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Currantes del escenario

En un ejercicio de constancia, Julio Castejón y su grupo Asfalto, uno de los grupos referentes del ‘rollo’ de los setenta, se mantienen en pie pese las dificultades de sobrevivir

Fernando Navarro
El cantante Julio Castejón, cantante del grupo de rock Asfalto.
El cantante Julio Castejón, cantante del grupo de rock Asfalto.Emilio Van-Eyck

Julio Castejón (Madrid, 69 años) se emociona un poco al echar la vista atrás y recordar cuando empezó a cantar. Era un “crío” y le gustaba soltar la voz a grito pelado por las escaleras del edificio del número 84 del Paseo de Santa María de la Cabeza. Lo hacía junto a Amalia, su prima hermana, de la misma edad que él y con la que solía jugar. Julio se emociona porque justo hoy acudirá al entierro de Amalia. Aquellos días quedan muy lejos, pero los recuerdos se mantienen. “Creo que desde entonces la música me ha elegido a mí y no yo a ella”, dice recomponiendo la voz.

Los recuerdos de Julio llegan cuando justifica por qué sigue en pie al frente de una banda, aunque muchas veces hayan pintado bastos y ahora, con la pandemia del coronavirus, todo sea bastante peor que tener una mala jugada de cartas. Julio es el cantante y guitarrista de Asfalto, uno de los grupos seminales del rock español, cuando el rock español nadie sabía lo que era, pero empezaba a ser algo importante. De hecho, Asfalto, fundados en los primeros setenta, realmente era una de las bandas representantes del rock madrileño, ese maremágnum de formaciones que, junto a Leño, Burning, Barón Rojo, Granada o Araxes II, empezaban a editar sus discos en sellos como Gong!, Chapa y Zeleste.

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Muestrario independiente de tal calibre se aglutinaba en Estados Unidos y Reino Unido bajo la etiqueta underground, pero en España recibió, a través del destacadísimo comunicador y productor Gonzalo García Pelayo, el nombre de “el rollo”, término que también ha pasado a la historia como rock urbano. “Nunca nos vimos en el rock urbano. Asfalto era un grupo de aire y no de tierra. Buscamos experiencias oníricas y también experiencias distorsionadas, muy distintas a esas otras bandas. Teníamos un sentido mucho más global y psicodélico”, señala el cantante y guitarrista.

Julio es el único superviviente de los primeros Asfalto, una banda que tuvo una escisión histórica en 1978 al formarse el grupo Topo con la salida de algunos de sus miembros. Él se quedó y desde entonces, con numerosos cambios de formación, entradas y salidas de unos y otros, sigue al frente. “Todavía tengo fuerza y ganas”, asegura. Unas ganas que le llevarán a él y al resto del grupo a tocar el 6 de febrero en La Riviera dentro de la programación del festival Inverfest. Es el comienzo de su gira 50 aniversario, que busca prolongarse hasta 2022. De alguna forma, es también una gira de reivindicación. “Somos una gran desconocida. Nadie nos conoce. Hemos echado a la basura 50 años de historia”, afirma al referirse al largo camino de un grupo que nunca ha dejado de sacar discos, grabar directos y ofrecerse allí donde lo han llamado, bajo el recuerdo de sus primeros himnos como Capitán Trueno, Días de escuela o Ser urbano, pero también de su constancia como “unos currantes de la música”.

El grupo Asfalto, en una imagen de archivo.
El grupo Asfalto, en una imagen de archivo.
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Currantes del asfalto y de las canciones, pero vistos como trastos del pasado, unos “barrigones”, según Julio, por los más jóvenes. “Lo peor que tiene este grupo actual es que se llama Asfalto. La música que hacemos es brillante porque hay músicos de gran calidad, pero está claro que nos identifican con los grupos de sus padres y no quieren saber nada. Eso no se da con otros artistas internacionales. Los Who tocan en Wembley y lo petan con padres e hijos”.

Como tantas cosas que cambiaron, Asfalto lo petaba cuando en el tardofranquismo Madrid era otra, “la ciudad del cambio y del deseo de libertad”. “Fue una época apasionante en la que crecimos con la certeza de que cambiaríamos las cosas. Nos propusimos ser mejor que nuestros padres y tener más calidad de vida y lo conseguimos”, señala. Hoy, todo queda lejos, menos, según él, el ímpetu de tocar: “Mi mujer dice que solo los días que ensayo tengo buena cara. Me puedo morir de dos cosas: del covid o de las ganas de tocar”.

Seguir vivo y seguir de pie sobre el escenario en edad de jubilación y sin tantos focos como las estrellas. “Hay muchos músicos de mi época que casi los puedes encontrar pidiendo en la puerta del metro”, asegura. “Soy afortunado. Sigo en la música. Nunca la dejé aparcada porque es consustancial a mí”. Seguir, en definitiva, currando. “Yo sé lo que pesa un Marshall a las seis de la mañana y sé lo que es tocar para un pueblo para media docena de borrachos”, dice Julio, antes de ponerse a rememorar aquellos días en los que de chaval subía el Paseo de Santa María de la Cabeza hasta la glorieta de Neptuno para trabajar de botones en una compañía de seguros y soñaba con tener un grupo de rock. El mismo grupo de rock que hoy es muy veterano y currante, pero, a fin de cuentas, un grupo de rock, símbolo de tantas bandas de a pie.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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