El ‘algarrobico’ de Elche ya es una playa de dunas
Costas inicia la restauración y protección del solar en el que se ubicaba el hotel de Arenales del Sol, cuyas ruinas protagonizaron un litigio de más de 25 años
El hotel de la pedanía ilicitana de Arenales del Sol (Alicante) ya es un arenal de dunas protegido. Situado a pocos metros de la orilla del mar, cerrado hace cuatro décadas y con sus ruinas en litigio desde 1997, más de un año después de su demolición ha dejado un pequeño terreno frente al mar en el que el servicio provincial de Costas ha invertido 165.676 euros en la restauración medioambiental y la restitución de los terrenos al dominio público marítimo terrestre. El esqueleto de hormigón ha desaparecido y en su lugar, unos operarios despliegan protecciones vegetales para la conservación de las dunas y de su flora, dominada por el lirio de mar. Con una historia que guarda semejanzas con el caso del hotel Algarrobico, cuya construcción se paralizó hace 16 años en una playa del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, si bien aún se mantiene en pie, el edificio de Elche ya es historia.
Desde la puerta del edificio en el que vive Carlos Ruiz, situado justo detrás del solar del hotel derribado, se ve pasar la zodiac de un submarinista que fondea brevemente a unos metros de la orilla. Hace un año, habría sido imposible. “La imagen y la seguridad de esta zona ha mejorado mucho”, cuenta Ruiz, trabajador del aeropuerto de Alicante-Elche Miguel Hernández, situado a apenas ocho minutos “en moto, no uso ni el coche para ir a trabajar”, dice. Tanto él como sus vecinos están encantados de la desaparición del mamotreto, como era conocido en la pedanía. “Las ruinas eran peligrosas”, cuenta, “estaban llenas de ratas y gatos y los niños entraban a jugar sin tener en cuenta que podían hasta matarse”. “Hace unos años, unos chavales entraron, tiraron un váter desde el segundo piso y rompieron un coche que estaba aparcado al lado”, recuerda. Ahora, sus dos hijos, de tres años y de ocho meses, no correrán ese riesgo. Y disfrutarán de las vistas al mar para siempre, porque Costas no prevé ninguna adecuación de uso público. La playa del extinto hotel quedará virgen.
El solar en el que trabajan dos operarios ha marcado la historia de esta pedanía de unos 4.000 habitantes censados en los últimos 60 años. Un matrimonio de empresarios, Tomás Durá y Maruja Sabater, abrió el hotel en 1963 donde entonces no había más que arena y olas. El éxito del establecimiento, que llegó a alojar al más tarde rey Juan Carlos, fue la semilla que hizo crecer Arenales del Sol. Tan cerca de Alicante como de Elche, era, y sigue siendo, un lugar tranquilo y bien comunicado, en el que los aviones que aterrizan y despegan del aeropuerto apenas dejan sentir un rumor. Sin embargo, su vida fue efímera y cerró unos quince años después. En 1997, el alcalde socialista Diego Maciá firmó la declaración de ruina del establecimiento. Y comenzó un largo proceso judicial que no concluyó hasta 2020. Una empresa, Princesol, obtuvo licencia de rehabilitación del edificio, pero incumplió la ley al crear estructuras nuevas. El caso llegó al Tribunal Supremo, que declaró la inviabilidad del proyecto. Había que demoler la parte vieja y la nueva. Finalmente, las máquinas lo derribaron en octubre del año pasado.
Nadie pone en duda la necesidad de eliminar los restos de la estructura levantada en primerísima línea de playa. Lola Cano, que trabaja en la inmobiliaria Mirasol, cuyas oficinas están detrás del solar, concede que “el hotel era insalubre” y, en muchas ocasiones, “recibía a okupas y drogadictos”. Pero sostiene que “su rehabilitación le habría insuflado vida” a una zona que, en invierno, languidece entre apartamentos vacíos y establecimientos cerrados. “En verano, todo está lleno y abierto”, asegura Cano. El turismo nacional y familiar anima las calles en vacaciones, los fines de semana y festivos. Fuera de esos días señalados, “no hay movimiento”, apenas “algunos jubilados, tanto españoles como extranjeros”.
De la misma opinión es Vicen Molina, residente permanente en Arenales desde hace cinco años, pero que llevaba “23 años veraneando aquí”. “El derribo me parece bien, las ruinas daban una imagen horrible desde hace más de cuarenta años”, concede, “pero un hotel permitiría alojar a la gente de paso, que viene al aeropuerto o a IFA (la institución ferial, también cercana) y alquilan pisos por horas”. Con ese tráfico de visitantes, no habría excusa para suplir las carencias de la pedanía, en su opinión. “Hace falta una zona de ocio, una gran superficie comercial”, indica, “y solo hay un ambulatorio desde el que, si necesitas algo, te mandan a Elche”. Molina compra una barra de pan en una de las pocas cafeterías abiertas a mediados de un diciembre cuyas temperaturas se resisten a bajar de los 20 grados. En el único supermercado de la pedanía, su propietario no quiere ni oír hablar de la historia del hotel. Enfrente, pasea Manuel Álvarez, jubilado madrileño que sostiene que el clima daría para que el negocio del turismo “funcionara todo el año”. “Se vive bien, tranquilo, y si quieres algo más de movimiento, Alicante está a 15 minutos en coche”, cuenta.
Con la demolición, “ha ganado la ciudadanía”, manifiesta Marina Camúñez, empleada en la inmobiliaria Alicante Sol. “Hemos ganado en vistas”, prosigue, con un ventanal a su espalda desde el que se ve el mar. “Pero esto lleva muchos años abandonado, falta un banco, un colegio, un supermercado”, detalla, “no parece que paguemos el mismo IBI que se paga en Elche”. A su juicio, como piensan casi todos sus vecinos, “hay que buscar una ubicación para un hotel nuevo”.
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