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pactos postelectorales
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De Polonia a la investidura

Se sigue en la línea de rechazo al autoritarismo postdemocrático que emprendieron los electores el 23-J y que ha confirmado Polonia o volvemos a las andadas, apagando la ilusión del cambio de ciclo

Josep Ramoneda
Elecciones Polonia
Un colegio electoral en Varsovia, el día de las elecciones.SOPA Images (SOPA Images/LightRocket via Gett)

Y en medio del marasmo, Polonia, bajo sospecha por su comportamiento con Ucrania, ha dado la sorpresa. La derecha liberal ha tumbado a la versión polaca del autoritarismo postdemocrático que lleva años conquistando Europa. Con las elecciones del 23-J, España fue el primer país en romper la dinámica electoral que va conquistando a Europa y ya con Francia y Alemania camino de entrar en esta órbita. Contra lo que decían las encuestas, hinchada voz de sus amos, el electorado –y muy especialmente en Cataluña-, reaccionó contra la amenaza de un gobierno PP-Vox. Feijóo la había anunciado sin disimulo con sus alianzas para ganar poder autonómico. Y lo pagó. Los ciudadanos se movilizaron y sorprendieron a Europa cortando la dinámica en curso.

Polonia da un paso más. ¿Son estos dos movimientos suficientes como para entender que estamos en un cambio de ciclo? Está por ver. Y lo cierto es que como denunciaba John Gray en este periódico, el problema de fondo no está encarado: “Los excesos y los errores del liberalismo han creado el actual monstruo”. Con la perspectiva de que los Estados Unidos, dentro de un año, puedan estar de lleno en el ensimismamiento autoritario trumpista, la situación es extremadamente delicada. Y un nubarrón procedente de Israel ha cubierto Europa, que ha entrado en fase de desconcierto y marasmo. Es el miedo que los propios poderes transmiten –como vemos en Francia con Macron- a una contaminación alarmante.

La cuestión de fondo es el paso del capitalismo industrial al capitalismo financiero y digital, de los burgueses –con vínculo directo en sus territorios- a los ricos globales que operan en otro estrato. El resultado, reforzado por el cambio de modelo comunicativo, es que la extrema derecha ha encontrado en el malestar y el desconcierto ciudadano una mina de oro. E incluso la encuesta del CEO catalán da cuenta de ello: es en la generación más joven dónde encuentra un poco más de eco la extrema derecha.

Y es la toma de conciencia de la expansión del autoritarismo de derechas –Le Pen está más asentada que nunca en Francia y la extrema derecha alemana ya adelanta los socialistas- la que nos ha llevado a los pactos de investidura en curso. Se salvó el primer envite, con el PP dispuesto a formar familia con Vox. Hay que concretarlo con una investidura que es de interés de todos los demás, en la medida en que el PP ha optado por admitir en su terreno de juego al autoritarismo postdemocrático. Solo el sector más religioso del independentismo, el que confunde la promesa con la realidad, el que cree que basta con fijarse un objetivo para que esté al alcance de la mano, puede no darse cuenta de que hacer fracasar la investidura es desaprovechar una oportunidad.

Estamos en un momento crítico: se sigue en la línea de rechazo al autoritarismo postdemocrático que emprendieron los electores el 23-J y que ha confirmado Polonia o volvemos a las andadas, apagando la ilusión del cambio de ciclo. Y para el que no quiera enterarse el PP sigue pactando con Vox (en la ciudad de Valencia, la pasada semana)

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