también Twitter”. A veces sueño con ver el mundo arder como una cerillita porque yo misma estoy quemada. Antes de dormirme, conecté religiosamente mi móvil a la carga y pensé: “¿para qué me habré comprado una cosa tan cara si a partir de ahora solo voy a usarlo para llamar?”. Lo pensé de verdad, porque creí que la caída podría ser eterna. Porque confié en que estábamos ante el apocalipsis como en el libro El silencio de Don Delillo y alguien nos había aliviado del sufrimiento y de las cadenas. Me sentí como Martin cuando piensa: “Llevo toda la vida queriendo esto sin saberlo”.

Al día siguiente mi móvil mostraba todos los mensajes que durante las seis horas de silencio habían llegado a mi WhatsApp. Lo primero que hice al abrir los ojos fue leerlos. Luego meterme a Instagram, dar unos cuantos likes, revisar todas las stories, ver que el mundo seguía en pie. Quejarme en Twitter de que siguiera en pie. Luego ya me levanté y me hice el desayuno. Y el silencio se extinguió y yo no hice nada por mantenerlo. Me dejé arrastrar de nuevo por la vorágine y pasé al día siguiente más de tres horas en las redes sociales del señor Zuckerberg. Pero aún recuerdo, con añoranza, que durante una tarde fui libre y deseé serlo siempre.

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Sobre la firma

Margaryta Yakovenko
Periodista y escritora, antes de llegar a EL PAÍS fue editora en la revista PlayGround y redactora en El Periódico de Cataluña y La Opinión. Estudió periodismo en la Universidad de Murcia y realizó el máster de Periodismo Político Internacional de la Universitat Pompeu Fabra. Es autora de la novela 'Desencajada' y varios relatos.

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