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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Amor al arte

Cuando uno intenta hacerse un nombre en cualquier oficio en que convierte en públicas algunas facetas de su vida es muy difícil decir “no”

Jordi Sarrión-Carbonell
Jorge Drexler
El cantante Jorge Drexler durante el concierto en el Wizink Center de Madrid, en enero, en el que cantó "Amor al arte".Rodrigo Jiménez (EFE)

Arte y pasión han estado presentes en nuestra tierra y en mi familia desde el principio de los tiempos. Mi abuela Maruja siempre me hablaba sobre mi abuelo Alfredo, a quien no llegué a conocer. Sus pasiones incipientes le mantenían ocupado, y andaba siempre tramando nuevos planes, pidiendo a sus nietos que le prestaran algunos de sus libros o investigando sobre la agricultura que tantos disgustos le dio. Luego está mi bisabuelo, bombardino autodidacta, que decidió componer con sus pocos conocimientos un pasodoble torero titulado Amor al arte. Mi madre, pese a que a mi abuela no le hiciera mucha gracia por aquel entonces, se hizo maestra y mi tía, enfermera, y ambas convirtieron en profesiones sus pasiones. Yo, que me matriculé con apenas seis añitos en la escuela de música Maestro Ventura de Enguera, quería ser percusionista, pero como vieron que la psicomotricidad no era lo mío, acabé tocando el bombardino, como mi bisabuelo.

Luego me vino una extraña e inefable pasión por la comunicación y la escritura. Con apenas 14 años creé mi primer blog en Internet para denunciar las injusticias que me rodeaban (¡ay, bendita inocencia!). Al poco, decidí que quería estudiar Periodismo. Mi madre, al igual que su madre cuando ella era joven, no terminaba de estar convencida, y me invitó a que estudiara un doble grado: “Periodismo con Políticas, que te gustan mucho y sola tiene muy pocas salidas”, me dijo. Y allí que me fui a Madrid con mis 18 recién cumplidos, una maleta y una bolsa inmensa llena de pastelitos de boniato que me había preparado mi abuela. A los pocos meses, comencé a colaborar con una revista de Barcelona, la revista Mirall. Y su director, Joan Solé, me propuso crear una delegación en Valencia. Aquella fue mi casa virtual y mi verdadera escuela durante más de cinco años.

Pasaron los años, y comencé a escribir y colaborar con otros medios. Incluso tuve la oportunidad de dar una charla TEDx en la Universitat de València. Y pensé que todo escaparate era una oportunidad para hacer currículum y cosechar un futuro mejor. Aceptaba prácticamente todo: que menospreciaran mi trabajo, que me pagasen mal y tarde o, directamente, que no me pagasen (en aquellos casos en los que no te pagan en nombre de una causa o de una cierta afinidad ideológica se llama “colaboración”). Y es que, claro, cuando uno intenta hacerse un nombre en el periodismo o en cualquier oficio en que convierte en públicas algunas facetas de su vida es muy difícil decir “no”. Porque siempre le suele seguir un “y si”. ¿Y si ya no llaman más? ¿Y si me cierro puertas? ¿Y si no encuentro otra cosa mejor? Y, al final, acabas tragando mierda y preguntándote por qué estás agobiado sin parar de trabajar un domingo a las dos de la mañana.

Pero todo cambió un día (supongo que esto llega de manera natural), cuando decidí que ya no estaba dispuesto a tragar más; había llegado el momento de valorar mi trabajo y mi dedicación. Jorge Drexler tiene una canción que se llama Amor al arte, igual que el pasodoble torero de mi bisabuelo. Lo que es la vida, ¿eh? Desde aquel concierto en el WiZink de Madrid, las palabras llenas de sabiduría de Drexler resuenan una y otra vez en mi cabeza: “Cobra lo que tengas que cobrar pero hazlo por amor al arte”. Que nunca más nadie nos obligue a normalizar aquello que no es normal, aunque nos hayan hecho pensar lo contrario. Puestos a elegir, murámonos de amor, de amor al arte.

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