Carne de cañón
Los terribles ‘menas’ con que Vox empapeló el metro de Madrid durante la campaña electoral resultaron ser niños ateridos y temerosos
Después de ver lo que vimos en el metro de Madrid, es fácil comprender que algunos se echasen a temblar cuando nos anunciaron que un “ejército de menas” avanzaba imperioso hacia la frontera de Ceuta. Teníamos fijada la imagen del mena por aquellos carteles con que Vox nos endulzó la campaña madrileña: un tipo embozado, con gesto acechante y mirada turbia, un delincuente o un terrorista en potencia. Pensar en un pelotón de sujetos de esa calaña invadiendo una de nuestras plazas en el norte de África solo podía provocar estremecimiento.
Santiago Abascal, siempre en primera fila cuando de defender España se trata -lástima que se perdiese la mili-, sintió de inmediato la llamada de la patria y corrió a Ceuta para plantar cara a la intrusión extranjera. No fue necesaria ninguna muestra de coraje por su parte. El invasor distaba mucho de ese individuo torvo y amenazante retratado en los carteles de su partido. El enemigo era más bien un conjunto de niños y adolescentes, que, ateridos y temerosos, se aferraban a los brazos de sus rescatadores.
Mena es una denominación administrativa que responde a las siglas de “menores extranjeros no acompañados”. Lo que empezó como una abreviación burocrática se ha convertido en anatema en boca de los dirigentes de Vox. Cada vez que recurren a esa palabra -y recurren a todas horas: en las redes, en los medios, en los Parlamentos- no la pronuncian, la descerrajan.
Llamar a un grupo de personas por unas siglas es una manera de cosificarlas, y eso exactamente está haciendo la extrema derecha: convertir mena en una entidad maligna. Si yo digo que el Estado no debe gastar dinero en acoger a los menas, siempre puede haber alguien dispuesto a darme la razón. Pero si digo que el Estado tiene que desentenderse de niños inmigrantes que están solos en el mundo, tal vez ya empiece a dudar.
Que chicos en situaciones así pueden caer con facilidad en la delincuencia resulta obvio. Que eso constituya uno de los grandes problemas de nuestro país entra en los territorios de lo grotesco o de lo paranoico. Sería, en todo caso, un problema infinitamente menor a, por ejemplo, los asesinatos de mujeres, ese asuntillo que Vox despacha como simples disputas domésticas mal resueltas.
Se ha escuchado mucho estos días la expresión “carne de cañón” para describir el infame uso político que las autoridades marroquíes han hecho de esos chicos. Pero, antes que Rabat, otros se le anticiparon aquí. La campaña madrileña fue la muestra de que los niños inmigrantes -llamémosles de una vez por su nombre- también pueden ser carne de cañón electoral. Bien es verdad que con resultados magros: en esos barrios que, según Vox, viven bajo el terror de los menas, el partido de Abascal no salió muy airoso de las urnas. Yo, en su lugar, empezaría a buscar otro enemigo más creíble.
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