Olé Illa
El líder del PSC ha sido el gran beneficiado de la operación. Será presidente sin embarrarse y ha conseguido incluso hacer salir a la palestra a Pedro Sánchez antes que él mismo
Jéssica Albiach fue quien lo empezó todo y ha sido quien lo ha cerrado. Rompió la baraja de los presupuestos con el pretexto del Hard Rock y nos envió a este ciclo electoral bizarrísimo. El premio final ha sido desalojar a los nacional-independentistas del gobierno catalán por primera vez en catorce años. Bien jugado. Los socialistas catalanes ni se exclamaron entonces, en febrero, al inicio del plan, ni ahora cuando todo el mundo anuncia acuerdos con ellos mientras se mantienen hábilmente callados hasta que se calmen las aguas turbulentas de las militancias. Me decepcionaría mucho si no estuviera todo calculado.
Albiach ha sido tajante: el megacasino Hard Rock, el macguffin de esta historia trepidante, no se va a hacer. Sorprende mucho tanta seguridad, porque en el acuerdo entre PSC y los comunes que se ha hecho público solo se asegura que desde la Generalitat «no se va a facilitar» la implantación del casino y que la herramienta legislativa para la “no facilitación” va a ser eliminar la reducción de la fiscalidad amigable que aprobó el Parlament en 2014. Una medida, retrotraer el tipo impositivo del 10% al 55% original que también figura en el acuerdo de PSC y ERC, cosa que permite pensar en un pasteleo bien urdido entre los tres actores de la comedia.
La pregunta pertinente ahora sería si dicho retorno a la antigua fiscalidad será suficiente para la desincentivación del Hard Rock. Si juzgamos por el gran interés que han tenido los agentes del tinglado —léase CaixaBank— en que prospere, y mientras los tipos impositivos no se engorilen al 90%, no va a ser un impedimento insalvable. No hay que olvidar que en la Ley de 2014, aprobada por CiU y PSC, se hablaba de más cosas. Algunas tan amorales como permitir a los casinos dar crédito a los jugadores y, sobre todo, la modificación del plan urbanístico correspondiente. No estaríamos aquí —ya tendríamos las grúas y las hormigoneras en los pinares de Vila-seca y Salou— si no fuera porque el TSJC se cargó ese plan y obligó al gobierno a modificarlo. Antes, pillaron al conseller de Junts Damià Calvet haciendo trampas para conceder la licencia. De hecho, los comunes reventaron el ejecutivo catalán quejándose de las irregularidades de la concesión y no de su fiscalidad.
En ERC no han sido tan contundentes sobre la no realización del proyecto. Se han limitado —en un documento si cabe aún más etéreo y místico que el de Albiach— a reclamar un turismo «responsable y sostenible» en Tarragona. Y a llorar la derrota desde una posición de mucha menos fuerza que la que tenían antes de verse obligados, para salvar el partido del derrumbe, a Salvador Illa. Naturalmente, ha sido el gran beneficiado de la operación. Será presidente sin embarrarse y ha conseguido incluso hacer salir a la palestra a Pedro Sánchez antes que él mismo. Agazapado mientras las bases del independentismo se destripan unos a otros, ya debe estar pensando en qué tragaperras echará unos eurillos. En unos tiempos de tanto populismo y simpleza política, da gusto ver una faena tan bien ejecutada. Tan limpia. Mucho arte. Olé Illa.
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