Una Diada entre la pureza y la negociación
La celebración ha sido distinta este año, puesto que cada vez más voces del soberanismo admiten encontrarse en un momento histórico para negociar
No hubo misericordia para Esquerra Republicana. En la manifestación de la Diada Nacional de Cataluña, el president Pere Aragonès fue recibido con gritos de “Govern dimissió!” en las calles del barcelonés barrio de Sants. Como si no hubiera pasado el tiempo, gran parte de los manifestantes independentistas siguen considerando al expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont como su héroe y a Oriol Junqueras como su villano.
Los gritos de “Botiflers!” (¡Traidores!) recibieron a la comitiva de Esquerra Republicana —que el año pasado decidió no acudir a la manifestación de la Diada por las críticas recibidas de los organizadores— cuando se unió a las columnas de la Diada, una jornada que parece seguir año tras año la máxima estalinista de que el partido se refuerza depurándose. Lo importante no es tanto ser muchos como tener un buen grado de pureza: este año se ha registrado la cifra más baja de asistentes desde la pandemia. Pero la Assemblea Nacional —organizadora histórica de la manifestación— sigue impertérrita, repartiendo patentes de ortodoxia. Su presidenta, Dolors Feliu, fue calificada de “doña Pureza”, en un tuit del secretario de Medios de Comunicación del Govern, después de que propusiera proclamar la independencia unilateral al día siguiente de concedida la amnistía.
Con todo, los republicanos confiaban en que este año estarían en estado de gracia. La disposición a negociar la investidura de Pedro Sánchez por parte de Junts —que lidera, aunque no esté en la dirección del partido, Carles Puigdemont— les daba oxígeno político. Pero no sirvió ni el mensaje del president Aragonès con motivo de la Diada, asegurando que la amnistía no era suficiente para “resolver el conflicto de soberanía”.
El independentista conservador medio se siente más atraído por la épica caudillista. Por eso, Puigdemont encaja en esa visión para la que no resultan relevantes los indultos que el Gobierno central concedió a los independentistas, algo que el soberanismo considera de escaso coste político. Tampoco importa que el expresident en Waterloo mueva ficha para negociar la investidura de Pedro Sánchez.
Pero esta Diada ha sido distinta a las otras. Hay cada vez más voces en el soberanismo catalán —Esquerra, Junts y asociaciones como Òmnium— que reconocen hallarse ante una oportunidad histórica para negociar y saben que una nueva convocatoria electoral puede desbaratar ese privilegiado tablero: muchos triunfos con muy pocos votos. Si se repiten las elecciones, todo puede cambiar.
El independentismo, al margen de perder fuerza en la calle, ha visto como los comicios del 23 de julio pasado lo dejaban con casi 700.000 votos menos. Nunca con tan poca fuerza fueron tan importantes. Y algunos son conscientes de ello. Òmnium Cultural, por ejemplo, ha cifrado en 1.432 las personas que deberían beneficiarse de una hipotética ley de amnistía. Todo un baño de realismo, pues hasta verano del año pasado se hablaba de más de 4.000 “represaliados”. Y entre ellos no está la presidenta inhabilitada de Junts, Laura Borràs. Signos de los nuevos tiempos.
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