“La gente no se ha puesto gorros como otras veces”
Los comerciantes del Mercadillo de Navidad de la Plaza Mayor cierran un año atípico con escaso ambiente festivo y dificultades para sobrevivir
David Ponce (Madrid, 45 años) lleva toda su vida entre las casetas del mercadillo navideño de la Plaza Mayor. “Soy la tercera generación y suelo venir con mi madre, pero no la he dejado este año por el covid”, señala Ponce. Ella es una persona de riesgo y tomar esa decisión no fue fácil por lo que significa estas fechas para ella. “Ha estado unos días sin hablarme, pero es por su bien”, afirma el comerciante, que admite la complicación de adaptarse a la normativa Covid para crear un ambiente seguro. El mercadillo, inaugurado hace algo más de un mes, el 27 de noviembre, ha contado este año con la mitad de sus puestos (56), un aforo de 232 personas con control en la entrada y la salida del enclave, perimetrado exterior y señalización en el suelo, además de todas las medidas higiénicas que tiene que tener cada puesto.
El hecho de que haya menos puestos ha ayudado un poco a los comerciantes en las ventas, sin embargo, han echado en falta a los turistas. “Normalmente viene mucha gente de fuera de Madrid y eso nos ha faltado en los puentes”, indica Ponce. Sin embargo, quiere sacar algo positivo y admite que el público de Madrid ha respondido muy bien. Calcula que solo ha vendido un 30% menos porque en su puesto hay muchas cosas artesanales propias y su clientela es muy fiel de todos los años. En su puesto venden figuras de un gran realismo que fabrica a mano en su taller situado en Madrid. Utilizan materiales reciclados y naturales como palos de enebro, corcho, alcornoque. Dedican todo el año al trabajo de las mismas para crear árboles, castillos, casitas y unos los carros con cestos de pan y venden las piezas por Internet durante los 12 meses.
Fátima Zizaoui (Melilla, 67 años) también es fija en estas fechas desde hace más de cuatro décadas. Ella ha heredado el puesto de su marido, que falleció hace 11 años en un accidente de tráfico. “Él lo heredó a su vez de su padre así que este puesto tendrá cerca de 60 años”, dice Zizaoui. Este año no ha faltado, aunque a última hora lo pensó, porque para pagar los 3.000 € del puesto, más otros 1.000 € por la mercancía tuvo que pedir un préstamo. Los cálculos no dan porque al día han podido facturar unos 50 € cuando lo normal sería en torno a 300-400. En su puesto venden todo tipo de pelucas, peluches y complementos, pero el escaso ambiente navideño les ha pasado factura. “La gente no se ha puesto gorros como otras veces”, dice Zizaoui.
En el puesto le acompaña su hija Nina Nassihi (Madrid, 47 años) que se siente engañada: “Hay que pagar las casetas, el montaje, la luz... Lo importante es recuperar el dinero de la caseta y pagar a los proveedores y si queda algo, mejor. El Ayuntamiento solo nos ha pagado el suelo que son unos 200 €”. Ambas se quejan de la mala organización que creen que ha tenido este año el Mercado de Navidad. “Nosotras nos encontramos en el pasillo del medio y la gente que llega aquí ya ha comprado en los primeros puestos”, dice la madre que cree que hay más riesgo a contagiarse en la cola para entrar al recinto que en los puestos. “SI lo dejaran abierto, si ves a gente en una caseta te vas a otra, pero de esta manera favorecen a unos y perjudican a otros”, señala Nassihi.
No lo cree así Pablo Pérez (Madrid, 47 años). Su caseta está situada a la mitad del primer pasillo y afirma que nadie compra en el primer puesto. Sin embargo, él está más positivo porque cree que los madrileños se han animado más a comprar. Él es informático el resto del año y el esfuerzo de abrir cada año es grande, pero asegura que lo hace por el valor sentimental como recuerdo a su tía abuela de quién heredó el puesto. No sabe con exactitud desde hace cuántos años su familia dispone de un espacio en la plaza, pero espera que alguna de sus hijas continúe con la tradición de vender nacimientos.
Una de las últimas casetas está custodiada por la familia de una de las veteranas, María Martínez (Ávila, 75 años). Junto a sus hijos y nietos lleva más de 50 años vendiendo piezas para el Belén y asegura que nunca ha visto un año tan malo. “Parece que estamos montando ahora porque casi no hemos vendido”, señala la comerciante. También se queja de las vallas y la organización de las casetas en un año atípico. “Nunca he visto un año tan triste, penoso, frío. Creíamos que iban a animarse un poco más, pero este mercadillo refleja la realidad de la sociedad. Si nos va mal es porque las cosas van peor”, señala Martínez. Mientras, su nieta ha empezado a envolver las piezas que las guardarán en un almacén hasta el próximo año.
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