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El Corral de la Morería y el ‘quejío’ de los tablaos

“Estamos hundiéndonos”, confiesa. “Y a este paso acabaremos ahogados”, dice Juanma del Rey

El Corral de la Morería, aún cerrado, este miércoles.
El Corral de la Morería, aún cerrado, este miércoles.Santi Burgos
Fernando Navarro

El cuadro podría haberse movido fruto de un palmeo salvaje, un zapateo incansable o un quejío de esos que son como granizo contra los cristales, pero todo indica que se ha descolocado por aburrimiento. Ligeramente inclinado hacia un lado, como si fuera a caerse, da la sensación de estar a punto de desfallecer de hastío. Es como si necesitara de la bullanga gitana para mantenerse firme. O como si fuera un indicador de la propia salud del Corral de la Morería, el tablao que lo guarda y que lleva cerrado desde hace seis meses, desde que empezó la era coronavirus. Quizá por eso Juanma del Rey, director del Corral de la Morería y presidente de la Asociación de Tablaos Flamencos de Madrid, se levanta rápidamente de su silla e intenta enderezarlo. Más que un toc personal, parece una urgencia. “No puedo verlo así”, se disculpa. Es como, si ante la posibilidad de caerse el cuadro, tuviese miedo a que se vislumbrase también el fin del tablao más antiguo de Madrid.

“Estamos hundiéndonos”, confiesa. “Y a este paso acabaremos ahogados”. Juanma viste traje y camisa. Educado y de discurso directo, señala el cuadro para explicar cómo era el ambiente del tablao que abrió su padre Manuel del Rey en 1956 cuando entonces no existían lugares de este tipo que combinasen espectáculos flamencos con alta gastronomía. Más allá de haber recibido el Premio al Mejor Tablao Flamenco del Mundo, ser seleccionado en el libro 1000 sitios que ver antes de morir de The New York Times o ser el único restaurante con estrella Michelin que tiene espectáculo, el Corral de la Morería fue precursor del tablao moderno, ese que, haciendo de casa promocional de artistas, es un refugio para darle bien al gaznate bajo el embrujo de lo flamenco.

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Lo flamenco, ese Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, ese paisaje “de olivos cargados de gritos”, como escribía Federico García Lorca en Poema del cante jondo. Ese paisaje de guitarra, palmas, clamores, silencios, puñales, pueblo, encuentros y albas. Si Andalucía es su tierra, Madrid es su capital. Una capital mundial del flamenco no porque lo diga una guía turística de esas que se compran por un ojo de la cara en los aeropuertos, sino porque es la ciudad con más tablaos de todo el planeta. Su gran circuito, su exposición. “Los artistas dependen de los tablaos para sobrevivir”, asegura Ernesto Novales, manager de la cantaora Rocío Márquez. Hasta marzo había 21, ahora quedan 15. En estos tiempos de virus, sin turistas pero con alquileres y gastos, han caído emblemas como Casa Patas, Café Chinitas y Villa Rosa. “Madrid no puede ser una ciudad solo de McDonald’s y Starbucks”, señala Juanma. “Los tablaos pueden desaparecer de un plumazo ahora”.

El único que abre es Torres Bermejas, donde Camarón cantó 12 años y conoció a Paco de Lucía. Enclavado junto a la Gran Vía con sus yeserías recordando a la Alhambra, el tablao reabre este fin de semana con metacrilato alrededor del escenario y un tercio del aforo -de 150 personas a 50-. “Abro más con el corazón que con la razón”, explica Federico Escudero, dueño de Torres Bermejas. Federico tensa la voz y dice: “La mejor manera de empujar el carro es poniéndole ruedas, pero nos estamos muriendo”.

Es un auténtico quejío el que resuena en Madrid. El Ayuntamiento ha declarado Bien de Interés Cultural a los tablaos, pero es solo papel promocional para “una situación dramática”. No hay ayudas. No hay rescate. Tampoco a nivel nacional en un país con casi 100 tablaos. “Somos la imagen cultural más importante de España, pero las medidas son insuficientes. ¿Cómo van a justificar las instituciones que el flamenco desaparezca?”, se pregunta el propietario del Corral de la Morería.

Interior del Corra de la Morería.
Interior del Corra de la Morería.Santi Burgos

Afectado ahora como está por la pandemia, como tantos locales madrileños y seres humanos que pueblan una ciudad al borde del estado de alarma otra vez, el Corral de la Morería también se ha pasado mucho tiempo contagiando a todos los que pasaban una noche entre sus paredes blancas, bordadas con madera vieja, al estilo de una venta andaluza. Era otro tipo de contagio. “Aflamencabamos a todos”, exclama subiendo las cejas Juanma. “Reyes, presidentes, estrellas de cine, escritores, futbolistas…”, enumera como si en la lista pudiese entrar hasta el mismo Papa de Roma. Lo más cerca que se ha estado de Dios en este templo flamenco fue cuando Paco de Lucía presentó Entre dos aguas en 1981. Aunque quién puede negar a estas alturas que Dios no sea mujer y fuera Pastora Imperio, balanceando incasablemente su cuerpo en tangos de danzas griegas y atrayendo a toda la alta sociedad madrileña en los comienzos del tablao. O Carmen Amaya, un “garabato de fuego”, como la llamó Juan Marsé, con sus taconeos prodigiosos, zapateando hasta morir. O La Paquera de Jerez, ese ciclón jerezano del cante.

Entrada al Corral de la Morería.
Entrada al Corral de la Morería.Santi Burgos

Cae la noche y el Corral de la Morería huele a cerrado. En su sótano, John Lennon aprendió acordes de guitarra española. Y, en su tablao, Blanca del Rey, bailadora, madre de Juanma, copropietaria del Corral y Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, bailó con el grupo de rock Kiss. Ava Gadner se emborrachó con Frank Sinatra y Luis Miguel Dominguín, Dalí intentó entrar con una pantera y el Che Guevara fumó sus puros. Son recuerdos lejanos, aunque los hay más recientes, como la noche que apareció Nicole Kidman y media sala “se hizo esguince de cuello” para verla o aquélla en la que los protagonistas de Juego de Tronos bailaron en el escenario.

Cae la noche y al Jardín de las Vistillas, como al resto de la ciudad, le han quitado el compás.

“Maneras de vivir” es una serie semanal para reflexionar sobre la situación de la ciudad y en la que cada jueves daremos voz a los protagonistas anónimos de la cultura madrileña.


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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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