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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Elogio del gestor

Pasar de la gestión a las transformaciones exige ir más allá de las definiciones teóricas, y ahí está el gran reto de Salvador Illa

El president de la Generalitat, Salvador Illa, en el debate de política general en el Parlament, el 9 de octubre de 2024.
El president de la Generalitat, Salvador Illa, en el debate de política general en el Parlament, el 9 de octubre de 2024.Gianluca Battista
Manel Lucas Giralt

“Si usted me dice, ¿cómo quiere ser recordado? Pues como un buen gestor”. Hasta dónde llegará la voluntad de Salvador Illa de ejercer una presidencia de la Generalitat sin sobresaltos, y presumir de ello, que en la tribuna del Parlament ha reivindicado la figura del político gestor. Nos está acostumbrando el nuevo presidente de la Generalitat a combinar anuncios concretos —el plan para las 50.000 viviendas públicas— con definiciones teóricas: socialdemócrata, gradualista, humanista cristiano, tarradellista… Y este miércoles ha incorporado a la lista esa reivindicación del gestor. Del gestor político, se entiende, no del que te hace la renta. Ciertamente, es posible atribuirle a la palabra una acepción positiva, simbolizando el tipo de político que no malversa, que cuida con esmero de contable de mercería novecentista el dinero público y que mantiene los servicios en funcionamiento. Lo que no sé es si el tipo de política prudente que trata de no romper los cristales de las ventanas se corresponde con algunas de esas otras definiciones que gusta de atribuirse Illa. Pongamos por caso la socialdemocracia.

Sé que en las últimas décadas los socialdemócratas se han alejado un poquito de Rosa Luxemburg o Largo Caballero al abrazar los postulados del liberalismo, por impotencia o por comodidad, pero cuando se esgrime la definición teórica, seguimos hablando de una política que, por la vía reformista —el gradualismo del que también presume el president— trata de reducir las desigualdades sociales (no rían, pero con el horizonte último y utópico de la superación de las clases). Todo eso va algo más allá de la gestión, aunque, es cierto, con la simple gestión se puede hacer funcionar mejor Rodalies, que ya sería un hito.

Pasar de la gestión a las transformaciones exige ir más allá de las definiciones teóricas, y ahí está el gran reto de Salvador Illa, si quiere mantener el apoyo de sus aliados de izquierdas y cumplir sus promesas, y al mismo tiempo mantener ese pie que el socialismo catalán tiene siempre metido en el mundo del poder económico. El líder del PP, Alejandro Fernández, ocurrente como nadie en el Parlament, ha acuñado la expresión de “yerno ideal” para un Illa al que acusa de querer contentar a unos y otros. Y la diputada de la CUP Laure Vega ha menospreciado ese concepto de “gobernar para todos”, cuando ese “todos” incluye a las personas sin acceso a vivienda y a los superpropietarios de pisos. Hay que elegir. Y en esa elección se juega el Govern la credibilidad.

No parece que Salvador Illa está muy inquieto por esa posible contradicción. De momento. Sigue presumiendo de su alianza de izquierdas, que puede apoyarle en el proyecto de vivienda pública o mientras siga asegurando que la financiación singular se va a cumplir. Pero un día tendrá que presentar su proyecto de ampliación del aeropuerto, y entonces se verá si echa mano de la geometría variable y se acerca a Junts per Catalunya: por de pronto, se intuye una cierta sintonía personal entre el portavoz juntero Albert Batet y el president, algo que ni de lejos existía en tiempos de Pere Aragonès.


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