Victoria sin oleada
Núñez Feijóo se planteaba estas elecciones como un primer paso a la Moncloa y un desafío de supervivencia frente a Isabel Díaz Ayuso. Puede haber conseguido lo primero, pero no lo segundo
El Partido Popular ha ganado las elecciones municipales en España, y en diversas comunidades autónomas relevantes. Pero, como hemos aprendido desde hace diez años, en la nueva época de la política española las victorias y las derrotas necesitan matices y perspectiva. Especialmente cuando observamos los resultados como si estuviéramos en un circo con diversas pistas con espectáculos simultáneos y en los que los aplausos de una grada no tienen mucho sentido en la de enfrente.
Alberto Núñez Feijóo se planteaba estas elecciones como un primer paso hacia la Moncloa, al tiempo que afrontaba un desafío para su supervivencia ante su adversaria madrileña. Si se confirman las alternancias de gobierno en la Comunidad Valenciana, Aragón e Islas Baleares, entre otras, habrá conseguido sobradamente lo segundo. En cambio, eso no necesariamente le garantizará lo primero. De la misma forma, Pedro Sánchez necesitaba retener los principales territorios que le han apoyado durante esta legislatura para dar credibilidad a su instinto de supervivencia. Probablemente no evitará importantes derrotas como las mencionadas, pero también algunos indicios más prometedores para la contienda personal que le espera. ¿Suena demasiado paradójico?
Tanto como el escenario resultante de este 28M: victoria sin oleada para la oposición. Para empezar, los datos provisionales apuntan a una participación en la línea de las últimas tres elecciones municipales. Parece consolidarse así un nuevo patrón de participación en la banda alta de este tipo de elecciones desde 2007. Este es un indicio que debe prevenirnos contra la idea de grandes trasvases o movimientos en el electorado, porque los movimientos se han dado básicamente dentro de cada bloque.
Eso está claro si miramos cuál ha sido la base de la victoria del PP: una absorción casi completa del espacio de Ciudadanos, que lo elevará hasta los siete millones de votantes. Es un nivel de apoyo que le permitirá gobernar ayuntamientos y probablemente varios ejecutivos autónomicos. Pero se queda lejos de los resultados que tenía hasta 2011, cuando ocupaba todo el espacio de la derecha. El avance del PP presenta sus primeros matices: gana sin arrasar electoralmente. Un matiz quizá caprichoso, viendo la acumulación de poder institucional que conseguirá, pero que es muy necesario tener en cuenta si se quiere extraer indicaciones de ello para el futuro inmediato.
La victoria del PP solo cobra sentido gracias a la entrada de Vox. Abascal obtiene un muy buen resultado, que cobra más trascendencia por el papel clave en la gobernación de autonomías y comunidades. No está tan claro que su expansión institucional indique de la misma forma una expansión electoral. Hay que tener en cuenta aquí el “efecto retraso” que ha experimentado la progresión municipal y autonómica de Vox estos últimos tres años. Sus resultados venían reflejando el tamaño social que Vox tenía en 2019, cuando todavía no había conseguido el gran salto de noviembre de aquel año en las elecciones generales. Ahora esa representación se ha actualizado, desplazando definitivamente ciudadanos y convirtiéndose en el tercer partido de España. ¿Ha alcanzado su techo o sigue en proceso de expansión? Dependerá de cómo utilice ahora su posición de pieza imprescindible para las mayorías de derecha que se puedan construir en las próximas semanas. He ahí el segundo matiz a la victoria del PP esta noche.
Todo ello deja un mensaje claro que Feijóo deberá saber explicar a partir de ahora: la mayoría del PP es verosímil, siempre que vaya de la mano de Vox. Eso quizá resulte suficiente en Aragón, Baleares, Andalucía o la Comunidad Valenciana. Pero los resultados en otros territorios desafían la aplicación directa de ese esquema a las Cortes Generales. Vox suma tanto como ahuyenta. El problema de Feijóo con este nuevo escenario es si él mismo resultará suficientemente creíble para mantener el impulso que recibirá de estas elecciones. Paradójicamente, será Díaz Ayuso y quizás Almeida quienes puedan reivindicar que ellos sí son capaces de gobernar sin Vox.
