Mazón, al final de la escapada
Las crisis que afectan al PP se enmarcan en un mismo patrón de emergencias: negar los hechos, retorcerlos para culpar al otro, aguantar el tirón y ganar tiempo

Es probable que Carlos Mazón se haya resistido a ser desahuciado del Palau de la Generalitat por pensar que lo tenía todo controlado con su arrolladora personalidad y que podía remontar. Y que, siguiendo el manual de siempre, así lo creyera también Alberto Núñez Feijóo, pero esa obstinación agónica tenía tan poco de sustantividad como de épica. Se parecía demasiado a la película que vimos con Francisco Camps. Incluso al unhappy ending de Rita Barberá, que culminó con su expulsión y el vacío que precedió su muerte (el vacío es un lugar muy violento según la teoría cuántica). Todas las crisis que afectan al PP se enmarcan en un mismo patrón de emergencias: negar los hechos, retorcerlos para culpar al otro, aguantar el tirón con los decibelios del somatén mediático y ganar tiempo para revertir la coyuntura o por lo menos hasta que sea imposible sostener la posición. Todo, con distorsiones deliberadas de la realidad que justifiquen el fin, aunque ello suponga un deterioro grave de la imagen de la institución que se representa. Siempre igual, pero con 229 muertos no podía ser lo mismo.
Ahora parece que ese momento concluyente ya ha llegado para Mazón. La investigación judicial y la indignación social lo acorralan. Es un lastre insoportable para los suyos. Ya no disimulan que apesta. No han descubierto nada que no supieran, pero ya salen muchas cosas que lo retratan aún más. Temen que, con una izquierda que siempre se despereza a última hora ante las urnas, aún podría estropear el plácido horizonte demoscópico dibujado. Está decidido, falta esperar al momento oportuno. ¿Por qué no lo fue antes y se evitó la mortificación de víctimas y familiares, la exasperación social, la degradación institucional y el envilecimiento del propio Mazón? ¿Era necesario el coste de “dejar que los acontecimientos transcurran”? El dontancredismo de Núñez Feijóo también se parece demasiado al de su antecesor. Es el inmovilismo dinámico: la solución siempre es la putrefacción del problema. No es que no se atreva a tomar decisiones drásticas o no, es que mientras avanza la fermentación del problema hay esperanza de dar la vuelta a la situación y de salvar las apariencias. Y en esos parámetros, la excusa de la reconstrucción puede que solo fuera un modo de ralentizar el desenlace mientras al PSOE se le complicaba aún más la legislatura. Mientras la posibilidad de una convocatoria de elecciones generales precipitada pudiera permitir anticipar las autonómicas y solaparlas para camuflar el tufo de Mazón.
Tiempo al tiempo para aguantar hasta que el potente foco de Madrid, con sus Koldos, Ábalos, Santos Cerdanes y Begoñas deslumbre, ciegue e invisibilice los asuntos de proximidad, como les pasó a PSPV y Compromís en 2023 (los logros de su gestión fueron ahogados bajo el alarido exógeno “que te vote Txapote”). Y que el desbarajuste del Consell de Mazón durante el fatídico 29 de octubre de 2024, con su vejatorio festival de versiones y trolas, quede ensordecido por el estridente argumentario de la Puerta del Sol (el único kilómetro cero posible). La reconstrucción quizá fuera esto: la permanente conspiración por el poder. Nada tenía que ver con las víctimas ni los damnificados, aunque sí con la adjudicación de las obras. Solo una estrategia en la que hay que sacrificar peones in extremis. Como en el caso de Camps, al que Mariano Rajoy hizo resistir hasta la extenuación psicológica (con el incondicional apoyo de Barberá y Juan Cotino (“aguanta, Paco”). Como en el caso de Mazón, quien a pesar de su indignante arrogancia y su fachada de cemento estructurado también está viviendo un año insufrible (quienes lo tratan de cerca constatan que ya no lo reconocen). Su proceso destructivo también se lo ha llevado a él por delante. Ya solo preside la Generalitat de córpore insepulto. Ya juega los minutos basura de su calamitoso mandato, pero mientras tanto alimenta la metodología y las ilusiones de Núñez Feijóo. Todo lo demás, es lo de menos.
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