El doctor encapuchado que pintó una esvástica ante la sinagoga
Un radical de 68 años ha sido detenido en Madrid, acusado de cometer un delito de odio
Una noche de sabbath hace dos semanas, un encapuchado llegó andando a la sinagoga principal de Madrid con un spray de pintura roja. Se agachó y pintó en un bolardo una cruz esvástica nazi, delante de la puerta en la pequeña calle de Balmes, en el distrito de Chamberí. Usualmente estos delitos de odio han sido protagonizados por jóvenes skin heads o de otros grupos radicales, pero lo que la Policía Nacional se encontró cuando revisó las imágenes y rastreó la procedencia del individuo hasta localizarlo rompe esos esquemas.
José G-A. es un médico natural de Zaragoza de 68 años que ha trabajado media vida en el sistema de salud público. Fue doctor en un centro de atención primaria de Madrid y también es especialista en oncología. Los hechos ocurrieron a las 00.15 h. del sábado 31 de julio y la policía le detuvo este jueves poco antes del mediodía, tras haber hecho las pesquisas. Los agentes comprobaron que no tenía antecedentes penales y le pusieron en libertad a la espera de que le llame un juez y responda como imputado por un delito de odio.
El detenido suele expresar ideas racistas y violentas en la red social LinkedIn, donde con frecuencia comenta artículos de actualidad. En sus mensajes ha escrito sobre la teoría conspirativa de que España está dominada secretamente por los judíos y que los políticos pertenecen en su abrumadora mayoría a esa religión, con base en sus apellidos o aspecto físico. En una publicación asegura que el presidente Pedro Sánchez y el líder de Vox Santiago Abascal tienen rasgos judíos. En otra dice que el pueblo alemán no debe disculparse por el Holocausto y defiende que los gobiernos actuales limiten los derechos de los ciudadanos judíos e incluso los expulsen de su territorio.
En sus mensajes también despotrica contra medio mundo de manera desordenada. Entre sus muchos exabruptos ha pedido que ahorquen al rey y ha prometido recompensar al ejecutor con una caña y un bocadillo de calamares.
En persona, el detenido es un hombre que llama rápidamente la atención. Mide casi dos metros y viste de manera extravagante. Eva Ropero, directora de una residencia de mayores del municipio madrileño de Villalbilla, lo conoció en marzo cuando se presentó en su centro con una larga gabardina y un gorro de natación bajo un sombrero. Le dijo que venía de su sesión de piscina. Ropero le contrató porque se fio de su currículum donde incluye su experiencia en el Sermas, la sanidad pública madrileña, o su diploma de la Sociedad Europea de Oncología Médica (ESMO por sus siglas inglesas).
Le explicó que disfruta ayudando a los mayores. A pesar de que había superado la edad de jubilación, buscaba “trabajitos por placer para costearse sus caprichos, los coches antiguos”. Aparte de la vestimenta, le llamó la atención que llegaba a Villalbilla en transporte público desde Madrid, una hora y media para ir y otro tanto para volver. Pronto se dio cuenta de que José G. A. no tenía interés por trabajar. Se pasaba el día contando batallitas y enlazaba ideas extrañas, sin ton ni son. Como estaba en período de pruebas, Ropero le despidió a los cinco días.
Durante los días siguientes, José G. A. le dio la brasa en correos electrónicos, protestando por el motivo del despido o por el dinero que le debía. Son diatribas parecidas a las de su LinkedIn, un desorden que a Ropero y otras personas consultadas les hacía dudar de la estabilidad del médico. En uno de los correos acaba escupiendo su odio: “Estoy cansado de judiadas, tipo atacar por hacer las cosas bien”. En otro parece reconocer indirectamente que está mal de la cabeza, según interpretó Ropero. Es una viñeta en la que se ve a dos mayores sentados en un banco. Uno dice: “La verdad es que no sé qué puñetita tengo que no estoy bien; no soy el de antes”. José G-A. no ha respondido a un correo de este periódico solicitando su versión.
En LinkedIn, el currículum del detenido revela que durante la pandemia de coronavirus ha tenido cinco empleos como médico de residencias y de una piscina de Fuenlabrada. En la residencia DomusVi de Pastrana, en Guadalajara, trabajó menos de un mes y causó también mala impresión. “Se las daba de erudito, es un hombre con mucho ego, que tuvo desencuentros con otras empleadas”, dice una trabajadora al teléfono. “Al cabo de unos días nos pidió que le subiéramos el sueldo porque gastaba 28 litros en gasolina en el trayecto a la residencia y respondimos ‘pues va a ser que no’ y decidió que no iba a continuar. Le dijimos ‘adiós con el corazón’”, responde con retranca. “Tuvimos la suerte de tenerlo poco tiempo”, añade.
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