Insultantemente jóvenes, escandalosamente ‘funkies’
Rice & Groove, un trío madrileño con 17 años de edad media, despliega un asombroso dominio de la música negra y sueña con acabar tocando en el Blue Note neoyorquino
No se lo van a creer, pero en Madrid hay al menos dos chavalillos, generación del 2004, que no sabían una sola palabra de la Eurocopa, del partido de la selección contra Croacia o de su desenlace tras una prórroga agónica. Ni la más remota idea. “¿5 a 3, dices? Esos son muchos goles, ¿verdad?”, pregunta Daniel López, de 16 años, como esforzándose en ponerse al día con un tema que, al parecer, interesa al común de los mortales. Pero su colega Francisco Caballero, que ya ha cumplido los 17, no le anda a la zaga en cuanto a inopia futbolera. Y eso que en la mascarilla luce, orgulloso, el escudo del Granada Club de Fútbol. “Es por presumir de orígenes sureños: padre granadino y familia materna jerezana. Sobre la Liga y esas cosas, la verdad es que no me entero…”. Y se encoge de hombros, divertido.
Dani y Curro son, respectivamente, el teclista y el bajista y contrabajista de Rice & Groove, una nueva banda madrileña no ya joven en grado extremo, sino milagrosa por hechuras, entidad y ambiciones. El tercer vértice del triángulo lo aporta Rafael Motila, cantante, batería y líder tácito, aunque solo sea por su condición de hermano mayor putativo. Rafa llega con retraso ostensible a la cita, aun siendo vespertina, porque este lunes ha alcanzado la mayoría de edad. Y la celebración, entre lo que admite y lo que se infiere, ha debido de ser épica. Él sí que estaba al tanto de las novedades balompédicas, siquiera porque de crío –es decir, hace muy pocos años– hizo sus pinitos en la cantera del Rayo Vallecano. “Era bueno, pero acabé perdiendo interés. Jugaba de mediocentro, pero ahora, en Rice & Groove, sería el equivalente al mediapunta. Voy más al ataque”. Y se carcajea con su propia metáfora mientras sus fraternales acompañantes no saben bien si aplaudir la ocurrencia o reprochársela.
En realidad, no es que a Rafa, Curro y Dani les importe poco la actualidad deportiva. Sucede más bien que apenas les interesan dos o tres cosas en la vida: música, música y más música. Dani anota por lo bajinis que a veces le presta atención al calzado deportivo, y hasta presume de unas Converse personalizadas (con la silueta de un piano, por supuesto) que una artista gráfica le decoró en el barrio londinense de Camden. Los dos benjamines se sorprenden confesando que la víspera se animaron por vez primera a echar juntos una partidita a la PlayStation. Admiten que a veces prenden la tele, “pero poco”, si alguien insiste en hablarles mucho y bien de alguna serie. Pero pregúntenles por las discografías íntegras de Stevie Wonder, Kool & The Gang o Marcus Miller, luminarias de la música negra que triunfaban en los años mozos de sus padres. Interésense por su opinión sobre los músicos de sesión de Eric Clapton, los grandes de la salsa o del son cubano. Fíjense en la camiseta de Rafa, que ha escogido una de Elton John “porque es un tipo flipante”. Cuesta creerlo, pero se lo saben todo.
Lo suyo es pasión en vena. El padre de Dani atesora miles de vinilos en casa y su vástago, cuando ahorró los primeros 20 euros, inauguró su colección propia de elepés con uno de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong. Curro recuerda que de pequeñajo le compraron un pequeño radiocasete para la mesilla del cuarto porque necesitaba música para conciliar el sueño. “Mi madre me ponía todas las noches un grandes éxitos de Earth, Wind & Fire. Supongo que si ellos se enterasen de que September, puro funky, me ayudaba a dormir se lo tomarían bastante regular”, bromea. Y Rafa interiorizó el atractivo de cantar y tocar la batería a la vez cuando descubrió a Anderson Paak, un genio de r&b contemporáneo del que solo habrán oído hablar los oyentes más documentados. “Ya sé que ser el líder desde la batería es infrecuente”, anota, “pero yo siempre fui el rubio, zurdo y de pelo largo, el que llamaba la atención”.
