Confeti de Odio: la loca autoparodia de un veinteañero egocéntrico
Lucas Vidaur revoluciona el ‘indie’ madrileño con ‘Tragedia Española’, un disco tan cruel como divertido
Admitámoslo: la cosa tiene su gracia. Como mínimo, entre aquellos estómagos con tolerancia al humor negro. El muchacho se llama Lucas Vidaur, es madrileño, en mayo celebró (en desescalada) su vigésimo sexto aniversario, le hemos visto tocando la guitarra con Axolotes Mexicanos y a sus inquietudes solistas se le suma una desasosegante capacidad para la premonición. Porque produce una mezcla de asombro y escalofrío que un disco compuesto a lo largo de 2019 y publicado este abril de 2020 escogiera de antemano el título de Tragedia Española y se abriese con el siguiente verso: “Todo muere, todo muere, epidemia universal”.
Pídanle consejo a Lucas de ahora en adelante: es bueno como roquero, pero insuperable en el papel de visionario. “Me he convertido en un pequeño Nostradamus”, se carcajea Vidaur (antes firmaba con el apellido De la Iglesia) desde su domicilio capitalino, divertido con la “coincidencia perversamente afortunada” que le ha hecho célebre como una especie de pitoniso indie. Todo provenía de su empeño en hilvanar una colección de páginas “dramáticas, tristes y dolorosas”, pero su carácter risueño enseguida delata que a Lucas no le definen las oscuridades del alma tanto como podría sospecharse en un primer acercamiento. “En realidad”, se explaya, “dejé por el camino alguna canción más positiva que no encajaba en este disco vagamente conceptual. Pero Tragedia Española no es un autorretrato completo, sino una pequeña parte de mí. Soy más complicado que un único disco, que solo refleja una fracción de tiempo”. Y remacha: “Cuando lleve muchos, ojalá mi discografía completa sirva como mapa de cómo soy”.
Hay que pillarle el punto a este Lucas Confeti, un tipo tan autoparódico que no le importa juguetear con el egocentrismo. Dice que con Tragedia Española nació antes el título que el contenido, porque siempre le gusta “empezar la casa por el tejado”. Baraja ya un nombre para el segundo álbum, que será “megalomaníaco” aunque todavía no pueda desvelarlo. Y le horroriza que, por aquello de su familiaridad con la primera persona, le consideren un portavoz generacional. “Honestamente, el debate sobre las generaciones, desde la X a la Z, la milenial o la boomer, me parece tan estéril como el horóscopo. Yo puedo tener más diferencias con un chaval de mi edad que con un señor de 60 años. En el gran orden de las cosas, llevarse dos o tres décadas de diferencia con alguien me parece tan poco relevante como tener el ascendente en Tauro…”.
Lo suyo, insiste, es solo un ejercicio de “pureza y honestidad”, porque le resultaría engorroso aspirar a un retrato colectivo a través de sus canciones. Es más, su apuesta por una trayectoria personal, aunque sea tras el parapeto travieso de Confeti de Odio –”un juego tonto de palabras que me encanta”–, proviene de una cierta conciencia del pudor. “Con Axolotes Mexicanos disfruto mucho como guitarrista, pero sentiría un poco de vergüenza mostrándoles mis composiciones. Prefiero publicarlas sin tener que luchar con otros: ya me resulta bastante agotador pelearme conmigo mismo”.
Luego puede acabar sucediendo, claro, que las terceras personas se identifiquen con canciones tan hondamente íntimas como Última Visita Al Hospital, la más desnuda, acústica y chocante de las nueve. “Era una colección de imágenes, desde el enfermero a la cafetería, que te vienen a la cabeza cuando pierdes a un ser querido. Es la menos pop y coreable de todas, pero a mucha gente le ha tocado la fibra. A fin de cuentas, esta es mi tragedia española, pero todo el mundo tiene la suya…”.
Curiosamente en el álbum se desliza otra balada, Minuto De Ruido (“No, no me acostumbro / a las cosas buenas / Voy a intentarlo”), que también está gozando de predicamento entre el público, pese a que el espíritu general del trabajo sea más enérgico, jacarandoso y garagero en cortes como Muchísimo, Mi Funeral o Todas Las Guillotinas Van Al Cielo. El sustrato es el de un muchacho que escribe “en soledad, con la guitarra acústica y los cinco acordes de siempre”, a la manera de “un cantautorcillo”. Pero aunque Lucas admite su devoción por Dylan, Nacho Vegas o –puestos a cortarnos las venas– Elliott Smith, anhela erigirse un universo propio a la manera de, qué menos, David Bowie.
“Mi padre es su máximo devoto”, desvela, “y a partir de él comprendí que me gustan las cosas a lo grande. Videoclips vistosos, música muy loca. Me inspira muchísimo”. Habrá al final oportunidad de escuchar en directo Tragedia Española este 28 de agosto. Anoten: Cuartel de Conde Duque, dentro de los Veranos de la Villa y con las tres integrantes de Cariño como compañeras de cartel. Será solo el tercer concierto de Vidaur como Confeti de Odio, después de Mallorca y Oviedo, en este año no ya trágico, sino sencillamente calamitoso. Pero Lucas, que en noviembre de 2019 abandonó un trabajo “más o menos estable” para dedicarle todo el tiempo a sus facetas creativas, no quiere perder su veta risueña. De hecho ha debutado también como escritor con una pequeña novela, El Tejido De Las Cosas, que entrelaza pequeñas historias absurdas, grotescas y surrealistas. Rock y literatura indie: un bonito salto al vacío. “Pero no importa”, concluye.
“Trabajaba como administrativo en una empresa de Turismo, gestionando recursos humanos y elaborando un Excel tras otro. Era lo más aburrido del mundo. Estoy mejor así”. Y su sonrisa, a estas alturas, se vuelve ya reincidente.
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