El socialista heterodoxo al que asesinó ETA
Hace 25 años, ETA asesinó a Ernest Lluch porque quiso destruir su intento de incorporar al nacionalismo al bloque democrático contra el terrorismo


La mañana del 21 de noviembre de 2000, el alcalde socialista de San Sebastián, Odón Elorza, participaba en Lisboa en unas jornadas sobre educación para la paz y telefoneó a Ernest Lluch, que se encontraba en Barcelona, para abordar en una cita próxima iniciativas pacifistas trasladables a la capital vasca. Por la noche, recuerda Elorza, lo avisaron de que ETA había asesinado a Ernest Lluch, el ministro de Sanidad socialista, entre 1982 y 1986, muy popular por universalizar la sanidad española. Lo conmocionó como a todos, pero como conocía bien a Lluch no le sorprendió.
Lluch alternaba su trabajo como catedrático de Historia Económica en la Universidad de Barcelona con estancias largas en San Sebastián —donde compró una vivienda— desde que cesó como rector de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander en 1995. “Su madre, a la que adoraba, le decía que San Sebastián era preciosa y siendo rector en Santander, dada su proximidad, la visitaba frecuentemente, llegando a instalarse. Para mi padre era un refugio, un lugar ideal para estudiar e investigar en sus bibliotecas”, recuerda su hija Rosa.
Lluch tenía vínculos universitarios, pero enseguida se implicó en la vida social y política vasca. Encarcelado por el franquismo, militante del PSC, conectó con el alcalde donostiarra, el socialista Odón Elorza, y aceptó ejercer, gratuitamente, de asesor municipal de lujo. Se hicieron amigos. Paseaban en bicicleta, acudían a Anoeta a ver los partidos de la Real Sociedad, de la que Lluch se hizo socio, aclarando su prioridad culé.
Frecuentaba la legendaria librería Lagun, dónde departía con veteranos antifranquistas como María Teresa Castells, Raúl Guerra Garrido, José Ramón Recalde —a quien luego atacaría ETA, dos meses antes del asesinato de Lluch—, José Luis López de Lacalle —a quien luego los etarras asesinaron, seis meses antes que a Lluch— así como Javier Elzo y Mari Carmen Garmendia, del ámbito nacionalista. “Tenía curiosidad por todo. Sabía de todo. Era un apasionado de la historia. Hubiera sido un perfecto observador de los vascos”, señala Ignacio Latierro, socio de la librería donostiarra.
Sus principales interlocutores en la Universidad del País Vasco fueron Jesús Astigarraga y Jon Arrieta. Arrieta era catedrático de Historia del Derecho y experto en derechos históricos. Ambos implicaron a Lluch y al ponente constitucional, el conservador Miguel Herrero de Miñón, en los cursos de verano de 1997 y 1998. “La búsqueda de proyectos de convivencia territorial apasionaba a Lluch”, recuerda Elorza.

Tenía profundas raíces federalistas y catalanistas, en palabras de su hija Rosa. “Tenía claro que en Euskadi la prioridad era acabar con la violencia. Pretendía incorporar al PNV al marco constitucional, del que tenía una visión muy abierta. Era un heterodoxo”, recuerda Elorza. En aquellos momentos, el soberanismo del lehendakari Juan José Ibarretxe marcaba las pautas del PNV y confrontaba con el presidente del Gobierno, José María Aznar mientras los socialistas estaban en la oposición.
Lluch se comprometió en la política vasca por su cuenta y riesgo. Se incorporó a Elkarri, una plataforma de diálogo de inspiración nacionalista que le facilitó conectar con líderes moderados del abertzalismo. En septiembre de 1999, durante la tregua etarra por el Pacto de Lizarra, publicó en EL PAÍS con Herrero de Miñón un texto muy polémico. El proceso dialogado estaba bloqueado y para relanzarlo abogaron por que el Gobierno de Aznar completara el acercamiento de presos etarras a Euskadi; invocaron el punto 10 del Pacto de Ajuria Enea para que Gobierno y ETA, por un lado, y los partidos, por otro, relanzaran el diálogo sobre fórmulas legales y concretas para integrar al nacionalismo en la Constitución.