Este será un escenario seguramente tentador al que se agarre Pedro Sánchez para cubrir su principal problema: en un escenario tan ajustado de bloques, incluso pequeños porcentajes de desmovilización puede marcar la diferencia entre gobernar y volver a la oposición. Ciertamente, el PSOE no ha sufrido una gran pérdida de apoyos. Con más de seis millones de votos, quedará algo por debajo del apoyo conseguido en 2019, en el voto municipal. En las comunidades autónomas, sus resultados son desiguales, pero en términos de votos son menos malos que su traducción gubernamental. Se confirma así la inestabilidad del apoyo del PSOE desde que rompió su suelo tradicional en 2011. Es cierto que esa fluctuación no ha determinado, en las últimas convocatorias electorales, el apoyo que luego tendrá en las elecciones generales. Pero sí sugiere una base demasiado frágil ante su verdadero talón de Aquiles: la deslegitimación constante a la que se ve sometida su alianza multipartidista. El gran problema, como temían los socialistas, es el declive del voto de Podemos y de sus distintas candidaturas locales. A falta de resultados definitivos, parece que ese espacio va a experimentar una caída de voto sustancial. Con ello se alejará del millón y medio de votantes que solía reunir la izquierda al izquierda del PSOE. Esta vez, parecen resentirse hasta las confluencias que estuvieron a punto de provocar el sorpasso al socialismo español en 2015. Si el PP necesita a Vox para gobernar, más aún depende el PSOE de una constelación de grupos y plataformas que no han sabido cuajar en absoluto en el ámbito municipal y autonómico.
Además, hay que añadir el resultado agridulce para Pedro Sánchez en Cataluña. El PSC vuelve a ganar allí unas elecciones municipales desde 2007. Pero lo hace principalmente a costa de ERC, el partido clave que ha apuntalado la mayoría gubernamental en el Congreso. Quizá la caída de los independentistas catalanes no resulte dramática si pueden equilibrarse con el apoyo de Junts, la renacida plataforma que sigue teniendo a Carles Puigdemont en Bélgica, lo que no obsta para que haya recuperado terreno institucional con apoyos moderados especialmente en Barcelona. Tiene guasa: del proceso independentista ya solo se acuerdan los medios de Madrid. Todo ello sugiere un panorama muy complicado cuando Sánchez deba mirar a su izquierda y a la periferia para ver con qué apoyos se contrapone ante la ascendente alianza bipartita de derechas.
Este es el panorama que dejan las elecciones municipales y autonómicas para los próximos meses, y que parece insistir en ese escenario que tantos temen: una victoria del Partido Popular, arropado además por una coalición de gobiernos locales y autonómicos, aunque quizá sin el oxígeno suficiente que hoy le da Vox; y un PSOE en declive, pero al frente de la única mayoría viable, formada por izquierdistas, regionalistas y populistas, unidos solo por el rechazo frontal a Vox. Dicho de otro modo: un empate de impotencias entre quienes no aguantan lo suficiente y quienes tampoco alcanzan lo suficiente. Es en ese contexto, en el cual va a cobrar su verdadero valor el ensayo de discursos tremendistas y deslegitimadores que en esta campaña ha alcanzado un nuevo registro: considerar no solo ilegítimo al Gobierno actual, un mensaje que ha calado pero que quizá ya ha dado todo de sí, sino acusarlo ahora de estar dispuesto a cualquier cosa para evitar la alternancia. Con ello, quizá donde no llegue Vox, logre hacerlo el discurso de sus referentes internacionales. La última esperanza de Sánchez y de Feijóo es que ese escenario tan indeseable para muchos de sus votantes haga el resto para darles la mayoría. Quizá esta vez ya no sea suficiente.
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