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Estación en curva
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Detrás de las cortinas rojas

Cuando Madrid se convierte en una película de David Lynch entre apariciones, sueños y pesadillas

Una de las salas de los cines Golem de Madrid.
Una de las salas de los cines Golem de Madrid.
Antonio Ruiz Valdivia

Bajo la escalera, está oscuro el subsuelo madrileño. Al fondo hay una cortina roja, cortejando a una Venus de Milo, que invita a pasar hacia dentro. Los neones dan la bienvenida detrás al grito de “Silencio”. Volvemos todos al club veinte años después. Pero dentro hay una pantalla en los cines Golem, pasillos lynchinianos para proyectar el reestreno de la monumental Mulholland Drive. Sueños, onirismo, pesadillas, fracasos, alucinaciones.

Lynch regresa de esta forma a Madrid, reuniendo cada noche a decenas de espectadores. Como una aparición de sus películas, recuerdo su cabellera blanca hace unos años en el Círculo de Bellas Artes. Por supuesto, con telón rojo de fondo. Siempre rodeado de sombras y terciopelos, transitó entonces la ciudad de la mano de Rizoma, Pedro Almodóvar, David Delfín, Ray Loriga y Rossy de Palma.

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En Madrid hay esquinas nebulosas en las que uno de repente se cruza con un trozo de Hollywood sin apenas dar tiempo a reaccionar. Una tarde de vuelta a casa, pasando por Mejía Lequerica, me sonó una cara. Y de bruces ya me di cuenta de que era la propia Sarah Jessica Parker. Siempre que paso por allí con alguien se lo narro como gran hazaña urbanita y fantaseo con que pongan una placa. Es una lista corta pero que rememoro con esmero. Era otra noche todavía calurosa de septiembre, no había nadie por la calle Almagro. Al final avanzaba una chica que pasó junto a mí para inmediatamente después driblar a la izquierda y perderse en el jardín del Santo Mauro. De reojo intuí que era Lindsay Lohan. Y la tercera aparición mariana madrileña: la tarde en la que de repente aparecieron delante de mis ojos unos despistados Spike Jonze y Rinko Kikuchi en el bar inglés del Palace, entre las flores verdes de la moqueta y la chimenea.

Ese mundo de sueño e irrealidad que se difumina por la ciudad. En plena calle de San Roque hay un homenaje a Lynch en forma de café, el Estupenda. Dedicado a Twin Peaks entre tartas, tocadiscos glorificando a Elvis, rosas azules en las mesas, cartas plastificadas con cascadas y cuadros con ciervos y puentes de hierro. Hasta sesiones de hipnosis. ¿Quién mató a Laura Palmer? Suena Angelo Badalamenti. Bang, bang. Y otros cortinajes rojos. Ese universo que tiene Madrid de puertas que no sabes a dónde te llevarán, de corazones salvajes, cabezas borradoras y carreteras perdidas. Seguro que si vuelve el director, incorporaría el portalón que se abre con la huella dactilar para entrar en el club Matador o la subida entre maderas y cuero a la terraza del club Argo para dominar la capital desde lo más alto de la plaza de Santa Ana. Se sentiría, además, atrapado estos días al traspasar la puerta de atrás La Escalera de Jacob en la calle del Calvario y no ver nada entre el humo rojo que domina la sala antes de que empiece a hablar Avelino Piedad en Elgé. Y los granizos diluyéndose mientras por una Gran Vía borrosa.

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