El alienígena de La Moraleja
Discernir las bromas de la realidad resulta cada vez más complicado
Mientras los habitantes de La Moraleja se preguntaban quién será ese espécimen de otra galaxia que depositó allí el único voto a Pablo Iglesias, los medios y las redes se han dado un festín a cuenta de la coleta perdida del exlíder de Podemos. Esto de la coleta de Iglesias recuerda a la chaqueta de pana de Felipe González. Esa era la prenda que solía vestir en los setenta aquel joven líder de un partido que aún defendía la salida de la OTAN y la “autodeterminación de los pueblos”. Nuestros padres y los comentaristas de derechas —valga el pleonasmo— decían que un tipo vestido así era indigno de presidir el país. Después de que González llegase a La Moncloa, y metiese en un baúl la chaqueta de pana y las veleidades izquierdistas, los mismos padres y los mismos comentaristas confirmaron sus sospechas: “¿Veis como todo era un engaño?”.
Iglesias tuvo la tentación de hacer con su coleta lo mismo que González con aquella americana que simbolizaba lo progre, pero sus asesores se lo desaconsejaron. Ahora le ha faltado tiempo para cortársela
Iglesias tuvo la tentación de hacer con su coleta lo mismo que González con aquella americana que simbolizaba lo progre, pero sus asesores se lo desaconsejaron. Ahora le ha faltado tiempo para cortársela y divulgar su nueva imagen, entre el jolgorio de los que ya notaban el síndrome de abstinencia por la desaparición pública del archienemigo que activaba todas sus energías. Lo más celebrado fue el descubrimiento de que la pose del antes conocido como El Coletas guarda una sorprendente similitud con un retrato del joven Stalin. La broma era estupenda, tanto que muchos se lo tomaron en serio y confirmaron sus sospechas: Iglesias es Stalin.
También hubo quien se tomó a broma que la presidenta madrileña lanzase su campaña con el lema “comunismo o libertad”, pero se ha visto que la cosa va en serio. El hijo de un amigo me contó que los niños de su equipo de fútbol se animan con el grito de “¡el que pierda, comunista!”. En tertulias televisivas hemos asistido a verdaderos interrogatorios para desenmascarar a los sospechosos de comunismo. Y el periodista Gonzo dice que le han increpado por la calle con el insulto de “comunista”. Está claro, la momia bolchevique ha resucitado. Algunos ya acumulaban trienios en su esfuerzo por reanimarla: Jiménez Losantos lleva desde el pasado siglo avisándonos de que la sombra exterminadora de Pol Pot acecha España.
Discernir las bromas de la realidad resulta cada vez más complicado. Ha sucedido con el Tribunal de Justicia de Madrid, que ha dictaminado, con toda la seriedad, que Millán Astray —sí, el de Unamuno y todo eso— no tuvo nada que ver con la guerra civil. El tribunal también ha impedido retirar de una calle madrileña el nombre de Caídos en la División Azul, ese regalito que Franco envió a Hitler para echarle una mano en su misión de limpiar Europa de razas inferiores, maricones e ideología marxista.
Y, mientras, en La Moraleja siguen sin dar con su alienígena comunista.
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