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ayuntamiento barcelona
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barcelona: salir de la interinidad

Collboni se sitúa ante un dilema nada sencillo: ¿prefiere a Colau en la oposición o en el gobierno, con riesgo de quitarle espacio comunicativo?

Jaume Collboni
El alcalde Jaume Collboni habla por teléfono en una imagen de archivo.Alejandro García (EFE)
Josep Ramoneda

En medio del barullo de estos últimos años, no se ha prestado mucha atención a un hecho relevante. Las dos principales instituciones políticas catalanas, la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona, están gobernadas en apabullante minoría. El presidente Pere Aragonès cuenta con un grupo parlamentario de 33 diputados (sobre 135) y el alcalde Jaume Collboni dispone de 10 concejales (sobre 41). Dos gobiernos al albur de los demás grupos, abocados a situaciones en que el enemigo no es el rival de enfrente, sino el presunto compañero de viaje. Dicho de otro modo, los bloques mayoritarios, en torno al eje derecha-izquierda, se han desdibujado. Las rencillas entre socios presuntamente naturales crecen en tanto que el debate soberanista domina la escena.

Las últimas elecciones municipales trasladaron la disfuncionalidad al ayuntamiento barcelonés. Un territorio en que las barreras ideológicas son –o por lo menos parecían- menos rígidas y por tanto había mayor espacio a la polivalencia. Un gesto oportunista del PP permitió la combinación perversa para cerrar el paso a Xavier Trías: los comunes y la derecha española sumaron votos para dar la alcaldía al PSC. El PP se llevó la contrapartida que buscaba: un gesto más contra el soberanismo, presentado como acto patriótico. (No estoy seguro de que si esto hubiese ocurrido ahora, en plena furia contra Sánchez, al PP catalán se le hubiese permitido la opción por el mal menor). Y los comunes pasaron página y adiós, muy buenas, sin presionar demasiado, para volver a la coalición.

El resultado de tanta politiquería es una expresión del deterioro de la política catalana que la deflactación del procés pone en evidencia. Quien ha capitalizado esta devaluación de las instituciones ha sido Puigdemont, quien aprovechando la carambola electoral del 23-J ha copado el protagonismo, facilitando la reelección de Sánchez y alejando de los focos el desbarajuste interno de Junts.

Y ahí está Barcelona, desdibujándose día a día, en un penoso segundo plano, sin que de momento se vea determinación para construir una mayoría que emprenda el vuelo. No parecen de mucha entidad los rumores que apuntan a un nuevo capítulo del juego entre Pedro Sánchez y Junts, con un pacto en Barcelona como torna. La decisión de Ada Colau de seguir en el Ayuntamiento da más entidad al debate. Collboni se sitúa ante un dilema nada sencillo: ¿prefiere a la exalcaldesa en la oposición o en el gobierno, con riesgo de quitarle espacio comunicativo? En cualquier caso, es difícil entender que no se avance en ninguna de las combinaciones posibles. La que en otro tiempo se hubiese impuesto de corrido -una mayoría de izquierdas con los socialistas, las comunes y Esquerra Republicana- adquiere más sentido si cabe en la nueva etapa en que entrará el país después de la amnistía. La alianza contra natura patriótica que algunos cortejan ahora entre socialistas y Junts sería un signo definitivo de retorno al orden de los de Puigdemont, en el camino reconfiguración como centro derecha, que parte de su gente no está todavía en condiciones de asumir.

En cualquier caso, salir de la interinidad de un gobierno de gestión sin atributos precisos es urgente para que Barcelona recupere el pulso y abra hueco en el techo monotemático en que quedó atrapado el país.

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