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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Jóvenes: funcionarios o precarios

A veces, me siento mal pensando en si tengo la culpa de no querer ser funcionario o es que los yankees han instalado en mi cerebro una especie de software neoliberal, que me insta a embarcarme en mis propios proyectos

Fotograma de la película 'Yo, Daniel Blake'.
Fotograma de la película 'Yo, Daniel Blake'.
Jordi Sarrión-Carbonell

Como muchos de vosotros, soy hijo de funcionarios. Mis padres son, como bien explica Oriol Bartomeus en El peso del tiempo, parte de la generación del baby boom, nacidos en el interior de la València de los años 60. Su generación tuvo un papel crucial en la Transición, y su cénit llegó en los años de Lerma y, cómo no, de Felipe González. Mis padres, criados en familias humildes, opositaron cuando apenas era un crío para no tener que trabajar tanto como sus padres. Por ello es que aprendí, prematuramente, el significado de la palabra “oposición”. Luego opositó la madre de mi mejor amigo, ahora está opositando mi mejor amigo e incluso otro amigo de nuestro grupo, Sergio, ha acabado sacándose las oposiciones a Guardia Civil tras acabar la carrera y un máster.

De los hermanos de mi madre, cuatro de cinco salieron funcionarios: dos maestros, una enfermera y un funcionario de aduanas. En este ambiente, tras dos carreras, dos másteres y dominar cinco idiomas, las consignas siguen siendo las mismas: que me prepare una oposición, que tengo capacidad, que seré un buen profesor, que sacrifique unos años de mi vida en pos de un futuro más cómodo y lleno de certezas. Y, a veces, me siento mal, un poco compungido, pensando en si tengo yo la culpa de no querer ser funcionario o es que los yankees (como diría mi profesor de Historia) han instalado en mi cerebro una especie de software neoliberal, que me insta a embarcarme en mis propios proyectos y a buscar oportunidades debajo de las piedras.

El otro día me reencontré con mis dos mejores amigos de la universidad, Álvaro y Juan Carlos. Con ellos empecé mi vida universitaria en Madrid: cinco años de Periodismo, Políticas, charlas, películas, libros, cervezas, fiestas, viajes, desamores y aventuras, muchas aventuras. Durante aquellos años nos queríamos comer el mundo. Éramos un poco como Dennis Hopper y Peter Fonda en Easy Rider, con esa arrogancia que te dan los dieciocho. Nos recuerdo perdidos por Marruecos con apenas unos euros en los bolsillos, sin tener dónde dormir algunas noches, pero felices. Felices, y, sobre todo, muy libres. Allá estábamos, como en la canción de Easy Rider, “buscando la aventura y lo que se cruce por el camino”.

El caso es que, hace poco, nos reencontramos a nuestros veinticinco, y más que en Easy Rider cabalgando a lomos de nuestras Harley parecíamos Daniel Blake, el tipo que se enfrenta en la película homónima de Ken Loach a la burocracia del Estado británico. Es la única forma que tiene de preservar las dos cosas que le quedan: su dignidad y su integridad como persona. Juan Carlos está opositando y será un gran profesor. Álvaro, en cambio, anda como yo, decepcionado con la falta de oportunidades laborales que tenemos, ganándose la vida en Barcelona.

Hablando con Álvaro el otro día llegamos a la conclusión de que en este país los jóvenes tenemos dos opciones: opositar o resignarnos a la precariedad. A veces me levanto, y todo parece complicado. Siento que las cosas no van a salir. Pero me viene a la cabeza aquella frase de Zatu (SFDK), que dice que “no hay otra que echarle ovarios y pelotas, atarse fuerte las botas y patrullar la ciudad”. Y es que no aspiramos a comprarnos un Bugatti, pero entiendan que tampoco queremos compartir piso hasta los cuarenta por dedicarnos a lo que nos gusta. Quiero volver a mi tierra, labrar mi carrera y cultivar el futuro de los que vienen detrás. Y, como dijo Daniel Blake, “eligieron mal si pensaron que me iba a rendir”.

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