Una guía para disfrutar de las Fallas 2024 y sortear multitudes, según un experto festero
Gil-Manuel Hernàndez, director del Museo Fallero de Valencia, propone un plan rápido por la ciudad para ver lo esencial y lo experimental de las fiestas, que se celebran del 15 al 19 de marzo
Las Fallas son particulares por muchos motivos. El primero es que los monumentos que dan nombre a la fiesta, y se construyen a lo largo del año, se exhiben sólo unos días en las calles para ser pasto de las llamas el 19 de marzo por la noche. Una particularidad que da mucho juego a todo tipo de metáforas y clichés sobre la condición efímera (y lúdica) de la vida, el carácter purificador del fuego o la celebración mediterránea de la llegada de la primavera. De lo que no se habla tanto es que las Fallas se celebran en todos los barrios de Valencia (y en otras muchas localidades, principalmente de la provincia), en los que se plantan 345 monumentos, a diferencia de otras fiestas multitudinarias de España, como los San Fermines o la Feria de Abril, acotadas a un espacio urbano en Pamplona y Sevilla, respectivamente.
A esta particularidad alude Gil-Manuel Hernàndez, fallero de toda la vida desde que nació hace 60 años, estudioso de la fiesta y director del Museo Fallero de Valencia, en su propuesta de guía sucinta sobre qué ver y qué hacer en Fallas, y en la medida de lo posible, sortear las aglomeraciones. Las Fallas, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad declarado por la Unesco, no dejan de crecer y atraer a centenares de miles de personas que desfilan sobre todo por Ciutat Vella del 15 al 19 de marzo, la llamada “semana fallera” que se corresponde con las vacaciones escolares. El 15 deben estar plantadas las fallas infantiles; el 16, todas las demás.
Ahora bien, apostilla de inmediato Gil-Manuel, a “la catedral de la pólvora”, como denominan a la plaza los fanáticos del petardo, hay que ir. Si no, para qué vas a las fallas. Para los valencianos ir a la mascletà, que se dispara diariamente desde el 1 de marzo a las 14 horas es un todo un ritual. Lo suyo es quedar un poco antes para tomar algo y quedarse un poco después para tomar otro algo, luego ya veremos qué se tercia. Gafas de sol para fijar la vista al cielo, bocas entreabiertas para que no se rompan los tímpanos (según la leyenda urbana, no tan leyenda) y aplausos al final para valorar la magnitud y calidad del terremoto sonoro, que tiene su tempo, su ritmo, que algunos siguen moviendo la cabeza y sorteando con habilidad el peligro de desnucarse.
Hay mucha vida fuera del centro. Y resulta más cómodo y fácil comerse la omnipresente paella (no es obligatoria, hay más cosas) en un bar de cualquier barrio, en la playa de la Malvarrosa o en la cercana Albufera que soportar las colas del centro, apunta Gil-Manuel. El buen tiempo (que se espera) y la ciudad, plana y de un tamaño manejable, invitan a caminar y pedalear; el coche es un estorbo, con la mitad de las calles cortadas. Tampoco es necesario estrujarse entre decenas de miles de personas en la plaza del Ayuntamiento para sentir una mascletà, uno puede vivir de manera más cercana los potentes disparos de la comisión fallera de las calles Obispó Amigó-Cuenca, que gana adeptos, apunta el experto festero
“También hay que ir a ver las nueve fallas de la categoría especial. Son monumentales, espectaculares, coloridas, casi todas ubicadas en el centro o muy cerca. Pero recomendaría descubrirlas de madrugada, cuando hay poca gente, de cuatro a siete de la mañana, por ejemplo, para luego unirse a la despertà de los falleros y desayunar un chocolate con buñuelos”, sugiere el experto fallero. Hay para elegir, porque las churrerías brotan como setas en el asfalto por los idus de marzo. Gil-Manuel sugiere la autóctona y arraigada caravana de Els Tonets del Carme, que se instala frente al retén de la Policía Local del viejo barrio. Allí, los sabrosos bunyols de carabassa y de figa (calabaza o higo) satisfacen a los expertos en la materia grasa, que de todo hay.
Y hay, ciertamente, menos gente de madrugada, pero hay gente, porque las noches se alargan en numerosas sesiones de verbenas (la de la Olivereta, la de Doctor Collado...), pachangas, conciertos y discomóviles, abiertas a todos los públicos o cerradas para los falleros en las carpas de sus casales, aunque muchos de ellos son permeables a los de afuera. Sesiones interminables, carpas por doquier, ruido, la tiranía de las Fallas, se queja parte del vecindario, que al día siguiente ha de convivir con los estragos que la noche deja en la calle. Pero esto es una propuesta de guía y no una contraguía, que sería otro cantar y también daría juego.
Gil-Manuel insiste en proponer itinerarios alternativos, que orillan las multitudes. Sugiere un recorrido por las fallas experimentales, no tan concurridas y con frecuencia sorprendentes. “Son críticas y reflexivas”, afirma el experto. El Colegio de Arquitectos de Valencia ofrece una ruta guiada. Son una decena que plantean estéticas más contemporáneas, contenidos menos satíricos y más conceptuales. Suelen emplear materiales innovadores y sostenibles, mas respetuosos con el medio ambiente, una de las asignaturas pendientes de las fiestas, a pesar de los avances de los últimos años, junto con los problemas de la masificación y el incivismo.
Lo que no se puede ignorar es que el ruido forma parte fundamental de la fiesta. También la música, que se escucha todo el día por las calles y plazas: sobre todo, los pasodobles más populares, también la música tradicional valenciana de dolçaina i tabalet y, desde hace unos años, éxitos poperos. Los músicos de banda desfilan junto a los falleros y falleras, tras la ofrenda a la Virgen, en los pasacalles, en la recogida de premios, en la del ninot de cada falla que ha concursado, cualquier excusa es buena. La Comunidad Valenciana alberga casi la mitad de las bandas de música de España.
Tocar un instrumento de viento es un hecho diferencial de los valencianos, como lo es también la devoción por la pólvora. Y si la mascletà es un acto social, corto, rápido, intenso, los fuegos artificiales son contemplativos, discursivos, prolongados. Reúnen a decenas de miles de personas, no necesariamente aglomeradas, que se sitúan a lo largo del espacioso antiguo cauce y en las calles paralelas del río Turia, reconvertido hace tres décadas en un jardín que atraviesa la ciudad. Se disparan a media noche, del 16 al 18 de marzo, a la altura del Palau de les Arts de la Ciutat de les Arts i les Ciències e iluminan el cielo con sus lánguidas y coloridas palmeras, todo un clásico, y con las últimas creaciones. “La Nit de foc del 18 es especialmente recomendable”, señala Gil-Manuel, en referencia a la madre de todos los castillos que se erigen con fuegos de artificio. No tan popular pero si más participativos y tal vez divertidos son los Correfocs del dimonis de la falla Arrancapins del día 17 o la Cavalcada del foc de la céntrica calle de Colón del día 19 que desemboca en la Nit de la Cremà, cuando todo se quema para comenzar de nuevo.
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