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Sánchez intentará enterrar cuanto antes el “efecto andaluz” con la vista ya en las municipales

El PP tratará de dibujar un Gobierno agotado, pero La Moncloa insiste: mucha gente que vota a Moreno en Andalucía luego elige a Sánchez en las generales, como pasó en 2019

Elecciones Andalucia
Feijóo y Moreno, el 18 de mayo, en un acto de los empresarios andaluces.PACO PUENTES
Carlos E. Cué

Los mítines políticos tienen a veces un cierto aroma de exorcismo colectivo. Los dirigentes gritan los malos augurios ante un público entusiasta para ahuyentarlos. La campaña electoral andaluza, que nunca consiguió despegar en medio de un sofocante calor y de una decisión estratégica de Juanma Moreno de no entrar a ningún trapo, cerró el viernes con varios de esos exorcismos desde las tribunas. El más claro, el del PSOE, quien más tiene que perder en estas elecciones. Algunos dirigentes se esforzaban por despejar el miedo al fiasco total que se intuía entre los más pesimistas: bajar de 30 escaños sería un desastre completo. Y sobre todo, como gran símbolo, perder con el PP en la provincia de Sevilla, la joya de la corona, la tierra de Felipe González, de Alfonso Guerra, de Susana Díaz, de Juan Espadas. Socialista siempre por los cuatro costados.

Una derrota ahí sería similar al momento en el que el PP consiguió arrebatar al PSOE Carabanchel o Villaverde, míticos barrios obreros madrileños. La provincia de Sevilla es aún más simbólica. Por eso, el exorcismo de Javier Fernández, secretario general del PSOE sevillano, era tan importante el viernes ante sus militantes: “Nunca en 40 años los socialistas hemos perdido unas elecciones en Sevilla. Tengo una mala noticia para el PP: el domingo vamos a volver a ganarlas”. Perderla sería un golpe moral muy duro. Y no parece lejano.

Si en la tribuna todos huían del pesimismo, aunque Pedro Sánchez derrochaba mucho menos entusiasmo que otras veces, con un discurso más didáctico y económico de reivindicación de su gestión que mitinero, en los pasillos los nervios eran evidentes. “Las encuestas siempre se han equivocado en Andalucía. Es imposible que esos datos que nos dan sean correctos. El PSOE andaluz es mucho PSOE”, se conjuraban varios dirigentes y miembros del Gobierno.

Pero otros admiten que las heridas de una sucesión traumática, con unas primarias a cara de perro para descabalgar a Susana Díaz hace un año, aún no se han curado. Y eso se ha notado en la campaña, señalan. Al contrario de lo que pasó en Castilla y León, los socialistas no han ido de menos a más, sino siempre estables y con tendencia ligera a la baja, según los sondeos, mientras el PP, que en esas elecciones se llevó un enorme susto —clave en la caída de Pablo Casado—, no ha perdido nada y ha ido mejorando un poco.

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La Moncloa, que aún confía en una sorpresa de última hora estilo Castilla y León, que demuestre la resistencia del PSOE con un resultado digno —cualquier cosa cerca de los 33 de Susana Díaz en 2018 sería en este momento un gran alivio— se prepara para desempolvar la biografía de Pedro Sánchez, su manual de resistencia, para una semana que se antoja muy dura si las encuestas aciertan.

El PP tratará de utilizar su éxito en Andalucía —mucho más, si roza la mayoría absoluta, como creen algunos dirigentes populares y consigue gobernar sin Vox— para presionar a Sánchez con la idea de que dirige un Gobierno agotado que ha sido castigado en las urnas en el histórico granero socialista. Sin embargo, Sánchez está decidido a resistir esa oleada, convencido de que el “efecto Andalucía” será pasajero y, sobre todo, que cada elección es un mundo y muchos de los que van a votar este domingo a Juanma Moreno le apoyarán a él cuando se convoquen unas generales, como sucedió en 2019, donde el PSOE pasó del millón de votos de las andaluzas a 1,5 en las generales seis meses después. Los socialistas también confían en que si Moreno tiene que gobernar con Vox, como indican la mayoría de los sondeos, el desgaste del PP por ese pacto con la ultraderecha será constante y hará que los ciudadanos progresistas vean que solo hay dos opciones reales: coalición PSOE-Unidas Podemos o coalición de PP-Vox.

Sánchez y su equipo se preparan ya para unas semanas complicadas —es muy probable que las encuestas empiecen a favorecer mucho más al PP, como pasó después de las madrileñas de la primavera de 2021, aunque luego volvieron a girar en el otoño a favor de los socialistas— y tratarán de enterrar rápidamente el “efecto andaluz” con una agenda intensa que incluye una cumbre en Bruselas, otra decisiva de la OTAN en Madrid a finales de junio, un ambicioso paquete de medidas contra la crisis —la prórroga del decreto anterior, que contendrá novedades importantes, según fuentes del Ejecutivo, con un gran desembolso de dinero público— y el debate del estado de la nación en julio.

Sánchez, según su círculo más cercano, no da síntomas de estar pensando en ningún cambio de Gobierno en estas próximas semanas, aunque eso siempre es algo que el presidente, como todos sus predecesores, trata con un enorme secretismo. El verano ya está encima y el Ejecutivo confía en que los excelentes datos del turismo aplaquen la tensión política y difuminen las críticas del PP.

En La Moncloa y el PSOE ya están pensando más bien en septiembre, cuando sí quieren arrancar la temporada política con fuerza y pensando ya en las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2023, cuando se reparte buena parte del poder político. Si Madrid, Castilla y León y Andalucía eran los tres peores comicios para los socialistas, en mayo sí se juegan su resistencia como partido en las comunidades donde se asienta su futuro, como Asturias, Canarias, Extremadura, Baleares, Castilla-La Mancha, Navarra y La Rioja. Y en decenas de Ayuntamientos clave. Mientras el PP tratará de hacer de Andalucía el símbolo del fin de ciclo, los socialistas tienen mucho tiempo por delante y el Gobierno en sus manos para lograr en los próximos meses un giro radical de la situación que depende mucho de que se logre resolver la crisis derivada de la guerra en Ucrania. Para el PSOE, el verdadero ciclo electoral en toda España aún no ha empezado. Pero no le queda mucho: septiembre es un momento decisivo, y a partir de ahí casi todo olerá a campaña.

Mientras, Vox también hace su propio exorcismo —Santiago Abascal insistía en el mitin de cierre en Sevilla en que el supuesto “pinchazo” de Vox es “un invento de los tertulianos que no tienen lo que hay que tener”— e incluso el PP, al que todo le sonríe, pero aún tiene en el cuerpo el miedo de 2012, cuando Javier Arenas, mentor de Juanma Moreno, se daba ya por presidente y se quedó en la oposición porque decenas de miles de los suyos, confiados, se fueron a la playa y no votaron. Moreno, que se acuerda casi tan bien como Arenas de ese día, el más duro de la historia del PP andaluz, ya ofrece a los suyos incluso horarios para ir a la playa: “Se puede ir el sábado, que no pasa nada y está muy bien, o se puede ir el domingo pero después desayunar tranquilos y votar, que tampoco pasa nada. Lo que no se puede es esperar a las 18.00 para volver de la playa a votar, que habrá mucho atasco de vuelta de Cádiz o Huelva y no llegamos”, les explica con detalle a los suyos. Los nervios están por todas partes, no solo en el PSOE.

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