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política
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un octubre normal

Cuando alcaldes del partido visitan a Puigdemont en Waterloo no es para hacer efectivo el mandato del 1-O, sino para exigir más mano dura con el tema inmigración

Albert Branchadell

Un indicio más de la normalización política que vive Cataluña es el escaso eco que ha tenido el octavo aniversario de los Hechos de Octubre de 2017. El pasado día 1 la militancia de Junts se reunió en Cornellà de Terri (Girona), donde Carles Puigdemont votó hace ocho años, para reivindicar “la vigencia del mandato del referéndum” y emplazarse a “terminar la tarea”. La reivindicación no tuvo mucho eco en los medios, que estaban más atentos a las vicisitudes de la flotilla Global Sumud en su camino hacia Gaza que a las cantinelas de un movimiento en horas bajas que se aferra a algo que pudo haber sido y no fue. El mismo día 1 el presidente del Consell de la República Catalana proclamaba desde el Casino l’Aliança del Poblenou en Barcelona la “disposición” de ese ente a levantar la suspensión de la Declaración de Independencia de 2017 si el Parlamento de Cataluña no lo hacía. Así como el vídeo que Puigdemont envió a Cornellà de Terri todavía logró algunos miles de visualizaciones, lo que dijo Jordi Domingo –que es como se llama el presidente del Consell– apenas traspasó las paredes del Casino. (Si a Ursula von der Leyen se le criticó que firmara un acuerdo comercial con Trump en un campo de golf, hay que vigilar con las soflamas que se pronuncian en un lugar llamado “casino”.)

El día 3 de octubre, la posible conmemoración de la huelga de hace ocho años quedó eclipsada por la huelga estudiantil en pro de la causa palestina, que definitivamente había copado los titulares. Y así hasta llegar al 27 de octubre, día en el que ninguno de los partidos que en su día pilotaron la fallida declaración de independencia organizó ningún acto de conmemoración explícito. (Los juntaires en particular estaban más pendientes de que su líder supremo confirmara la ruptura con el PSOE para allanar el camino a un gobierno español del PP y VOX.)

Dijeran lo que dijeran los militantes de Junts que se reunieron en Cornellà de Terri, la verdad es que su partido también se está normalizando. Cuando prominentes alcaldes del partido visitan a Puigdemont en Waterloo no es para hacer efectivo el mandato del 1-O, ni para pedir más confrontación (inteligente o no) contra España, sino básicamente para exigir más mano dura con el tema inmigración, aterrorizados como están por el crecimiento de Aliança Catalana en las encuestas. Al mismo tiempo que Junts se derechiza, el PSC de Salvador Illa se va desplegando sin disimulo para ocupar el espacio central de la política catalana que antaño perteneció a Jordi Pujol. El discurso integrador de Salvador Illa y su énfasis en la buena gestión van en esa dirección. También sus proclamas socialdemócratas, aunque el presidente nunca mencione la socialdemocracia por su nombre. No hay que olvidar que en las elecciones de 1977 la coalición que capitaneó Pujol –el Pacte Democràtic per Catalunya– lucía en sus carteles un eslogan que cada vez menos juntaires suscribirían: “Ara és l’hora d’un programa socialdemòcrata”.

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