El PP y la construcción de un enemigo interior
El partido está construyendo un marco mental de criminalización que algún día, si le conviene, puede utilizar para justificar medidas legislativas que impidan la participación de ciertas formaciones en política


El señalamiento que el PP hace de los independentistas de EH Bildu y de ERC como enemigos de la unidad de España, que es lo mismo que declararlos enemigos de España, va mucho más allá de una mera táctica para desgastar al PSOE por las “malas compañías” con las que forma mayoría parlamentaria. El PP está construyendo un marco mental de criminalización de determinadas fuerzas políticas que algún día, si le conviene, puede utilizar para justificar medidas legislativas que impidan su participación en política. No es una exageración: es lo que ya defiende Vox con la propuesta de ilegalizar a los partidos independentistas. La única manera de contrarrestar esta estrategia tan peligrosa es desenmascararla de frente.
El PP pretende erigirse en una especie de vigilante de no se sabe qué esencias y reclama para sí la facultad de decidir quién es digno y quién no de participar en la tarea de gobierno, con la evidente paradoja de que mientras considera que el PSOE no puede pactar con las fuerzas independentistas ni con “los populistas de Unidas Podemos”, él sí puede hacerlo con Vox, aunque sea un partido que claramente promueve una involución democrática.
La forma de defenderse de esos ataques no es inocua. Es cierto que el PSOE no ha gobernado con Bildu, ni con ERC, como defendió Pedro Sánchez en su cara a cara con Núñez Feijóo, y que llegar a acuerdos parlamentarios no es lo mismo que pactar la formación de un gobierno, como sí ha hecho el PP con Vox en Valencia, Baleares o Extremadura. Pero poner tanto el acento en que no ha habido un pacto de gobierno significa reconocer implícitamente que pueda ser indeseable, dar por bueno el marco mental de la ilegitimidad y situarse en el terreno de juego del PP, que lo que pretende en realidad es utilizar su idea de la unidad de España como trampantojo para impedir una mayoría progresista.
Es comprensible que Pedro Sánchez quiera frenar la fuga hacia el PP de votantes socialistas molestos o incómodos por esos pactos. En algunos momentos ha llegado a ser del 12% de quienes le votaron en 2019, y todavía hay un 9%, según la encuesta de 4dB, que piensa en votar a Feijóo. Pero hacerlo con esos argumentos supone caer en la trampa del PP y debilitar la propia posición. Si para retener a esos votantes está dispuesto a admitir implícitamente que tal vez tengan razón en su enfado, cada vez tendrá más fugas porque estará reforzando la idea de que no se debe pactar con esas fuerzas y dará nuevos argumentos al PP para hacer mella en esa franja de votantes socialistas.
Es mucho más coherente, y probablemente más eficaz, confrontar de cara los argumentos de ilegitimidad del PP y defender el principio moral de las políticas aplicadas. Al comienzo de la campaña, Sánchez repetía que lo importante no es con quien se pacta sino para qué. Eso es lo que no quería el PP, discutir sobre las políticas aplicadas, porque en todas está en falso. El partido que ha protagonizado los mayores escándalos de corrupción de la historia de España, el que ha creado una “policía patriótica” y ha recurrido a la guerra sucia utilizando los resortes del Estado para perseguir a sus oponentes con falsedades, ha conseguido que a los ojos de muchos españoles, acordar la subida del salario mínimo y otras leyes sociales con EH Bildu o con ERC sea una política criminal.
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