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¿Roy Orbison en holograma? No, gracias

El Gran Teatro Bankia Príncipe Pío, que se ha convertido en hogar para los conciertos ficticios, programa ahora una actuación conjunta del músico fallecido y Buddy Holly

Holograma de Roy Orbison, en el escenario del Gran Teatro Bankia Príncipe Pío.
Holograma de Roy Orbison, en el escenario del Gran Teatro Bankia Príncipe Pío.Bennett Sell-Kline (Ryan Latham (BASE Hologram))
Fernando Navarro

Que la realidad supera a la ficción es algo que se dice mucho y que, al menos, más allá de confinarse todo el planeta durante semanas y acostumbrarse a ver a la gente por la calle con mascarillas, sabemos con cierto conocimiento de causa desde que los Beatles irrumpieron como cometas supersónicos en el mundo. No hay historia más perfecta que la que los cuatro fabulosos de Liverpool protagonizaron en la década de los sesenta del siglo pasado. Apenas ocho años de vida que han dado para construir todo un mundo, un mito, una fábula más grande que cualquier palabra escrita o hablada.

El deporte también es propicio para ello: ahí han estado o están con sus cosas, yendo más lejos que la imaginación, personajes como Maradona, Michael Jordan, Rafa Nadal o la gimnasta Simone Biles. También en política, a veces, sucede. Solo que suele ser al contrario: para mal. Tenemos ejemplos muy recientes como Donald Trump. En Madrid, está Isabel Díaz-Ayuso, que, aun estando en categoría de alevines con respecto al otro, como escribía el otro día Enric González en este periódico, es capaz de superarse cada semana dejando cualquier despropósito verbal imaginado en una menudencia.

La realidad supera a la ficción, pero la ficción es el nuevo credo. Vivimos rodeados de ella en series, películas, programas de televisión, videojuegos, redes sociales e incluso política. Ahora, también, incluso en la música. No por lo que nos dicen las canciones -ojalá-, sino por los conciertos, tan difíciles de ver estos días de pandemia. Por los conciertos con hologramas, una propuesta que desde hace años ha ido funcionando en Estados Unidos y Reino Unido y hoy se está abriendo paso como una oferta de ocio en la capital. De hecho, el Gran Teatro Bankia Príncipe Pío se ha convertido en hogar para estas actuaciones ficticias. Y lo es por una alianza con la empresa Base Hologram, que estaba detrás el pasado marzo del espectáculo sobre María Callas y en noviembre sobre Whitney Houston. Ahora, le toca el turno a otros dos ilustres cadáveres: Roy Orbison y Buddy Holly. Ver para creer.

Hay bastante de perverso en asistir a un concierto de estos dos pioneros del rock’n’roll en 2021. Es comprensible la curiosidad, más bien el morbo, como es también entendible que uno tenga que frotarse los ojos en más de una ocasión para cerciorarse de que el tipo que está sobre el escenario no es el auténtico Roy Orbison. El holograma proyectado con láser de alta tecnología militar es de un realismo extremo y mueve la boca al unísono de la letra de la canción, marca las notas de la guitarra correctamente, flexiona las rodillas para los ligeros movimientos de baile, interactúa con la banda ―formada por humanos de carne, hueso y sufridores como todos de las limitaciones del covid― y saluda al público, aunque el público esté con mascarilla, sin decir ni mu. Incluso al correspondiente Buddy Holly se le agitan los flecos de su chaleco.

Los músicos no saltan al escenario: aparecen y se desvanecen. Primero, surge Roy Orbison y, después, Buddy Holly. No se cruzan en camerinos ni se chocan la mano en el cambio de bolo. Cuando le toca el turno al genio gafapasta, Roy Orbison da las gracias y se esfuma. Literalmente. Se evapora como una nube, desaparece como por un conjuro mágico de Harry Potter. Surge, entonces, Buddy Holly, después de un vídeo nostálgico sobre la importancia de uno y otro. Sale Tom Petty y Bono de U2 hablando de la grandeza de Orbison. Y Don McLean y varias estrellas más comentando lo esencial que fue Holly. Es difícil saber que da más yuyu: si esos hologramas con pinta de verdaderos o esos vídeos recordándonos que estamos haciéndonos los locos con esos músicos como si no hubieran muerto. Recordemos: Buddy Holly palmó al estrellarse su avión en 1959 y Roy Orbison se fue por un ataque al corazón en 1988. Quizá han tenido cada uno decenas de imitadores desde entonces, pero ambos han sido irrepetibles.

Los ingleses siempre tienen una expresión para algo, incluso para lo más insólito. En teatro, suelen decir la expresión a suspension of disbelief (el suspenso de la incredulidad) cuando se refieren al momento en el que el espectador renuncia a todo lo que sabe de antes y se deja implicar emocionalmente por lo que va a suceder en el escenario. Forma parte del código establecido para asombrarse por la magia del arte.

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El problema es que un holograma, por muy real que parezca, no solo es hacerle trampas a la vida, sino al mismo arte. Conmigo que no cuenten. Puede tener su público buscando su grano de entretenimiento, como los reality-shows o buena parte de la política, pero no son verdad. Ni siquiera son mentira. Son un reflejo de algo que debería ser real para conectar con la humanidad. El arte es esa empresa que, por absurdo, disparatado, novedoso o extraño que sea, explica el misterio de la realidad desde la experiencia. No la reproduce. La desentraña. Cuando la realidad supera a la ficción para bien es, simple y llanamente, porque, como Roy Orbison, Buddy Holly y los Beatles hacían en vida, no hay nada mejor que ella, que los seres humanos que la hicieron posible.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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