Ante el espejo vasco
Los catalanes siguen en el mundo de las esencias nacionales mientras que en Euskadi se preocupan de la política de las cosas
Son tres las propuestas que compiten en las elecciones catalanas, según la visión de Pere Aragonès: el proyecto de Carles Puigdemont, que es Puigdemont mismo; el de Salvador Illa, que es España; y el de Pere Aragonès, solo Cataluña. Y no le falta razón en algún punto. La tiene entera tratándose de Puigdemont, que constituye él solo el proyecto de Junts. Todo es Puigdemont y solo Puigdemont, desde el programa, inexistente en cuanto a políticas, hasta su campaña electoral desde la Cataluña francesa, donde explota su falso exilio para promover la falsa recuperación de la Generalitat.
Esquerra nada entre dos aguas. Ha demostrado la ambivalencia en su gestión de la Generalitat, iniciada en forma de coalición independentista, pero culminada con sus pactos con Pedro Sánchez, de resultados tangibles, como los indultos y la amnistía. Quiere mirar hacia el futuro, pero no consigue despegarse de la pesada carga ideológica y verbalista de la década perdida. Quien marca todavía el paso y la agenda es Puigdemont, y Aragonès el que le sigue, incluso en el intento tan pujolista de identificar el líder con el país que contiene su consigna.
El desencuentro entre Junts y Esquerra es insuperable. Compiten, se imitan, nunca se aman y siempre terminan peleados. Esquerra ha querido hacer de Convergència en Madrid, pero en cuanto Junts quiere ser otra vez Convergència, entonces Esquerra también quiere ser otra vez Junts. Es un juego que adquiere todo el relieve desde el espejo vasco, donde el independentismo encuentra, siempre a destiempo, el modelo al que admirar y a la vez diferenciarse.
Como Esquerra y Junts, así Euskadi y Cataluña. Los catalanes siguen en el mundo de las esencias nacionales mientras que los vascos se preocupan de la política de las cosas. Los vascos hacen de catalanes cuando los catalanes todavía hacen de vascos. Al revés que antaño, cuando lo que admiraba a los catalanes radicales, cansados de pujolismo, era la radicalidad vasca. PNV y Bildu exhiben su moderación y su responsabilidad, como si fueran catalanes en tiempos de Pujol, mientras Esquerra compite con Junts en sus amenazas para los presupuestos de 2025.
El nacionalismo vasco siempre ha encontrado en el socialismo un socio fiable a la hora de asegurar el autogobierno. En Cataluña, en cambio, ha sido y sigue siendo el competidor por el espacio central, antes del pujolismo a solas, ahora a la vez de Junts y de Esquerra. Por eso hay que echarle del escenario: por sucursalista, según Pujol; por pensar en España, según Esquerra.
Hay una verdad oculta en la triada de Aragonès. Cataluña avanza cuando coinciden los tres proyectos, el personal, el catalán y el español. Así con la República como con la actual democracia. Desde Tarradellas y Pujol hasta Maragall y Montilla. Luego se acabó. Ahora son los vascos quienes dominan esta geometría compleja. Puigdemont no quiere, Aragonès podría pero duda y solo Illa, como si fuera vasco, asume la fructífera tradición del catalanismo de pacto y de gobierno.
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