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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mazón y el gato de Schrödinger

El presidente es una paradoja sujeta a interpretación. No se puede saber si estuvo, como afirmó, donde debía estar, o si simultáneamente no estuvo a esa hora, como negó después

El presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, en la asamblea de la Asociación Valenciana de Empresarios, del pasado miércoles en Valencia.
El presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, en la asamblea de la Asociación Valenciana de Empresarios, del pasado miércoles en Valencia.Mònica Torres
Miquel Alberola

A Carlos Mazón quizá no se le pueda explicar sin recurrir al concepto de la superposición cuántica. Existe en múltiples estados al mismo tiempo, según su dinámico y elástico relato, y su coexistencia es determinista de forma consubstancial. La realidad y su representación son un mero reparto de probabilidades cuya certeza solo alteraría su comprobación, pero mientras tanto, el presidente de los valencianos es una paradoja sujeta a interpretación, que es de lo que se trata. No se puede saber si está vivo políticamente, como él cree, o si a la vez está muerto, como lo suponen los suyos y los demás. Si estuvo, como afirmó, donde debía estar a una hora concreta, o si simultáneamente no estuvo a esa misma hora, como negó después. Ni saber si aquel fatídico 29 de octubre comió, como divulgó su entorno, en el Palau de la Generalitat, si a la par “estuvo picando” por la zona, como se comunicó después, o si, de forma sincrónica, tuvo un almuerzo repantigado con plato de cuchara en un reservado de El Ventorro. Ni si era presidente de la Generalitat mientras comía y ofrecía la dirección de la televisión autonómica a una periodista amiga o si, igualmente, era un ciudadano particular en un asunto privado o incluso orgánico, porque Mazón quería perfeccionar su oratoria. Ni si no podía recibir llamadas porque no había cobertura o si, a pesar de ello, como ha asegurado luego, mantuvo diversas conversaciones por teléfono con responsables de Emergencias, alcaldes, cargos de la Generalitat y del partido. Ni siquiera dar por hecho que tiene o no móvil propio, como defiende ahora Presidencia para evitar su geolocalización, cuando el fatídico día de su “ausencia palmaria” le dijo al alcalde de Cullera que se guardara el número desde el que le llamaba porque era el suyo personal. Ni si está “noqueado”, como lo exculpó Alberto Núñez Feijóo, o simplemente desbordado por su efervescencia y ahogado en propio su relato.

Mazón, como el gato que el físico Erwin Schrödinger utilizó en su experimento mental para incidir en la complejidad de las interpretaciones inaugurales de la mecánica cuántica, se mantiene en vida y difunto a la vez. Estuvo y no estuvo en todos los sitios y en todos los horarios que ha proporcionado. Hizo y no hizo las cosas que ha afirmado y ha negado. Todo lo que le concierne ha sido y no ha sido. Mientras lo persiguen los adverbios interrogativos, las protestas, la indignación de afectados por la catástrofe y las 227 víctimas mortales, se ha ido construyendo una caja sellada y opaca como en la que el físico austríaco metía un hipotético gato, un dispositivo y una sustancia radiactiva para que en una hora las probabilidades de que estuviera vivo o muerto fueran idénticas. Para que las posibilidades entre cualquier cosa y la otra sean las mismas. Pero a diferencia de Schrödinger, no solo con el objeto gráfico de señalar los problemas de interpretación de la mecánica cuántica (aquí, la mecánica de la juez de Catarroja), sino para hacer del principio de incertidumbre un fin en sí mismo, para prolongar la incertidumbre como única certidumbre. Para que la confusión acabe contagiando a la opinión pública y a todo el proceso judicial, desviando y prorrateando las responsabilidades y los impactos políticos. Para que no se pueda desovillar la maraña del ovillo en el que está apresado. Para que al final no quede claro si era un gato en un cajón hermético o un conejo en una chistera. Si sí o si no, son solo posibilidades, mientras acelera como Thelma y Louise ante el abismo, atropellando a discreción con su minino cuántico en el asiento trasero.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.
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