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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La excepción catalana

El fantasma del autoritarismo posdemocrático apunta a Cataluña como el espacio con mayor espectro de resistencia a la extrema derecha de todo el mapa español

Josep Ramoneda
El candidato de Vox, Santiago Abascal, saluda a simpatizantes tras un acto electoral en el barrio de la Barceloneta de Barcelona, el pasado sábado 1 de julio.
El candidato de Vox, Santiago Abascal, saluda a simpatizantes tras un acto electoral en el barrio de la Barceloneta de Barcelona, el pasado sábado 1 de julio.Albert Garcia

“Los partidos de extrema derecha están llegando al poder en toda Europa, ¿España es la siguiente?”, se pregunta The New York Times. Poner las elecciones españolas en relación con la Unión Europea enmarca el problema. De por sí es inquietante que un partido de extrema derecha, con la nostalgia del fascismo como bandera, llegue al poder de la mano de la derecha presuntamente liberal. Pero la cuestión se agrava cuando el fenómeno ya no es una singularidad española sino que se propaga por toda Europa dividiendo a las derechas en dos: aquellas que se niegan a dar reconocimiento al autoritarismo manteniendo una distancia sin matices con la extrema derecha; y aquellas —como es el caso del PP— que no sólo permiten que se les acerque sino que incluso asumen y comparten exigencias que limitan derechos y cuestionan la libertad de expresión. La extrema derecha ya no es una rareza española. Lo cual la normaliza. Frente al lenguaje resistencial se oyen argumentos tan peregrinos como que el paso por el poder es la vía más eficaz para domar a la extrema derecha. Y, a medida que pasan los días y la opción de un gobierno PP-Vox se hace más verosímil, una marea de discursos bien pensantes canalizada por los medios de comunicación conservadores apela con descaro a la integración de Vox con Europa como coartada.

En este contexto, todas las encuestas apuntan a lo que ya se vivió en las autonómicas y municipales: Cataluña será una rotunda excepción en un mapa de España desplazado hacia al autoritarismo posdemocrático. Por un lado, el rechazo a la extrema derecha es aquí unívoco, salvo en los sectores más españolistas de la derecha catalana que lo reconocen como de la familia y algunas voces del independentismo que juegan a la confusión con el argumento de que todos los partidos españoles son iguales en su odio a los catalanes. De modo que el voto útil ante una situación de emergencia dará, con toda probabilidad, a los socialistas catalanes un diferencial claramente positivo respecto al resto de España.

Al mismo tiempo la perspectiva de la irrupción neofascista, sumada a la nostalgia por la ocasión perdida en octubre de 2017, está sirviendo —y desde las municipales es un runrún que no cesa— para que el independentismo adquiera conciencia de sus límites y, por tanto, regrese al territorio de lo posible. Con dos discursos: el de cierto independentismo irredento que intenta diluir la conciencia de fracaso culpabilizando a los enfrentamientos entre partidos y movimientos independentistas y apelando a la unión sin fisuras, a sabiendas de que hoy es imposible porque afecta a intereses en disputa entre ellos; y el de los partidos independentistas tradicionales que, temerosos de que la prioridad de detener a la extrema derecha provoque fugas de voto útil hacia el PSC, se abren a estrategias y alianzas para el día después. Dicho de otro modo, el fantasma del autoritarismo posdemocrático ha actualizado el reconocimiento de un fin de etapa del independentismo al mismo tiempo que apunta a Cataluña como el espacio con mayor espectro de resistencia a la extrema derecha de todo el mapa español.

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