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Cuando Valle-Inclán amaba el jazz

Germán Pérez fue uno de los grandes programadores musicales de Madrid y agitador cultural con aire legendario en la noche madrileña

Germán Pérez, fundador de la sala Clamores, en 2014 en Madrid.
Germán Pérez, fundador de la sala Clamores, en 2014 en Madrid.Kike Para
Fernando Navarro

A principios de siglo XX, Ramón del Valle-Inclán se describió a sí mismo como un hombre “de rostro español y quevedesco, de negra guedeja y luenga barba” dentro de una vida llena “de riesgos y azares”. Alimentando la leyenda sobre el personaje literario que él mismo se había creado, Valle-Inclán, un gallego llegado a la gran ciudad, recorría las calles de Madrid con su madrileñismo achulapado y hermoso, atrayendo la atención de todos. Un siglo después, esta descripción podría haberse aplicado a Germán Pérez, uno de los grandes programadores musicales de Madrid, fallecido el pasado lunes, un hiperbólico leonés como peregrinado de alguno de los capítulos de Luces de Bohemia, foco de atención de conocidos y extraños y todo un personaje casi reflejo del propio Valle-Inclán.

Erudito y de trato exquisito, Germán Pérez era también portador de un rostro quevedesco que se movía en la existencia de riesgos y azares de la música en directo. Una existencia difícil, pero gratificante, que en la capital se identificó con dos pequeños templos de los conciertos: Clamores y Galileo Galilei. Él y su socio Ángel Viejo abrieron Clamores en 1981 hasta que trasladaron el local a otros dueños hace cuatro años. Mientras tanto, la sala Galileo Galilei se inauguró en 1986 y ambos todavía seguían al frente hasta que el corazón de Germán dijo basta, dando una estocada más a la dramática situación de un lugar cerrado desde el estallido de la pandemia, incapaz de ver la luz de un túnel demasiado largo.

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Clamores y Galileo Galilei han ayudado a definir la gran oferta de música en directo de Madrid, su carácter ecléctico y su identidad única llena de iniciativas consolidadas y emergentes. “Germán era un gran maestro”, confiesa Armando Ruah, coordinador de la Asociación Estatal de Salas de Conciertos (ACCES). Ruah fue socio fundador de Suristán, célebre club del barrio de las Letras que programó músicas del mundo entre 1994 y 2003. “Fue un gran apoyo para mi equipo y para mí. Éramos unos pardillos y no teníamos ni idea de lo que era una sala de conciertos y él nos lo enseñó”, explica. Al igual que compartió conocimiento, Germán supo liderar a los suyos cuando fomentó todos los procesos asociativos de las salas madrileñas y “estuvo en primera línea de batalla” contra Ángel Matanzo, el concejal del PP que hizo de sheriff en los noventa como presidente del distrito Centro, cerrando locales emblemáticos y haciendo redadas constantes.

Siempre con un comentario adecuado y positivo y un tono relajado, Germán, de humor inteligente y amante de la filosofía y la literatura, supo lo que era el trato personalizado. No solo porque en su casa, es decir, Clamores y Galileo, invitaba a una cerveza, sino porque sabía, mejor que el resto, estrechar manos y dar besos de cortesía. Era el “hombre de la pajarita eterna”, como ha escrito el compañero Fernando Iñiguez en su obituario. O también “un gentleman de la noche”, en palabras del periodista musical Santiago Alcanda, quien cubría conciertos para este periódico en aquellos años ochenta en los que este personaje valleinclanesco impulsó el jazz en Madrid, sacudiendo a toda la escena española. “Amaba el jazz especialmente”, asegura Alcanda, y reafirman todos los que conocieron a este hombre delgado y de una elegancia decimonónica, que se fascinó por la música de Miles Davis y Charlie Parker durante una larga estancia en Nueva York.

Clamores continuó la senda de programación del jazz iniciada en la capital por clubes ya míticos como el Whisky & Jazz, abierto por Juan Pedro Bourbon en la calle de Villamagna, y el Balboa, local minúsculo en la primera manzana de Núñez de Balboa saliendo de Goya. De esta forma, bajo el impulso de Germán, en la sala de la calle Alburquerque 14, repleta de columnas, mesitas y un escenario diminuto, tocaron los más grandes jazzmen españoles y extranjeros. Algo que, acabada su etapa en Clamores, también quiso trasladar a Galileo con propuestas tan atrevidas como Madridmorenajazz y mucho mazz, un ciclo de jazz en local interior en pleno agosto madrileño.

Dicen que siempre hay una parte de leyenda sobre las figuras que transitan la noche como si les perteneciese. Figuras que, pululando libres y gráciles, fomentan el encuentro de otras personas, el abrazo inesperado o el revuelo humano y fraternal. Son gentes muy difíciles de ver en los rigores de la vida cotidiana y siempre parecen como sacadas de otra época y lugar. Figuras como Germán, un incansable agitador de la noche madrileña desde cuando la noche madrileña, siempre tan canalla, caótica y magnética, ya tenía su propia mitología, una capaz de reinventarse, de adaptarse a otros tiempos. Con la muerte de este Valle-Inclán apasionado del jazz, la pregunta es saber si habrá gente que pueda seguir su legado mientras que, con el cierre de Casa Patas, Café de Chinitas, Marula y la agonía extrema de Galileo Galilei, Clamores y el resto de las cerca de 50 salas madrileñas, el miedo es pensar que la realidad puede acabar convirtiéndose en un verdadero esperpento.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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