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El cooperativismo catalán celebra su auge tras años de apoyo público

El sector confía en que el próximo Govern siga impulsando estas alternativas económicas

Josep Catà Figuls
Asistentes al congreso del cooperativismo catalán el pasado jueves.
Asistentes al congreso del cooperativismo catalán el pasado jueves.Coopcat

Que los beneficios no pasen por encima de las personas. Esta máxima, tan difícil de alcanzar en nuestros días, es la que ya seguían los primeros cooperativistas de Cataluña, que hace más de un siglo empezaban a conformar las primeras cooperativas obreras de consumo. Esta semana, el sector ha conmemorado el 125 aniversario del primer congreso de cooperativas en Cataluña, con un encuentro el pasado jueves en el Palacio de Congresos de Barcelona. La efeméride llega además en un momento muy dulce: después de años de un importante impulso público, por parte sobre todo de la Generalitat y de Ayuntamientos como el de Barcelona, el movimiento cooperativista puede exhibir músculo y juventud: en Cataluña hay 4.706 cooperativas, según el Registro General de Cooperativas de Cataluña, lo que supone casi el 20% de las que hay en el conjunto de España. Además, una de cada tres se creó hace menos de 10 años. Con una facturación conjunta de unos 5.000 millones de euros al año, el sector tiene retos por delante: entre ellos, hacer atractiva para cada vez más gente esta alternativa a la empresa capitalista tradicional, o fortalecer el ámbito de las finanzas éticas. El cooperativismo espera con inquietud la formación del nuevo Govern, con la confianza de que continuará ofreciendo el impulso público que ha permitido el auge de los últimos años.

En realidad, el cooperativismo empezó en Cataluña hace 160 años, en 1864, fecha en la que se constituyó la Obrera Mataronense, una alternativa creada por los empleados a las fábricas téxtiles que afloraban por todo el territorio. “Hubo otras al principio, también cooperativas de consumo como la Económica de Palafrugell o la Companyia de Canet de Mar, pero no fue hasta 1899, hace 125 años, que se hizo el primer congreso organizado propiamente por las cooperativas. A partir de ahí nacen revistas e iniciativas, y los dos mundos, el de las cooperativas agrarias y el de las cooperativas obreras de consumo, confluirán más tarde cuando se crea la Confederació de Cooperatives de Catalunya, en 1935″, explica Iván Miró, sociólogo y cooperativista de La Ciutat Invisible.

Esta misma confederación, la CoopCat, es la que este jueves reunió a unas 1.500 personas para celebrar el aniversario y tomar el pulso al movimiento. Y está más activo que nunca. “En los últimos 10 años ha habido un ciclo muy interesante. Un factor es la crisis de 2008 y los movimientos sociales que la politizaron, y otro factor es el impulso público que ha habido con los cambios en los Ayuntamientos y en la Generalitat a partir de 2015″, explica Miró, que cree que ahora se abre un ciclo distinto. “Crecen las fuerzas de derechas, y las movilizaciones sociales están comenzando. El cooperativismo tendrá que reposicionarse para seguir dando herramientas útiles”, abunda, y señala dos retos: que continúen las políticas públicas que fomentan estas alternativas, y reforzar la autonomía financiera de las cooperativas con una banca ética más potente.

La alternativa cooperativista, que logró conectar hace una década con los movimientos indignados para crear iniciativas que por sus valores y estructura organizativa se diferencian de las grandes empresas —así surgieron cooperativas en varios sectores, como en el del consumo, con Som Energia, Som Connexió y Som Mobilitat, o centradas en la vivienda como Sostre Cívic, o proyectos aún en desarrollo como La Zona, un mercado digital alternativo a Amazon— se sumó a grandes cooperativas como Abacus, los supermercados Consum o Suara.

La presidenta de Suara, una gran cooperativa que se dedica a la atención a las personas dependientes, destaca que el cooperativismo, que se caracteriza por ser empresas donde los trabajadores son socios, “conecta mucho con los retos sociales y medioambientales que tenemos”. “Al ser todos socios, el poder reside en las personas, no en el capital, y el servicio que quieres dar es de excelencia. Es un modelo que a veces no se conoce, pero las cooperativas son competitivas y pueden captar talento. Además, no nos deslocalizaremos nunca, porque los socios están donde están”, apunta.

Pero hay un reto complejo, y es lograr financiación sin tener que pasar por la banca tradicional. “La banca ética tiene que ganar peso, para que las cooperativas encuentren una alternativa de financiación que coincida con sus valores”, dice Clara Soler, una de las responsables de Fiare Banca Ètica. En su opinión, este ámbito ha crecido en los últimos años pero sigue siendo desconocido y además compite con bancos que mediante sus fundaciones ya apoyan los proyectos de las cooperativas, con lo que es difícil romper esta relación. Soler recuerda que la economía social y solidaria suele tener mayor necesidad de financiación que las pymes, pero un retorno del crédito mucho más solvente.

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Sobre la firma

Josep Catà Figuls
Es redactor de Economía en EL PAÍS. Cubre información sobre empresas, relaciones laborales y desigualdades. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona. Licenciado en Filología por la Universidad de Barcelona y Máster de Periodismo UAM - El País.
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