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ELECCIONES CATALANAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La retórica y la sustancia

Veremos si Rull puede volver a ser un presidente del Parlament de una democracia aburrida, o sigue engrosando la lista de los testigos de turbulencias

Josep Rull y Pere Aragonès
El exconseller y diputado de Junts Josep Rull, saluda a Pere Aragonès (ERC) en la constitución del Parlament.ALBERT GARCIA
Manel Lucas Giralt

En la tribuna de personalidades del Parlament quedaban ya este lunes pocos testigos del tiempo en que la política catalana era previsible y aburrida. Son muchos años desde que Joaquim Nadal, entonces conseller del Tripartito, utilizó el ejemplo del Dragon Khan, la montaña rusa extrema, para definir los altibajos y vaivenes del Govern de Pasqual Maragall. Pero igual que la atracción de Port Aventura ha quedado superada por otras máquinas infernales que ponen a prueba el equilibrio cardiológico y cerebral de sus imprudentes usuarios, los años del Tripartito parecen ahora un recorrido plácido en comparación a las turbulencias sin fin de los tiempos más recientes. El procés ha acabado, sin duda, pero una parte de sus formas, su retórica, sigue viva en el Parlament.

Uno de esos estertores de procesismo es la incertidumbre hasta el último segundo sobre los acuerdos entre partidos, algo llevado al máximo en esta sesión inaugural por los comunes, que anunciaban in extremis que no apoyarían a ningún candidato rival a la presidencia del Parlament y dejaban, así, el camino libre al puigdemontista Josep Rull; pero también por ERC y la CUP, que marcaban territorio con papeletas en blanco en la primera ronda de votaciones, para dejar claro que su apoyo a Rull es condicionado, y regateaban los aplausos al elegido: formalismos, que no falten. Del mismo modo, es un residuo del tiempo que se resiste a desaparecer la disputa sobre el derecho de tres diputados expatriados a votar telemáticamente, la intervención del Tribunal Constitucional en el asunto tomando partido, y el intercambio de reproches a cuenta de todo ello entre los portavoces de la derecha centralista y el presidente de la mesa de edad; influyó un poco en ese breve arranque agitado que este presidente inaugural fuera Agustí Colominas, uno de los ideólogos de Carles Puigdemont, historiador y polemista, que marcó un tono politizado en su discurso inicial: entre una nube de citas de autoridad, de Montesquieu a Bertrand Russell pasando por Hegel o Jefferson, Colominas defendió el 1-O, atacó el sistema judicial español y reivindicó el derecho a la autodeterminación. Un plato demasiado apetecible para que PP y Vox dejaran escapar su oportunidad de hacerse los ofendidos desde el primer minuto.

Entonces, ¿es que no ha cambiado nada? Por supuesto que sí, esa gestualidad de la que hablamos es superficial y, como decíamos, retórica. Hay signos muy determinantes del cambio de época, y son más sustanciales. Uno de ellos: por primera vez en mucho tiempo, la posición de cada grupo parlamentario en el hemiciclo ya no se guía por la división entre independentistas y no independentistas sino que se ha vuelto a la clásica ubicación derecha-izquierda: PSC-ERC-Comunes-CUP a un lado, Junts-PP-Vox-Aliança Catalana al otro. Y el segundo símbolo de los aires nuevos: el presidente del Parlament es un ex preso del Procés. Otra carpeta que se cierra, como el mismo Rull ha recordado: la sesión inaugural de la anterior legislatura la vio desde prisión. Veremos si puede volver a ser un presidente del Parlament de una democracia aburrida, o sigue engrosando la lista de los testigos de turbulencias.

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