Un paseo junto a Alicia por un país maravillosamente inclusivo
El parque Quinta de los Molinos acoge una nueva versión del clásico literario, en la que el espectador es un personaje más que se acerca a la realidad de personas ciegas, con esquizofrenia o parálisis cerebral
El protagonista es el espectador. Llega al parque Quinta de los Molinos, al final de la tarde, cuando el calor da una tregua y se reúnen los que pasean a sus perros y los que corren; y recibe un enorme mapa y una carta que le invita adentrarse en los mundos de la obra Alicias buscan Maravillas. En su aventura, se encontrará con unos intérpretes con ceguera, esquizofrenia u osteogénesis imperfecta (conocida coloquialmente como huesos de cristal) que resignifican el clásico de Lewis Carol. Vivirá una inmersión a la diversidad y un ejercicio genuino de inclusión, según lo percibe Anna Marchessi (29 años, Barcelona), quien hace de una Alicia que habla de su parálisis cerebral. “Es una creación social y lúdica que invita a la reflexión. ¿Qué es la normalidad? Vivimos en un mundo con unas reglas muy claras porque hay situaciones y personas a las que no estamos acostumbrados. Lo desconocido nos asusta”, resume.
Dirigida por Lucía Miranda, creadora de la compañía Cross Border Project, la obra fusiona un ambiente de fábula con testimonios reales. “Lo que aparece en mi monólogo está basado en mis experiencias personales. En mi caso, quedé para comer con la directora con una grabadora, me entrevistó y lo condensó”, asegura la actriz en una llamada de teléfono, al día siguiente de la visita. Sin perder el sentido humorístico, los protagonistas van confesando sus dolores; que la sociedad les da la espalda, que los ven como peligrosos, que los destierran con las miradas o con el peso de la palabra “diferente”. Marchessi y sus compañeros se enfrentan a ello: ”Lucía transmite un componente político. Reivindicamos la posibilidad de ser diversos, de ir contra la norma”.
La idea surgió porque hace unos cuatro años cuando Miranda (Valladolid, 39 años) dirigió un taller que le aportó una mirada diferente. Lo impartía a 20 actores, de los cuales la mitad tenían discapacidad. “Me voló la cabeza”, sentencia. Se topó con cuerpos y maneras de desenvolverse nuevas, se sitió “muy Alicia”, rodeada de seres desconocidos y mágicos. Después, un viaje a Nueva York le inspiró el espacio. En la ciudad norteamericana los parques eran un escenario muy atractivo para el verano. Así nació esta coproducción de Espacio Abierto Quinta de los Molinos y Veranos de la Villa, que puede verse del 23 al 25 de julio.
A Patty Bonet (Valencia, 36 años) le fascinaba pensar que el conejo blanco, su papel, podría tener albinismo, como ella. El mítico personaje preocupado por el reloj hace, en este caso, de guía por los caminos. Aunque se centra en eso, suelta alguna pincelada sobre su manera de percibir: “Cuento que yo no veo bien, que tengo una discapacidad visual. Que estas historias sean reales supone una experiencia transformadora”. Tanto para ellos como para los que vienen. “Es un viaje para todas edades. Siempre hay tiempo para volver a ser niños”, asegura, y hace alusión a la variedad de generaciones entre el reparto, que cuenta con un grupo de adolescentes que pertenecen al programa Mundo Quinta, encargado de acoger a jóvenes de más de seis institutos para que hagan su propia obra y transmitan sus preocupaciones. “Ellos están muy sensibilizados, llegan los primeros, se van los últimos y nos ayudan en todo lo que pueden”, asevera la actriz. Con sus cuestionamientos púberes hacen recordar a los mayores e imaginar a los más pequeños.
—¿Qué queréis ser de mayor?
— Quiero ser libre y tomar mis propias decisiones.
— Quiero pasear sin prisa.
Los invitados confiesan sus deseos en apacible confianza. El más joven del público tiene 13 años y se implica de la misma forma que la septuagenaria; ambos ríen, bailan, se emocionan. “Es una propuesta intergeneracional, que hay muy pocas. Mi objetivo es que fuera un espectáculo que pareciera sacado de Pixar, construir un espectáculo donde empaticen todos los rangos de edad”, sostiene la creadora.
Algunos curiosos se acercan al escuchar las voces o a admirar los disfraces. De vez en cuando, dos mujeres con gorros de explorador se encargan de pedir a los visitantes —que son más de 30— que se dividan en dos filas. El espacio al aire libre permite escapar del virus, pero las mascarillas se mantienen en las bocas del grupo heterogéneo que persigue por el recinto a la tropa estrafalaria.
“Entran en un nuevo mundo”, apuntilla la directora, y recuerda que la noche anterior unos espontáneos se acercaban a una de las personas de la obra que llevaba atuendo de ave para interrogarle sobre quién era. “Soy el pavo que vive en la Quinta de los Molinos”, fue lo único que consiguieron sonsacarle. Miranda explica que con su inmersión tratan de modificar lo mínimo el espacio: “Es un lugar público y queremos intervenirlo lo menos posible, hemos montado solo un par de escenarios”. Tampoco es necesario, porque el trabajo lo hacen los actores. “Dan mucho. Transmiten todas sus experiencias”, afirma.
Al final, cuando todo acaba, dejan una pequeña casa como de pájaros que tiene papeles y bolígrafos. Solo una mujer se aparta unos instantes, no puede contener las lágrimas por lo que ha vivido y entendido. Luego se suma a la larga cola. Nadie quiere irse sin responder a la carta de Alicia y sus amigos.
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