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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Entre el falangismo y la confederación

La disyuntiva para estas elecciones generales está entre PSOE o PP, sí; pero también entre Sumar o Vox

Vox
Una mujer pasa por delante de cuatro carteles electorales en Ronda (Málaga).JON NAZCA (REUTERS)
Enric Company

Para la generación de progresistas que vivió los últimos años del franquismo está siendo una inquietante sorpresa ver estos días cómo adquieren protagonismo y se aprestan a tomar posiciones de poder personajes salidos de partidos falangistas y grupúsculos de extrema derecha directamente herederos de la dictadura. Uno de ellos, el barcelonés Jorge Buxadé, actúa como muñidor de Vox en la negociación del poder regional con el PP. Otro, Juan José Aizcorbe, encabeza la candidatura ultraderechista por Barcelona. Eran seguidores de la Fuerza Nueva de Blas Piñar, que en la década de 1980 quedó arrinconada como un resto histórico por la consolidación del régimen democrático.

Estábamos habituados a que en el PP medrasen políticos franquistas, pero eso debía aceptarse porque eran los que transitaron a la democracia. Se puede opinar lo que sea de Manuel Fraga y José María Aznar, pero al fin y al cabo optaron por un cambio de régimen. Pero estos de Vox son otra cosa. No se han convertido en demócratas. No renuncian a sus raíces. Quieren volver atrás y lo dicen. Están ahí predicando lo de siempre, que ellos son la España única y verdadera dispuestos a luchar contra la antiespaña y echar a los malos españoles a las tinieblas exteriores. Es un retorno de algo que parecía definitivamente alejado, de imposible recuperación, pero que vuelve empujado en buena medida por los vientos ultraconservadores cuando no fascistoides que soplan desde la Italia de Meloni, la Francia de Le Pen, la católica Polonia y la ultraconservadora Hungría. Y arrastran al PP.

Esto que para los más jóvenes puede parecer nuevo es el renacimiento del viejo reaccionarismo, adaptado a las técnicas del momento, el universo digital, la publicidad a gran escala. El carlismo predicaba en el siglo XIX desde los púlpitos, los reaccionarios de hoy predican la antipolítica desde las televisiones berlusconianas y las redes sociales.

Más nueva es, en cambio, la forma en que ha venido a florecer la segunda pata de la alternativa progresista, la que encabeza la vicepresidenta del Gobierno Yolanda Díaz. Han construido lo que ahora se define como una marca electoral formada por nada menos que 15 partidos. La muy interesante novedad de esta operación política es que se trata de una evolución confederal del movimiento cuajado en torno a Podemos entre las elecciones europeas de 2014 y las legislativas y municipales de 2015. Aquel éxito de Podemos fue en realidad compartido con otras fuerzas: eran Podemos y sus confluencias. Y las confluencias no eran poca cosa. Mediante sucesivas fragmentaciones, reagrupaciones y liderazgos fallidos, la siempre inquieta parte del universo progresista situado a la izquierda de la socialdemocracia ha cuajado en una larga serie de organizaciones, mezcla heterogénea de partidos de ámbito territorial andaluz, asturiano, navarro, canario, balear, valenciano, aragonés, valenciano, catalán y madrileño a los que además se suman los muy desiguales restos orgánicos de Izquierda Unida, el PCE, Verdes, y Equo.

Los grandes partidos han solido surgir de esto: agregaciones de grupos varios y variopintos. Es el modelo de ERC en 1931, el del PSUC en 1936; el de Convergència en 1979; el del PSOE en 1977 al absorber a la FPS; por poner una reducida lista de ejemplos. Ahora, el Movimiento Sumar cuenta con un liderazgo indiscutido, una base territorial amplia y se ha convertido en la gran esperanza del progresismo en toda España para cortar el próximo domingo el acceso del nuevo reaccionarismo al Gobierno. La disyuntiva está entre PSOE o PP, sí; pero también entre Sumar o Vox.

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