Brownie, “no tocar”
Adrián tiene un trastorno del espectro autista (TEA) de alto funcionamiento, posee un alto grado de inteligencia y razonamiento “y habla como un viejecillo pedante” remata su madre
“Mancha, Mancha, Mancha” repite Adrián. “Mancha, mira Mancha”. Mancha ni se inmuta al otro lado del cristal. Adrián amenaza con sacar el lagarto del terrario pero Noelia, su madre, le frena rápidamente. Adrián lo presenta en sociedad: “este es mi geko leopardo, Mancha, se porta bien aunque vosotros sabéis que los gekos no son animales con los que uno interactúe mucho”.
Adrián es un niño de 12 años experto en reptiles. Antes de esto fue experto en mitología japonesa y antes de esto fue un prolífico viñetista. Adrián tiene un trastorno del espectro autista (TEA) de alto funcionamiento, posee un alto grado de inteligencia y razonamiento “y habla como un viejecillo pedante” remata su madre.
Hace un año, Adri pasó unos días en los que volvía del cole muy frustrado y con mucha ansiedad, incluso algún día llegó a vomitar de camino a casa. No era capaz de verbalizarlo ni con sus padres ni con la psicóloga. Pero un día encontró la vía de desahogo: “¡Brownie, ven conmigo!”. Brownie no dudó: se levantó y siguió al niño. Ambos se encerraron en el cuarto y se tumbaron en el suelo. Adri abrazó al perro y las palabras comenzaron a brotar solas. Le contó que sufría bullying por parte de compañeros del colegio, que la profesora de inglés también le trataba mal, que no se encontraba bien, que quería irse, que sufría amenazas.
Para controlar todo esto está Brownie, que no es sólo un perro, sino que es un perro de asistencia para niños con TEA
Brownie miraba atento al niño, sin saber lo que decía, sin preguntar, juzgar, analizar ni recriminar. Al otro lado de la puerta, Noelia y Sergio escuchaban a su hijo. Fueron momentos complicados, tuvieron que abrir un expediente de acoso escolar y superar momentos críticos del niño. “Ahora está divino, pero cuando le da una rabieta de enfado, se autolesiona e, incluso, puede llegar a fugarse y cruzar la carretera”. Para controlar todo esto está Brownie, que no es sólo un perro, sino que es un perro de asistencia para niños con TEA.
En un colchón azul que hay cerca de la mesa del comedor Brownie se tumba, se lame la barriga, la pata derecha, la pata izquierda, la genitalia. Se levanta y rechupa la mano de Noelia. “A tu sitio, Brow”, le pide con cariño. “Brow”, Brownie, obedece y se vuelve a tumbar, quizás consciente de su falta de exotismo. Además del geko Mancha, Brownie compite por la atención de Adri con el escorpión Aguijón y la coneja Fany.
En la calle, estando en modo trabajo, lleva un arnés azul donde se lee en cada costado “No tocar” para que nadie le despiste con caricias. Cuando el niño era pequeño, llevaba un cinturón que se unía con el arnés del perro, ahora que es mayor, Adri prefiere ir agarrado del asa. El vaivén le relaja, el cuerpo del perro le protege, es su casa, un refugio andante.
El arnés, además, sirve para visibilizar una realidad que para muchos no existe: la de las personas con TEA. El estigma y el tabú con respecto a los niños con este tipo de trastorno es aún grande. ”Nos quedamos muy solos” lamentan Sergio y Noelia. ”Desaparecen amigos, familia... entras en un bucle destructivo, nadie quiere estar con un niño que monta un pollo cada dos por tres”. Muchos no ven el TEA, si no a un niño quejica y malcriado, de ahí que Noelia se haya sentido juzgada en muchas ocasiones “y, sobre todo, con mucho, mucho estrés”. Por eso Noelia y Brownie también se obligan a sí mismos a tomar descansos y pasear solos durante horas; él sin el uniforme de trabajo; ella, sin el de madre de niño con autismo.
Los perros como Brownie pueden acceder a todo tipo de lugares excepto a quirófanos y cocinas de restaurantes. Su sitio favorito es el cine “porque se puede comer todas las palomitas que caen al suelo”. Ahora Brownie, además, ”ha aprendido a hablar”, comenta Noelia entre risas, “he conseguido que diga algo parecido a ‘abuelo’ ¿a que sí, Brownie? Cuéntamelo anda”. Noelia balbucea ‘abuelo’ en forma de ladrido y el perro contesta de la misma forma, mirándola fijamente, como sólo lo haría un enamorado. Su marido lo confirma en susurros: “El vínculo lo tiene en realidad con ella”.
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