Ernest Lluch, un intenso y sufrido culé
Disfrutó, conversó y reflexionó sobre el Barça, era asiduo incluso a los partidos de los equipos inferiores y veía en el deporte un pilar de la formación integral de las personas


Ernest Lluch acostumbraba a ir al Camp Nou con un libro por si se aburría. Ya no pitaba, como cuando era joven y en alguna ocasión había silbado a Luis Suárez -“un jugador excelente que perdimos en parte por culpa del público, que a menudo se ha equivocado con los futbolistas”-, y no siempre discutía con sus vecinos de asiento o con los más cercanos como Xavier Trias o Màrius Carol. A menudo prefería charlar con sus amigos Josep Maria Carreras, Teresa Coch o el galerista Joan Gaspar, con quien entraba al estadio por la puerta 15, boca 208. Hubo un tiempo incluso en que los lunes analizaba la jornada con Lluís Foix en el programa Cafè Baviera dirigido por Xavier Bosch en Rac1. Y, polemista por naturaleza, solía acudir a debates mediáticos como aquel organizado por TV-3 y presentado por Pere Escobar con el título En camp contrari en el que se discutía sobre el litigio Barça-Madrid.
Algunas de sus reflexiones sobre el FC Barcelona quedaron escritas en el libro Amb blau sofert i amb grana intens, editado por Proa en 1999 con motivo del 100 aniversario del Barça, después de una conversación con el periodista y amigo Robert Álvarez. “Llevar el Barça es relativamente fácil porque es una máquina de hacer dinero”, afirmaba, al tiempo que cuestionaba la política del presidente Josep Lluís Núñez, al que acusaba de haber reducido el club a una tienda en tiempos de mercadotécnica: “La peor de las jugadas que ha hecho el Barcelona en los últimos años ha sido la de vender a Ronaldo (…). No se trata solo de ganar, sino de dar espectáculo (…) Aumentar el 25% de la cuota de pantalla”, reflexionaba Lluch, crítico también con las obras de la tribuna del estadio porque habían empeorado la elegante arquitectura de Francesc Mitjans.
Nunca pretendió ser vicepresidente económico, y menos presidente, sino que se presentó a las elecciones de 2000 en la candidatura de Lluís Bassat como miembro de la comisión social y aspirante a desempeñar una función parecida al de Nicolau Casaus, un directivo “que caía bien y supo ganarse la simpatía de las peñas y del resto de España”. “Casaus es como Tarradellas y Núñez como Pujol [Jordi]”, afirmaba Lluch, que sería asesinado por ETA el 21 de noviembre de 2000, meses después de que Joan Gaspart se proclamara sucesor de Núñez.
El legado de Lluch como economista, profesor universitario, historiador, político socialista y ministro de Sanidad -impulsor de la sanidad pública universal-, se ha reivindicado permanentemente durante el año 2025 en el que se cumple el 25 aniversario del atentado terrorista cometido en el garaje de su casa de Barcelona.
No fue menor tampoco su vínculo menos conocido con el deporte y el Barça. Lluch fue un muy buen atleta de medio fondo que salía a correr siempre que podía con un especialista como Romà Cuyàs. Apostaba por el deporte como una necesidad para la formación integral de la persona, heredero seguramente de los clásicos sportmans llegados al país sobre todo a principios del siglo XX y buen conocedor también de la política impulsada por la Mancomunitat de Cataluña (1914-1924). Tampoco le debió resultar extraño por su carácter el eslogan “esport i ciutadania” de los años treinta, ni la Olimpiada Popular de 1936 organizada como alternativa a los Juegos de Hitler. Muy humanista, tenía una curiosidad insaciable y un carácter enciclopédico, era muy culto y nunca tocaba de oídas, divulgador de la causa deportiva y de la azulgrana, reputado embajador del Barcelona.
Amante de la historia, dominaba el pasado barcelonista y se atrevía con el futuro porque era un asiduo a los partidos de los equipos inferiores, especialmente del juvenil y el filial, y estaba al corriente de quienes eran las promesas de la Masia. Tomaba los diarios y acudía a los partidos del Miniestadi porque el campo le quedaba cerca de casa y le gustaba departir con los aficionados que se encontraba a su paso sobre la manera de promocionar a los jóvenes, instruir a los profesionales sobre planes de inversión y amparar a los veteranos para que se ganaran una buena jubilación, enamorado como estaba del Barça de Les Cinc Copes (1952). Lluch ejerció siempre de barcelonista, también cuando era ministro de Sanidad y Consumo (1982-1986), presente en el estadio Zorrilla de Valladolid cuando el equipo de Terry Venables ganó la Liga- 1985 después que Urruti parara un penalti a Mágico González.
Tuvo también un apartamento en San Sebastián para el estudio y la reflexión y llegó a ser accionista de la Real Sociedad. Un estudiante al que ayudó con la tesis doctoral le regaló como muestra de agradecimiento una acción del club de Donosti. A Xavi Bosch le confesó también que le encantaban las camisetas del Lecce y del Sant Andreu. Así se explica que fuera partidario de que la segunda camiseta del Barça estuviera reservada exclusivamente a los colores de la bandera de Cataluña.
El club azulgrana y la Fundación Lluch firmaron precisamente un convenio en 2013 que fue renovado en 2023 hasta 2026. Aunque la colaboración para la presente temporada todavía no fue definida, se espera que el Barça se sume también al final al programa de actos de 25 anys sense Ernest Lluch. Ahora, ya de vuelta al nou Camp Nou, algunos le recordamos cada día de partido cuando tomamos el bus HB Ernest Lluch-Bon Pastor y nos bajamos en la parada Travessera 73-129. Muy pocos le han descrito mejor que Antonio Muñoz Molina: “Con sus gafas grandes, su flequillo, su acento catalán, era de esas personas que vistas de cerca parecen algo ensimismadas y atrabiliarias, pero que combinan la visible distracción con una infalible agudeza. Cuánto más parecen no enterarse de nada, más atentas y observadoras permanecen” escribía en un artículo publicado el 18 de octubre en El País.
Aunque siempre se aplicó al “sapere aude” y fue admirado por su intelectualidad y capacidad de trabajo, ninguno de sus amigos recuerda el título de algún libro que hubiera abierto porque le aburriera el juego del Barça. Lluch seguramente también era el seguidor culé más entendido del Camp Nou.
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