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SALTO DE FE
Columna
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Desmemoria

Cuanto más traumático el pasado, mayor es nuestro esfuerzo en olvidarlo.

Una mujer con mascarilla a las puertas de un supermercado, a 16 de marzo de 2020.
Una mujer con mascarilla a las puertas de un supermercado, a 16 de marzo de 2020.Rober Solsona (Europa Press)
Margaryta Yakovenko

Siempre he defendido la teoría de que recordamos cuando las cosas empiezan pero casi siempre olvidamos cuando acaban. Los finales son nebulosos. Recuerdas el primer beso pero no el último. Recuerdas incluso la ropa que llevabas, el ángulo exacto del Sol en el momento en el que vuestras miradas se cruzaron, pero años después, no queda nada grabado en tu memoria sobre los momentos que pasasteis juntos. Olvidas la marca de leche que siempre compraba. Olvidas los viajes que hicisteis. Olvidas su cara pero incluso olvidas la tuya propia durante el periodo de tiempo que estuvisteis juntos. Y cuando de pronto una fotografía elegida al azar por Facebook, Instagram o Google Fotos te quiere arrancar de la amnesia, te contemplas a su lado y piensas: ¿esa soy yo?

Junto con la memoria se nos dio el olvido. Se trata de una cosa pequeña, una cosita que por bondad o clemencia, que por misericordia, albergan nuestros genes. Cómo sino íbamos nosotros, mamíferos sin garras, sin bocas feroces y sin saliva venenosa a defendernos de los males. Cosemos nuestros cortes y nuestras heridas con la aguja de la desmemoria como si en vez de suturar estuviéramos descosiendo los traumas, revirtiendo la piel a su estado original. El olvido nos ha hecho avanzar como especie al mismo tiempo que nos condenaba a una biografía cíclica. Si tuviéramos la capacidad de recordar, sabríamos que las guerras civiles son la peor de las desgracias. Que los totalitarismos nos convierten en carne y en masa. Que no hay libertad si existe la mentira. Pero cuanto más traumático el pasado, mayor es nuestro esfuerzo en olvidarlo.

A veces podemos incluso forzar la memoria, olvidar intencionadamente a riesgo de crear una historia distinta.

Estos días, paseando por Madrid, me pareció muy lejano el momento en el que hace un año recorría las mismas calles con miedo. ¿Recuerdan ustedes que había colas a las puertas de los supermercados? ¿Que nos dijeron que la distancia de seguridad era de un metro pero nosotros nos situábamos a dos por ser más cautos? Y la señora que bajaba al Mercadona a la misma hora que yo con guantes de goma, con guantes de fregar la encimera con lejía y con mascarilla, esa señora tenía una mirada de terror. Ahora incluso a ella se le olvida echarse gel hidroalcohólico. No la culpo: es malsano vivir en el pasado. Es difícil seguir adelante si nos pesan los recuerdos.

A veces podemos incluso forzar la memoria, olvidar intencionadamente a riesgo de crear una historia distinta. Puedo empeñarme en recordar que la primavera del 2021 olí por primera vez las lilas en un parque de Madrid pero olvidar que para olerlas tuve que mirar a ambos lados y quitarme la mascarilla antes de acercarme a las flores.

A día de hoy me sigo preguntando qué querían decir con eso de que de esta saldríamos mejores como si después de una tragedia tuviéramos que renacer en forma de una versión más hermosa, amable y simpática. Como si hace un año fuéramos malos. En contra de lo que se dice, creo que lo mejor que podemos hacer es confiarnos a la desmemoria.

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Sobre la firma

Margaryta Yakovenko
Periodista y escritora, antes de llegar a EL PAÍS fue editora en la revista PlayGround y redactora en El Periódico de Cataluña y La Opinión. Estudió periodismo en la Universidad de Murcia y realizó el máster de Periodismo Político Internacional de la Universitat Pompeu Fabra. Es autora de la novela 'Desencajada' y varios relatos.

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