Aroma a son, bolero y cantina en versión veinteañera
Dos hermanos mexicanos y un percusionista gallego refrescan con Zuaraz las enseñanzas de Los Panchos y demás ídolos de sus padres
Santiago y Sebastián Hernández comparten sangre, apellido y una pasión desaforada por la música. ¿Desde cuándo? “Yo creo que lo suyo empezó hace 24 años”, se sonríe con evidente retranca Xoán Domínguez, tercer vértice en el triángulo que conforma el grupo Zuaraz. “El mismo día que nació Sebas”, aclara, “Santiago, que le saca tres años, ya debía de estar esperándole con la guitarra…”.
Los orígenes quizá se remonten a entonces, pero el trío que hoy nos ocupa se ha acabado por materializar hace bien poco. En un primer momento, Sebastián y Xoán coincidieron en clases de yoga, comenzaron a charlar a la salida y sintieron un “flechazo instantáneo”. Lo siguiente fue una invitación para que el joven compostelano se apuntara a alguna comida en casa de los hermanos Hernández, en plena calle de Goya. La parte gastronómica estuvo a la altura de las expectativas, pero lo mejor llegó a los postres: estos veinteañeros mexicanos resultaron ser unos conversadores amenísimos y unos apasionados por el bolero o el son jarocho que alargaban la sobremesa tocando la guitarra y cantando todo lo que se les ocurría. Domínguez, fascinado, acabó erigiéndose en bisectriz entre ambos. Y la idea de fundar un grupo acabó cayendo sobre la mesa cual fruta madura, desde el momento mismo en que encontraron un nombre ocurrente para el bautismo: Zuaraz surge de invertir Zarauz, el apellido materno de los Hernández.
“Nunca sentimos pudor por convocar el espíritu del bolero, el son cubano, la trova yucateca o el son jarocho, porque son las músicas de las que provenimos y las que amamos”, proclaman casi al alimón Sebas y Santi, 24 y 27 años en sus respectivos carnés de identidad. Les divierte que algunos les tomen por “mileniales viejunos”, un par de jovencitos que, al igual que su aliado gallego, abrazan sin complejos la música romántica a la antigua usanza. “Llevamos dentro la herencia de Los Panchos, Armando Manzanero, Omara Portuondo o Lucho Gatica. Está en nuestro ADN y en los glóbulos rojos, es lo que nos pide el cuerpo cuando nos ponemos a cantar. Y no pensamos renunciar a nuestros valores e ideas”, proclaman con un deje solemne. Xoán, todavía más joven que ellos, asiente con abierta complicidad: “Hay en México un amor muy profundo por la cultura de las generaciones precedentes. En España sentimos más pudor hacia los géneros tradicionales, quizá por la asociación con los años de la dictadura. Pero la música es cíclica, se retroalimenta y los clásicos siempre acaban volviéndose a escuchar”.
Sebas y Santi conforman un tándem pintoresco. Rara vez coinciden en sus opiniones, pero parece imposible imaginarlos enfadados. “Yo llevo la iniciativa con la música”, especifica el primero, “y Santi es mejor con letras. Yo soy el procrastinador y mi hermano, el organizado. No tenemos casi nada en común, pero… nos complementamos”. Al interpelado le entra la risa. “Nos parecemos en que somos varones y greñudos, una especie de ZZ Top a la mexicana. Y como sentimos admiración y cariño familiar por Xoán, él nos sirve para mediar en las controversias”.
El resultado de este complejo equilibrio a tres bandas acaba de sustanciarse en forma de un primer minielepé, Bugambilia, que toma su nombre de una flor muy abundante en México a la que se atribuyen propiedades medicinales. “Ahora que necesitamos más que nunca la dimensión curativa de la música”, argumentan los hermanos, “quisimos recurrir a una planta muy simbólica y presente en nuestras infancias. Gracias a sus espinas, la bugambilia es capaz de sobrevivir hasta en las paredes más porosas, en las circunstancias más difíciles”. El son jarocho, un seis por ocho muy característico de Veracruz y el sureste mexicano, protagoniza buena parte del repertorio, aunque la aproximación a través de un percusionista de Santiago de Compostela no sea nada académica. De pronto, los tres rompen a canturrearnos El buscapiés, el son con el que a menudo comienza el fandango (la fiesta) en la noche veracruzana. “Los versos se improvisan en forma de décimas, con octosílabos perfectos, y pueden prolongarse hasta el infinito”.
¿Cómo conservar ese genuino pálpito latinoamericano después de ya cinco años de estancia en Madrid y con el añadido de un gallego que tira de retranca para definirse como “el extranjero del grupo”? Los tres se miran, dudan, sonríen. Pero Santi, letrista sagaz y lector torrencial, encuentra la respuesta en uno de sus autores de cabecera. “Hay un poema increíble de Roberto Bolaño, Los perros románticos, que expresa esa necesidad de regresar a los lugares que a uno le impactan y electrifican. Al final, nuestra música es un territorio emocional”. Así que se despiden reservando en la agenda hueco para una nueva comida con sobremesa infinita. “Nos gusta la juerga en casa, como la música de cantina. Comes, bebes, cantas. Improvisas. A veces te pillas un pedo. Esa esencia cantinera es la que propició el nacimiento de Zuaraz”.
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