Su iniciativa quedó en nada porque ETA rompió la tregua pocas semanas después. Pero Lluch aumentó su visibilidad. En abril, había salido del anonimato al participar en un mitin de apoyo a Elorza para la alcaldía donostiarra en las municipales de 1999. Celebrado en el corazón de la Parte Vieja, el radicalismo abertzale lo interpretó como una intrusión en su territorio, explica Elorza, con lo que respondían a gritos nuestras intervenciones. Cuando habló Lluch arreciaron. Levantó la voz y dijo: “No sabéis que ha llegado la democracia a este país. Gritad, sí, que mientras gritáis, no matáis”. Su intervención tuvo gran eco en los medios de comunicación.
La ruptura de la tregua etarra y el regreso de sus asesinatos a figuras relevantes en 2000 —Fernando Buesa, en febrero; López de Lacalle, en mayo; Juan María Jáuregui, en julio— alertaron a Lluch. “Había perdido el anonimato y estaba incómodo en San Sebastián. Pero dudaba. Desaparecer era rendirse y, además, le incomodaba hacerlo mientras ETA había matado algunos de sus amigos vascos y los supervivientes permanecían”, señala Rosa Lluch.
En agosto de 2000, como hacía anualmente, acudió a la Quincena Musical donostiarra. Latierro le recuerda muy preocupado. El 14 de agosto, Lluch cenó con Elorza en el domicilio de una edil donostiarra y vieron la humareda levantada por el incendio de dos coches por la kale borroka. Elorza le recuerda muy preocupado y encargó a sus escoltas que le acompañaran a su casa.
Tres semanas antes, el 22 de julio, participó en Madrid, en la elección de José Luis Rodríguez Zapatero como secretario general del PSOE. Lo hizo porque, además de atraerle su plan, tenía el aval de Jordi Sevilla, alumno y colaborador suyo en la Facultad de Económicas de Valencia. Volvió a Madrid el 9 de octubre, donde presentó La nación vasca posible, libro del exportavoz peneuvista del Gobierno vasco Joseba Arregi. Durante la presentación les notificaron que ETA había asesinado al fiscal jefe del Tribunal Superior de Andalucía, Luis Portero. Arregi, turbado, dijo: “ETA acabará matando al PNV”. Lluch respondió: “Es que ETA quiere sustituir al PNV”.
El día 14 viajó a San Sebastián y asistió al partido Real Sociedad-Barcelona. Una semana después, ETA lo asesinó en la capital catalana. La indignación se plasmó en una manifestación multitudinaria en Barcelona con un clamor favorable al diálogo que obligó al presidente Aznar y al secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, a reabrir las conversaciones que, iniciadas meses atrás en respuesta a la estrategia etarra de socialización del sufrimiento, estaban estancadas.
Quince días después firmaron el Pacto por las Libertades, la actualización del Pacto de Ajuria Enea, que cercó políticamente a ETA y su entorno y aceleró su final con la acción policial, la movilización social y el proceso dialogado entre Gobierno y ETA que, antes de acabar la década, enfrentó a la izquierda abertzale con la organización terrorista.
ETA en el comunicado reivindicativo del asesinato de Lluch, inusual en su extensión, dejó claro que era un objetivo por su papel dialogante con el nacionalismo. ETA quería destruir los puentes que tendía Lluch porque temía que los socialistas arrastraran al PNV a colaborar con el bloque democrático contra ella. El sueño de Lluch se cumplió pocos años después. Pero aún más, la propia izquierda abertzale acorralada forzó a una ETA muy debilitada a cesar el terrorismo en 2011. “Mi padre hoy sería feliz en Euskadi”, dice su hija Rosa.
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