Laura Borràs: condenada por corrupta, no por independentista
La todavía líder de Junts per Catalunya no podrá ocupar ningún cargo público en 13 años, lo que obliga a cambios profundos en la derecha independentista
La condena de Laura Borràs a 4 años de prisión y 13 de inhabilitación por trocear contratos públicos en su etapa como presidenta de la Institución de las Letras Catalanas es la consecuencia lógica de un juicio en el que la lideresa independentista caída en desgracia ni pudo ni supo alinear ningún argumento a su favor. No solo la señalaron todos y cada uno de los principales testigos de sus chanchullos al frente de la institución cultural. También tuvo el desacierto de basar su defensa en una supuesta persecución política —por independentista— que, como argumento exculpatorio, ya es muy difícil de colar en la Cataluña de 2023.
Borràs no supo ver que muy pocos creen ya en el relato victimista de que se pueden trocear contratos para regar alegremente a las amistades con dinero público, siempre que no seas independentista. Este error de lectura es el mismo en el que han incurrido Borràs y sus seguidores más acérrimos al intentar seguir haciendo política en Cataluña como si estuviéramos en el volcán de 2017 y como si los contenedores siguieran ardiendo en plaza Urquinaona.
La muestra de este cambio es la inusual petición de indulto parcial que acompaña la sentencia. Los mismos jueces que han condenado a Borràs entienden que la pena de cuatro años de prisión es la que toca si se ajustan estrictamente a los hechos probados y al Código Penal. Pero al mismo tiempo consideran que dicha condena puede provocar un perjuicio mayor que el que buscan resarcir. De ahí que opten por un indulto parcial que la señale como una corrupta, sí, pero que la libre de ir a la cárcel y se centre en lo importante: que Borràs quede apartada de la gestión pública durante más de tres legislaturas para que no pueda repetir los mismos delitos. La decisión puede ser una auténtica vacuna contra el victimismo de algunos, comenzando por la condenada.
Pero no nos engañemos. Lo que ha dado la estocada a Borràs —quién sabe si de manera definitiva— no es la sentencia de este jueves, sino la nueva realidad política. Poco a poco ha sido su propio partido el que la ha ido apartando del centro del debate. Primero por errores propios, como el que la llevó a jalear a los manifestantes que el pasado agosto rompieron el minuto de silencio por las víctimas del atentado de la Rambla de Barcelona con teorías conspirativas. Y después con campañas perfectamente diseñadas por ella, como la que llevó a Junts a salir del Gobierno catalán perdiendo visibilidad, músculo y más de 200 cargos que engrasaban la máquina de poder —y de ingresos— de su espacio político. Muchos independentistas que siguen añorando el poder que un día llegó a cosechar la nave nodriza convergente nunca se lo han llegado a perdonar. Quizá por este motivo, en la comparecencia de Borràs en el Parlament tras conocer la sentencia, había muchos diputados, pero también notables ausencias, comenzando por la de Xavier Trias, principal esperanza del independentismo conservador para volver a tocar poder.
Borràs, de facto, ya tiene un pie y medio fuera de los centros de decisión por más que se siga reivindicando como presidenta del partido y líder de la causa independentista. Ya han comenzado los movimientos en el Parlament para sustituirla, ahora sí, de manera definitiva. Y habrá que ver cómo se las apaña su partido con una presidenta condenada —e inhabilitada— por corrupción, un secretario general [Jordi Turull] también inhabilitado, en este caso por el procés, y un líder inspirador, Carles Puigdemont, que no se sabe si podrá volver algún día de Bélgica sin acabar en la cárcel. Ante tal panorama, no es de extrañar que muchos en Cataluña piensen que el centroderecha nacionalista, que un día fue hegemónico, merece algo más que esto.
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