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ELECCIONES 23J
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fronteras

Ante unas elecciones generales convocadas precipitadamente, todos los partidos han tenido que apresurarse en modular y codificar estrategias y mensajes

Debate Electoral
Debate en TV3 de los candidatos al Congreso. EFE / Quique García.Quique García (EFE)
Paola Lo Cascio

Para algunos de ellos —y a pesar de la precipitación— la tarea ha sido relativamente fácil. Tanto los socialistas como Sumar-En comú, con aciertos y errores comunicativos, han seguido marcando sus prioridades, que pasan por revalidar el Gobierno de coalición progresista e intentar consolidar la verdadera excepción ibérica, en la medida en que, en un continente barrido por los vientos de extrema derecha, la experiencia del Ejecutivo presidido por Pedro Sánchez se ha traducido en políticas de ampliación de derechos, fortalecimiento de la democracia y redistribución de la riqueza. Que se dice pronto.

El caso de las derechas de adscripción estatal también es claro: el PP y Vox han desplegado toda su artillería en contra de la inmigración, de las supuestas okupaciones, de los derechos de las mujeres y del colectivo LGTBIQ+, de cualquier expresión de diversidad cultural y lingüística. En general, han atizado el odio en contra de lo que llaman genéricamente sanchismo, y que en cierta manera sintetiza las políticas y los valores de lo que ha sido hasta hoy el Gobierno de coalición progresista.

El campo del nacionalismo catalán conservador ha sufrido una diversificación interna con impacto electoral incierto, pero que se ha traducido en orientaciones claras. El PDeCAT-Espai CiU de Roger Montañola apuesta por dar por amortizado del todo y de forma explícita el procés y por volver a una oferta política de derecha implacable desde un punto de vista socioeconómico —bajada de impuestos, recortes en el Estado de bienestar (que el candidato llegó a calificar, con una cierta pericia dialéctica “elefantíaco”), glorificación de la empresa privada, minusvaloración de la emergencia climática—, pero moderna por lo que se refiere a las libertades personales. Con este cuadro —y con el fracaso de la operación Trias—, Junts intenta ocupar el espacio del nacionalismo y del independentismo irrendentista, que tiene como único objetivo recoger el consenso de quienes, genéricamente, quieren manifestar que no colaborarán con las instituciones del Estado español. Aunque sea, precisamente, a través de la participación en las mismas. Desde un punto de vista de la lógica es un mensaje totalmente contradictorio, pero con los herederos de Convergència nunca se sabe. La CUP está haciendo un poco lo mismo que Junts, pero con pendientes y retórica izquierdista.

ERC, en cambio, parece que no sepa bien cómo encarar esta convocatoria. Después de tres años de apoyo al Gobierno de coalición (aunque haya cometido el gran error de no haber votado la reforma laboral, todo sea dicho), con la victoria de la mesa de diálogo y de los indultos en el bolsillo, en vez de presumir de la apuesta por la colaboración, a ratos directamente la esconde y a ratos vuelve, casi por un reflejo pavloviano fruto del eterno complejo de inferioridad “nacional”, a la retórica de la confrontación. Probablemente se deba a que tiene muchas y diversas fronteras electorales. Sin embargo, no debería olvidar que, a la postre, las fronteras siempre encierran.

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