La irresistible atracción turística del pueblo que emergió del agua
La eléctrica lusa EDP reclama a dos ayuntamientos de Ourense que impidan las visitas a las casas resurgidas del pantano transfronterizo, a las que llegan miles de curiosos durante los fines de semana
Domingo González, vecino de la aldea sumergida de O Bao, aún cuenta maravillado cómo sus vecinos se preocuparon por “dejar cerradas con llave” sus casas aquel 8 de enero de 1992, hace 30 años, en que la eléctrica EDP (Electricidade de Portugal) aprovechó que el río Limia bajaba crecido para cerrar las compuertas y anegar el valle. Juan Carlos González, del pueblo ahogado de Buscalque, volvió atrás mientras su padre le pedía que apurase. Tenía 10 años, y recuerda como si fuera ayer que le dio a todos los interruptores y dejó las luces encendidas. Su casa estaba junto al cauce y fue de las primeras en desaparecer. “Llovía a mares, era el diluvio universal. Dejamos la cosecha de maíz, el vino dentro de las cubas, muebles, electrodomésticos, todo tipo de recuerdos...”, describe. “Después de aquello, en dos años murieron muchos vecinos mayores. Se dejaron morir... eso es algo invisible para los que no lo sufren, pero no hay dinero que compense el desarraigo”.
Los dos hombres siguen viviendo ladera arriba, en los alrededores del embalse transfronterizo de Lindoso, un proyecto que nació de un acuerdo entre las dictaduras de Franco y Salazar y no se ejecutó hasta tres décadas después. Fueron borradas del mapa las casas y las tierras fértiles de casi 300 vecinos en Aceredo, Buscalque, O Bao, Lantemil y A Reloeira, en los municipios ourensanos de Lobios y Entrimo. Pero ahora el cauce está bajo mínimos y se inunda de visitantes de los dos países, sobre todo portugueses, que recorren las calles emergidas haciéndose selfis, grabando con drones, rascando corazones y nombres en el quebradizo revestimiento que perdura en las fachadas. Leti 15-11-2021. Diego 29-1-2022. Martim, Gonçalo, Sandra 1/22. José ama a Fani.
La eléctrica, hoy llamada Energias de Portugal y dominada por la gigante China Three Gorges, ha remitido un correo a los alcaldes de Lobios y Entrimo en el que demanda que tomen medidas para evitar el turismo de pantano. “No vamos a hacer nada. Temen que haya un accidente por el deterioro de las casas, pero el terreno es de ellos y es su responsabilidad”, avisa el regidor entrimés, Ramón Alonso. “Nos parece una auténtica tomadura de pelo por parte de EDP, una empresa que saca unos beneficios exagerados, que venga a nosotros a pedirnos nada”, critica el socialista. “Porque aquí, gracias a ese acuerdo entre Franco y Salazar, siguen en pleno siglo XXI sin pagar ningún tipo de impuesto. Nos dejaron sin gente, sin pueblos, sin tierras... Lo único que nos trajeron fue la niebla”.
“El fin de semana calculo que en un solo día vendrían unas 5.000 personas”, aventura Domingo González, que habita solo con Tita, su pastora alemana, la última casa con vida al pie del camino polvoriento que lleva al viejo Aceredo, el pueblo fantasma que ha emergido por completo como nunca antes se recuerda. “Los coches aparcados a los dos lados de la general [OU-540] ocupaban más de un kilómetro. Iban unos y venían otros”, detalla el vecino. El agua está tan ausente que ahora se puede recorrer a pie la versión antigua de esta carretera que lleva a Portugal y que en 1992 transitaba por el fondo del valle. El firme se conserva intacto, lo mismo que el puente del siglo XIX que había sido tragado por el agua y ahora está completamente al aire.
En “tierra de nadie”
“La lluvia en verano fue testimonial, y no ha llovido en otoño ni en invierno”, resume el alcalde de Entrimo. El Limia, exprimido y enfermo también aguas arriba por causa de otras grandes hidroeléctricas y empresas agropecuarias, discurre lento y escuálido en su último tramo antes de cruzar embalsado la frontera lusa y convertirse en río Lima. El hecho de que el embalse sea una infraestructura relativamente nueva propicia un sorprendente estado de conservación en las casas de Aceredo. Siguen en pie las que estaban más cerca del río, porque la empresa solo demolió las que a juicio de los ingenieros corrían riesgo de asomar sobre el agua. Allí abajo, ahora como espectros a la luz del sol, continúa habiendo viñedos, barriles, aperos, lavadoras, hornos, zapatos, muebles, cacharros de cocina, algún banco público y algún coche destartalado.
En el café-bar esperan las últimas cajas de Skol y San Miguel, la marca de cerveza de la que Domingo, que ahora tiene 75 años, era representante. Y en el medio del pueblo brota de nuevo el agua de manantial de la fuente pública, intacta y cantarina en un desolado paisaje de guerra en el que antes crecían castaños, limoneros, granados y una variedad autóctona de naranjos. La primera vez que se pudo volver a Aceredo fue hace una década. Entonces todo se conservaba mejor. “Pero ahora viene siendo una constante que cada otoño vacíen el embalse” para producir electricidad, asegura el alcalde. “A la espera de llenarlo con unas lluvias que esta vez no llegan”.
“Yo estoy deseando que se vuelva a llenar”, reconoce Juan Carlos González. “Para mí es devastador ver cómo está todo eso que perdimos”. “Nos obligaron a firmar, nos dieron dinero”, admite este empresario maderero de Lobios. “Pero el embalse no significó futuro para la comarca, sino pobreza”, defiende. “Las familias se separaron, la gente marchó [a Vigo, a Ourense, a Madrid, a Barcelona] y los que quedamos aquí nos sentimos en tierra de nadie”.
La mayoría de los vecinos se resistieron a vender al principio y el tiempo que transcurrió les hizo creer que aquel pantano iba a quedar en agua de borrajas. Pero al final llegó la expropiación forzosa, y aunque González asegura que “un mes antes” fueron avisados de que el 8 de enero empezaría la crecida, aquel día muchos seguían en sus casas. Marcharon empujados por el agua “y los antidisturbios” y a los más viejos hubo que ayudarles. Sacaron lo que pudieron por las ventanas del piso de arriba, en medio de un escenario dantesco, con los enseres y los cadáveres de las gallinas flotando.
A medida que el agua tragó propiedades “fueron cambiando de casa en casa”, asegura él, “porque aún no tenían a dónde ir”. Cuando la cota alcanzó la altura de la iglesia del siglo XVII, el vecindario se encerró en la parroquia. La empresa paró el proceso de llenado, la desmontó y la trasladó piedra a piedra hasta lo alto por un camino que abrió con ese fin y que ahora usan los turistas para bajar a Aceredo. “También se llevaron los muertos” del camposanto, cuenta Domingo. Abajo, entre los restos del naufragio, sigue habiendo lápidas rotas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.