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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ahogados en la propia retórica

Tras las elecciones legislativas Esquerra está demostrando una preocupante inseguridad y una creciente vulnerabilidad psicológica ante las argucias de Junts

El portavoz de Junts, Albert Batet, conversa con el líder del PSC, Salvador Illa, en el Debate de Política General en el Parlament de Catalunya.
El portavoz de Junts, Albert Batet, conversa con el líder del PSC, Salvador Illa, en el Debate de Política General en el Parlament de Catalunya.Quique García (EFE)
Milagros Pérez Oliva

Cualquier experto en negociación política advertirá que un elemento clave para la consecución del éxito es la discreción, especialmente cuando se abordan conflictos enquistados por años de desencuentro y desconfianza. Las dos partes que negocian el apoyo de los partidos independentistas a la investidura de Pedro Sánchez habían mantenido hasta ahora un gran hermetismo sobre los términos y contenidos de las conversaciones, y eso en sí mismo era ya un indicador de que en ambos lados había voluntad de acuerdo. La moción de Junts y ERC por la que se insta a condicionar el apoyo a la investidura a que el candidato acepte un referéndum de autodeterminación, ha roto esa dinámica. Desde que se aprobó el viernes en el Parlamento Catalán con el apoyo de la CUP las especulaciones se han disparado ante la evidencia de que la negociación puede naufragar. Carles Puigdemont marcó el perímetro de las exigencias en su alocución inicial desde Bruselas: amnistía, uso parlamentario de las lenguas cooficiales y cuestiones de gobierno aún por concretar, pero no la autodeterminación. ¿A qué viene ahora que Junts y ERC pongan sobre la mesa esta cuestión, que todos saben que resulta inaceptable para la otra parte?

La interpretación más benevolente sostiene que es una mera gesticulación. Pero aunque así fuera, sería una decisión irresponsable, pues ha puesto el contenido de la negociación bajo los focos mediáticos y la ha situado en el terreno de la pugna por el relato, mucho más propicio a la dialéctica de vencedores y vencidos que suele ser la tumba de muchas negociaciones. Parece como si el independentismo volviera al escenario de la hipérbole y el farol, que ya propiciaron el proceso de autoengaño que condujo al fracaso de 2017. Es difícil, sin embargo, pensar que lo ocurrido sea solo una cuestión de retórica de cara a la galería, porque el mero enunciado de la moción encarece, y mucho, el coste electoral que la negociación tiene para el PSOE y alimenta el mantra de la derecha de que no se puede pactar con los independentistas porque son insaciables: les das la mano y quieren el brazo.

Así pues, ¿ha sido una patinada estratégico, fruto de la perenne competencia electoral entre Esquerra y Junts, o hay algo más? Es difícil pensar que la moción no contara con la aquiescencia de Puigdemont, que es quien decide en Junts, pese a que formalmente solo sea un militante de base. Por su parte, tras las elecciones legislativas Esquerra está demostrando una preocupante inseguridad y una creciente vulnerabilidad psicológica ante las argucias de Junts para llevarla a su molino. Si ha sido una patinada lo veremos muy pronto. El PSOE tiene claro que la primera opción es intentar un acuerdo de investidura con los independentistas, pero no a un precio tal alto que suponga un suicidio político. Ya lo ha advertido el líder del PSC Salvador Illa. Sánchez siempre tiene la opción B: volver a las urnas. Y si lo hace por no aceptar el órdago independentista, incluso le puede favorecer. La cuestión estriba en determinar en qué momento la primera opción tiene más riesgo que la segunda. Pero para el independentismo, no hay opción B. Perder esta oportunidad no les acerca ni a la amnistía ni a la autodeterminación.

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