El partido de los que ya lo habían dicho

Antaño el partido más numeroso fue el de los ex comunistas. Quedan pocos ahora. Tampoco quedan muchos ex. En Cataluña el pletórico partido de los ex psuqueros ha sido sustituido por el de los que ya habían dicho que la independencia no sucedería. Incluso Jordi Pujol, el más notable, y al decir de algunos uno de los mayores responsables del disparate, nos ha dicho que él nunca pensó nada distinto.

Solo es un primer paso. Pronto el primer partido será el de los ex independentistas y acaso algunos incluso sostendrán que jamás lo fueron. Una parte de los que se manifestaron incansablemente, votaron al menos dos veces inútilmente, aportaron sus óbolos a la causa y en buen número de casos se comprometieron con ella en empleos y responsabilidades, han empezado de momento a apuntarse al partido de los que ya lo habían dicho. Va con el signo de las modas, a las que hay que adaptarse rápidamente para quedar bien y recoger de paso algún provecho. Ya sucedió hace 12 años, cuando muchos se acomodaron y no poco tropezaron con la oportunidad de su vida para hacer fortuna con la nimia condición de guardar para sí mismos la incredulidad que suscitaba el proyecto en quien hubiera conservado un atisbo de lucidez.

No es muy elegante andar por la vida interpelando a unos y a otros con el fastidioso sonsonete: ‘yo ya os lo había dicho’. Buena parte de los que dijeron algo desde el primer momento, es decir, aquellos días entre mayo y agosto de 2012 en que Artur Mas emprendió su irreflexivo rumbo hacia ninguna parte, fueron diligentemente señalados como enemigos del pueblo y arrojados a los infiernos del españolismo. Sirvió para tal vergonzosa tarea la división maniquea entre nosotros y vosotros, catalanes y españoles, unionistas e independentistas, recomendada por el gran jurista del Reich hitleriano, Carl Schmitt, padre filosófico de la polarización y de la destrucción totalitaria del adversario.

Otros muchos entre los que entonces lo decían se afanaron enseguida a callar, ocultar sus ideas o escoger otras distintas, tal como aconsejaba el marxismo de Groucho cuando no caían bien las originales. Fueron escasos los que persistieron en su acertado diagnóstico, cada vez más arrinconados y presionados, estigmatizados como sectarios y fanáticos enemigos de las libertades catalanas e incluso de la democracia. Llámesele dogmatismo, burbuja cognitiva, caja de resonancia, o pensamiento grupal, el hecho es que nada de lo sucedido desde 2012 se entendería sin aquella obstinación inducida que no atendía al dudoso realismo del objetivo sino a las más subjetivas pasiones políticas.

La desmemoria autobiográfica suele ser sensacional, pero tratándose de la política, puede llegar a ser desvergonzada. ¿Resultará ahora que todos sabían que la independencia era imposible como sabían del enriquecimiento oculto de la numerosa familia Pujol? ¡País de sabios retrospectivos y de corto e irresponsable entendimiento respecto a su futuro!