Inventada la pócima de la visibilidad política
Hoy es necesario trazar una frontera y cultivar un perfil propio desde dentro para que desde fuera uno sea conocido y reconocido. Las recientes elecciones en Castilla y León lo han demostrado
Cuando los franceses invadieron España (1808-1814) propusieron una división interna de la Península basada en 38 prefecturas con nombres bellísimos sacados de accidentes geográficos y, sobre todo, de ríos. Las regiones que subdividían el país en 1810 se denominaron, por ejemplo, prefectura de Tormes (con capital en Salamanca), del Salado (con centro en Málaga) o prefectura del Duero Alto, que englobaba a Soria y lindaba en el Norte con la prefectura de Arlanzón, con núcleo en Burgos. La nomenclatura es indudablemente hermosa, aunque en la práctica quedó casi sin aplicar.
Tomar los ríos como base de organización del territorio tiene un fundamento lógico. Aunque las gentes de ambas riberas suelen estar en contacto, los grandes ríos (más que las montañas) suelen funcionar históricamente como indicio de frontera y, de hecho, es frecuente que un rasgo lingüístico se extienda por un territorio hasta que se topa con un río. El occidente del río Sella tiene rasgos que la zona más cercana a Cantabria, al otro lado, no tiene; el Duero y el Ebro también son ejes divisores que limitan la difusión de algunas palabras entre territorios vecinos. A veces, las fronteras administrativas coinciden con esos límites naturales y otras veces, la mayoría, esas lindes discurren por travesías distintas de las fronteras humanas y culturales. Los modos de cultivar, de festejar o de hablar hermanan a zonas geográficas vecinas que pueden estar ligadas a demarcaciones distintas.
Hay fronteras de vallas y muros, pero hay también fronteras vacías sobre las que solo un esfuerzo de cinta métrica aclara dónde queda la separación administrativa entre un territorio y otro. En general, cruzar por carretera de una autonomía o una provincia española a otra suele notarse exclusivamente en una señal de tráfico que cancela un lugar y abre el otro, sin que sepamos muy bien en qué momento tuvimos un pie en Andalucía y el otro en Extremadura, por ejemplo.
“Nunca traces tu frontera ni cuides de tu perfil: todo eso es cosa de fuera”. Lo dijo Antonio Machado, pero hoy no parece que nadie haga caso a esa frase, al menos en el plano político. Porque hoy es necesario trazar frontera y cultivar un perfil propio desde dentro para que desde fuera uno sea conocido y reconocido. Las recientes elecciones en Castilla y León lo han demostrado. Le ha pasado a Soria, antes le pasó a Teruel, en la Transición le ocurrió fugazmente a Andalucía. El consejo de Machado, andaluz que conoció bien el campo soriano, no resiste la lógica de los escaños.
Nuestra configuración provincial, básicamente hija de la propuesta por Francisco Javier de Burgos en 1833, es la base de la representación en nuestras cámaras de representantes. Y estas fronteras relativamente recientes hoy se arman y articulan gracias a la distribución por escaños. Que una provincia tenga un partido político propio es una legítima pócima de visibilidad, tristemente necesaria; quienes habían sido fantasmas imperceptibles para los gestores y las instituciones se hacen tangibles y corpóreos. Con todo, el particularismo es una colecta sin otro límite que el de la frontera trazada: si hay un partido de una provincia, nada obsta a que mañana aspire a ser partido el de una localidad grande dentro de esa misma provincia. Asón, el río más corto de España, hoy tendría prefectura propia.
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