Tres marcianos como ellos, tan infrecuentes en todo, estaban condenados a terminar conociéndose. Antes o después. Los astros acabaron alineándose en la big band de la Escuela de Música Creativa, en la calle de la Palma, donde Dani, Curro y Rafa aprendían jazz contemporáneo por toneladas. “Los profesores invertían mucho tiempo en los arreglos de metales, así que nosotros, que éramos la sección rítmica, matábamos todos esos parones charlando”. Acabaron haciéndose inseparables, claro. Más aún cuando Curro descubrió que su abuelo –el ilustrísimo trompetista Antonio Ramos– y el bisabuelo de Dani habían tocado juntos de jóvenes. La de vueltas que da la vida. Para cerrar ese bello círculo intergeneracional, Ramos sopla su trompeta en Y’all not ready, el debut discográfico de Rice & Groove, un EP de seis canciones –cinco propias y una versión de ¡Bill Withers!– que suena, pese a la bisoñez de sus artífices, como un cañonazo.
Puede que no sean los chavales más representativos de su quinta, pero defienden, cabal y enérgicamente, que los adultos deberían orillar sus ideas preconcebidas sobre esta emergente generación Z. “Somos apasionados, cada uno en lo nuestro. Quedamos para ensayar siempre que podemos; no solo por preparar nuevas canciones propias, sino porque no hay nada que nos guste más”. El cuartel general suele establecerse en casa de Daniel, que vive en el municipio serrano de Guadarrama y dispone de más espacio para guardar los cachivaches de todos. Su melomanía, de tan militante, termina resultando contagiosa. “Me he pasado media vida regalando pendrives entre los amiguetes con todas estas cosas de soul o rhythm ‘n’ blues que me molan. Al final, por lo menos tres chicos del pueblo han acabado matriculándose en clases de música por mi culpa…”. Proselitismo puro.
El estado de alarma les sorprendió cuando ya tenían fecha para grabar el primer álbum. Mientras muchos compañeros se mostraban desolados con los rigores del confinamiento, ellos pensaron que era su gran oportunidad para dedicarle más horas al estudio musical y escuchar todos los discos que tenían pendientes en las listas de reproducción de Spotify. Curro incluso aprovechaba para visitar de extranjis a su abuelo Antonio, ¡guardando las distancias!, para que este le enseñara a tocar la trompeta. Ha debido de aprender algo más que rudimentos. “Ya he participado en alguna jam session con cubanos. Dicen que no se me da mal…”.
Es divertido verlos juntos. Se llevan muy bien y se tratan de “compadres”, pero son muy diferentes entre sí. Daniel, el más joven, ejerce de juicioso y prudente, y hasta prescinde de sus gafas para las fotos porque dice que le hacen “demasiado tímido y formal”. Rafa, por contraste, es arrollador, locuaz y tan hiperactivo que no para de retorcerse la camiseta (la de Elton John) cada vez que toma la palabra. A Curro le corresponde el papel de bisectriz. No llega a ser tan expresivo como el cantante, pero admite “curiosidad” por saber “qué se siente si acabas siendo un poco famoso”.
Habrá que ver cuál es el designio de los hados, pero a Rice & Groove no les faltará ni empeño ni ambición. Pese a su juventud insultante, son muchas las horas de hermanamiento que acreditan en las salas, los escenarios, la carretera. Y han tenido tiempo de soñar en voz alta y clara. “Yo espero llegar muy lejos”, resume el cantante y batería, “y con estos tipos a mi lado. A veces, cuando deseas algo con mucha fuerza, puedes acabar consiguiéndolo. Y yo me imagino debutando dentro de cinco años en el Blue Note”, en referencia al mítico club de jazz de Nueva York. ¿No será mucho pedir? “No nos vamos a frustrar si no sucede”, avisan a coro. “Pero si lo conseguimos, prometednos que EL PAÍS irá a cubrir ese concierto…”.
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